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15 de julio de 2015

En el periódico español La Vanguardia, el 8/7/2005, se publicó una nota del periodista Víctor Amela, que da cuenta del hallazgo de una carta de un soldado republicano español tras la batalla del Ebro en agosto de 1938, al que el rastreó y encontró recientemente, hoy con 91 años de edad.

“No estoy aquí para pasar el rato”

España: Testimonio de un ex combatiente republicano

 

 
Amela escribió “Un soldado republicano de 15 años de edad perdía en una trinchera de la Terra Alta un macuto con papeles personales. Los recogía poco después un soldado nacional que avanzaba tras los últimos efectivos del Ejército Rojo en retirada. Los papeles tenían manchas de sangre. El soldado republicano se llamaba Juan Gonzalvo, según figura en los papeles. El soldado nacional se llamaba Francisco de Paz. Durante toda su vida, Francisco De Paz se preguntó quién sería ese ‘Juan Gonzalvo’ cuyo nombre aparecía en los papeles, si seguiría vivo, si podría localizar a sus familiares para devolverle los papeles… No fue capaz, murió en los años 90 sin lograrlo. Y legó su obsesión a su hijo, Ángel De Paz (70 años). Así se conservó la carta, que Amela entregó en mano a Juan Gonzalvo, en un encuentro al que asistió Ángel De Paz. Transcribimos una carta de Gonzalvo al periodista. Ver nota completa en 
http://www.lavanguardia.com/lacontra/20150707/54433251687/la-contra-juan-gonzalvo.html
 
Carta de Juan Gonzalvo
“Para el periodista Víctor Amela:
Aunque apenas sé quién eres, a ti puedo decírtelo. Yo sé que escribo mal, escribo como pueden escribir los que tuvimos una infancia dura con escasos libros y muchas horas de calle. Yo sé que escribo mal, pero escribo.
Un día del mes de mayo del año 1938, en plena guerra civil, cuando yo aún no había cumplido los 15 años, en Barcelona sufrimos un cruel ataque de los aviones alemanes, que a las órdenes del fascista general Franco bombardeaban al pueblo republicano. Decidí entonces alistarme como voluntario para ir a luchar contra los fascistas que ya atacaban Cataluña.
Quise estar en la lucha junto a mis camaradas, mordiendo la tierra áspera de la libertad. Quise estar en la lucha donde caían sin cruz ni fosa los soldados republicanos, los parias, los soñadores, los hombres que se resistían a hincar la rodilla en el suelo, los que gritaban “¡No!” y levantaban dignos la cabeza.
Voces me decían… “Juanito, Juan, no, no te vayas, no puedes irte, eres muy joven todavía”. De nada me sirvió mi poca sabiduría y nuca supe si me equivoqué, y me fui en el silencio de una mañana de esperanza. Me fui voluntario y en poco tiempo aprendí el uso de las armas y me incluyeron en el batallón de ametralladoras de la 3ª División del 15 Cuerpo de Ejército, que mandaba el general Manuel Tagüeña.
Poco tiempo después, en la madrugada del 25 de julio, nosotros, el Ejército Rojo, cruzamos el Ebro. Atravesé llanuras y subí montañas. En la lucha estuve con el pecho al aire, libre como un rey destronado, tragué el polvo fúnebre de la tierra ametrallada, olí la pólvora que quemaba en mis pulmones y presentí la herida grande y profunda del insaciable metal que quiso abrir la flor de mi cuerpo.
Si en aquel momento el aire se hubiera llevado mi último suspiro de fiera, allí nadie hubiera vertido una lágrima por mí. En aquellos días, morir era más sencillo que vivir. Entonces yo era muy joven, pero pronto me hice viejo de golpe en el camino.
Ahora ya todo es lo mismo. Mi vida, mi sangre, mi tiempo… Ya todo es lo mismo. Digo lo que siento. Vengo del sueño y estoy cansado de ir y venir, de subir y bajar, pero esta noche tengo el vino dulce en la sangre y el ritmo de una canción lejana. No estoy aquí para pasar el rato, quiero comprender y por eso busco y pregunto, por eso escucho y observo.
Estos párrafos que vas a leer ahora los dediqué al camarada teniente Martos, jefe del batallón divisionario de la 3ª División del 15 Cuerpo del Ebro, muerto en primera línea de fuego el día 19 de agosto de 1938 en el vértice Gaeta: ‘Sin proponérmelo hoy ha venido a mi memoria aquella tarde clara y violenta. Recuerdo todavía los pinos volando a trozos por los aires. Te vi dominando la montaña crecida sobre la tempestad de la metralla. Te vi sobre la herida que tritura, allí donde la vida deja de serlo. Te vi plantando cara a la muerte. Te vi alzarte contra el miedo y en el miedo crecerte contra el furioso cielo, que alevosamente descendía tan repleto de pólvora y muerte. Te vi entero sobre la tierra que tu sangre regaba, inmóvil entre el plomo y el acero ante la muerte que avanzaba en tu pecho. Yo sé, camarada Martos, que ahí donde tú caíste tu sangre desbordada reverdecerá el viejo corazón de la tierra y que tu vida no cesa ni paraliza la lucha de tus huesos con la nada. Lo que en la noche su negrura entierra, una aurora lo realiza. Cuando hayamos matado al odio virulento y nuestros puños derriben a la ira, un rayo de esperanza se alzará con nosotros en el viento para decirte: ‘¡¡Mira, teniente Martos, caíste.., pero no vencido!!’
Esto lo escribí en un lugar a orillas del Ebro el día 19 de agosto de 1988.