Cuando José se bajó del colectivo miró el celular y eran las siete y cuarto de la tarde. En sus oídos retumbaron una vez más las palabras del capataz de la obra: “No vengas más, Paragua”. A pesar de que luego siguió el dialogo. La súplica de José y la rotunda negación del jefe, que con sarcasmo y cierta alegría le recomendaba volver a “su país”, a pesar de todo lo que hablaron luego la frase que sacudía el cerebro, debajo de la visera gastada de Olimpia, era esa. “No vengas más, Paragua”. La sonrisa de costado, la soberbia, cierto goce y displicencia eran todo lo que mostraba el capataz.
José viajó los 55 minutos en el colectivo pensando por qué había tanta maldad en cierta gente. Le habían contado que el capataz había sido peón hasta hacía unos meses. Que era laburador y hasta a veces buen compañero. Que se le subieron los humos a la cabeza ni bien cambió de puesto. Y que parecía que era el dueño de la empresa ahora. Hasta la forma de caminar había cambiado.
José pensaba qué le pasaba a esa gente para cambiar tanto. Y de a ratos pum, la frase. “No vengas más Paragua”. En el mismo segundo que sonaba, inmediatamente sentía el calor en la cara, los ojos rojos se inundaban, se aceleraba el corazón y hasta se mareaba. José respiraba hondo, miraba por la ventanilla. Pensaba en su hijo y en la Marta. Y volvía a la mente el capataz. Dudaba si no tendría que haberlo trompeado cuando le dijo muy sonriente que quizás el viernes le pagaba. “Primero cobran los de acá, ya sabes Paragua. Si estuvieses en Asunción te tocaba, pero esto es Argentina, viste”. De nuevo los ojos rojos, el corazón un bombo, el calor en la jeta, el mareo, y ahora además la boca seca.
¿Cómo es posible que haya gente tan mala? ¿Por qué disfrutan del sufrimiento del otro? José baja del bondi, mira el celular que le devuelve las 19.15 y duda. Está mareado y duda si ir al bar a tomarse una fresca o rumbear para la casa. Sabe que el bar no es lo mejor, y que no es una fresca, ni es un ratito. Sabe que si va, va a volver tarde y mal. Prende un pucho José. Pega una pitada para sacarse esa cosa del pecho que no sabe que es y la frase vuelve. “No vengas más Paragua”. Pega otra pitada, el mareo crece, apenas puede mantenerse en pie. No quiere dar un paso porque se da cuenta que se va a caer. Los ojos casi explotan, la cara es bordó.
Entonces aparece la Marta. Recién bajadita del otro bondi. Aparece Marta y lo abraza. Ahí si José explota por los ojos. Los aprieta fuerte. No vaya a ser cosa que lo vean. No queda bien un albañil paraguayo moqueando en la calle, piensa José. La Marta lo besa, le acaricia el pelo y entiende todo. No es la primera vez. No será la última. Le agarra fuerte la mano, y encara para el rancho. Sin decir palabra. Pero diciendo todo.
Betún
Hoy N° 1742 07/11/2018