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20 de octubre de 2010

En el histórico acampe de Asoma conversamos con dos compañeras medianeras, quienes nos contaron la dramática situación de las mujeres en las quintas del Gran La Plata. En esta nota las llamaremos A y V.

“Nos vamos a acordar siempre de este acampe”

Hoy 1340 / La situación de las familias medianeras

Las dos son oriundas del mismo pueblo, Tarija (Bolivia); pero se conocieron aquí, en la pelea por un pedazo de tierra.

Las dos son oriundas del mismo pueblo, Tarija (Bolivia); pero se conocieron aquí, en la pelea por un pedazo de tierra.
A tiene 30 años y hace 12 años que vive en la Argentina, tiene cuatro hijos que nacieron aquí. Vivió en Jujuy, Mar del Plata y Tres Arroyos, trabajando a la par de su marido para “ganar para comer y nada más”. En La Plata, empezaron a trabajar al 30%: el dueño de la tierra se quedaba con el 70% de la ganancia de lo que ella y su familia trabajó, “porque el patrón compró los invernáculos”. Con el agravante de que “el patrón era el que sacaba la verdura para el mercado, porque siempre venía con que valía menos. El tomate lo hemos sacado hasta en $1,50 y nosotros preguntábamos y valía 10 pesos más o menos. Después nos vinimos para El Pato, ahí el problema era el mismo: al 30%, la verdura no valía. Y siempre terminamos con préstamos, endeudados.
“Mi marido trabajaba, yo trabajaba y sacaba a mi hijo. Pero cuando no había mucho trabajo en la quinta él salía a trabajar por otro lado, y yo me quedaba trabajando con mi hijo, porque estábamos con deudas. Y encima al patrón le molestaba. Un día el patrón lo agarró y le dijo: “Mirá, si vas a ir a trabajar a otro lado y no vas a ayudar aquí, es mejor que busques y te vayas a otro lado.”
“Y nos buscamos otro lado. Ahora tenemos más cerca de la escuela para los chicos. Hemos entrado primero al 30 por ciento; ahora, arreglamos el 50%. Atendemos tres invernáculos. El drama que tenemos es que no estamos sacando verdura desde mayo, se complica bastante.
 

La historia de V
V tiene 48 años, 5 hijos. La trajo un tío de Tarija junto a dos de sus hijos. Crió a sus hijos sola, trabajando de peona, hasta que conoció a su actual marido en una quinta. “Me junté, y recién ahí entramos de medianeros”. V tiene un marcapasos por una afección en el corazón, sin embargo tiene que trabajar para sostener a sus hijos.
“Cuando empezamos de medianeros sembramos verduras. No sacábamos nada, no teníamos ni para comer. Mi familia me ha dado nylon, techadito, pero me duró para una cosecha no más.”
V cuenta que por ser medianera, tiene que pagar todo a medias con el dueño de la tierra: la semilla, el nylon, el goteo, remedios; y la mayoría de las veces hay que poner a los chicos a trabajar para poder cumplir con el trabajo. “Por eso hemos entrado en esto, para conseguir un pedacito de tierra, para que los chicos por lo menos no estén sufriendo. Cuando uno trabaja para otro, hasta los chicos hay que poner a trabajar.”
“Cuando recién estás empezando, el patrón trata de descontarte todo lo que él invirtió cuando sacamos la verdura. Si no te queda, no te queda. De vuelta vas sembrando, de vuelta 3 boletas; si te queda te queda, si no… te da de a 50 pesos por semana para comer, no tenés para darle a los chicos, no tenés qué ponerle.
“Por ahí una temporada es para pagar todo. Y si querés tener algo, tienes que ir a otro lado además a trabajar para tener un poquito.
 

“Yo no me callo”
Las compañeras, firmes en una lucha ejemplar, además tuvieron que enfrentar la presión de los dueños de las quintas, quienes presionaban para que ellas y sus maridos volvieran a trabajar al campo y abandonaran la lucha.
A: El primer fin de semana del acampe, vine con mi marido, y el patrón se molestó. Cuando volvimos, discutió con mi marido. Mi marido cuando me contó se puso a llorar porque le dijo: “Si vos vas a ir donde estás yendo, te tenés que ir no más”. Y como recién entramos a ese campo, no queda otra que quedarse ahí trabajando, y en su lugar estoy yo todo el tiempo al acampe. El viene por la tardecita a dejarme algo y se va, y yo aquí.
V: El patrón no ha querido que andemos aquí. Dice: “¿van a venir a trabajar aquí o van a seguir donde están yendo?” Ellos no quieren que tengamos tierra propia, él quiere tenernos ahí. Nosotros trabajamos 6 años con él. Yo le digo que tiene que pagarnos. Como mi marido coquea, le dan un poquito de coca. Yo al patrón no me le callo. Yo le he dicho: “yo no saqué adelante nada con usted, no tengo un peso”. Ellos tienen su camión, tienen su tractor, tienen sus quintas. Yo tengo que luchar para mis hijos. Si el día de mañana no hay nada, ¿mis hijos dónde quedan? Si me dan la tierra, mis hijos quedan ahí, para trabajar como puedan.
A: Yo veo a mis hijos, veo la situación en la que estoy, yo quiero seguir porque quiero mi pedacito de tierra, para que mis hijos puedan tener tranquilidad y yo pueda trabajar y vender mi propia verdura y decir: me costó, pero lo tengo. Y no como muchas veces, almorzamos a las 3 de la tarde, corriendo, y aún así, el patrón se queja que no le completábamos la verdura. La verdad, si con la lucha aquí nos sale, sería como tener la libertad. Porque trabajar para otro es como estar atado, es como que trabajamos solo para ellos. Porque ellos están bien y nosotros no salimos de la situación.
 

Una lucha que es por los hijos
Las compañeras cuentan que al drama de la tierra, se suma el no tener muchas veces electricidad o red de agua, y estar expuestos a enfermedades como el dengue (porque el agua se acumula en tachos).
Con mucha bronca, A cuenta que “muchas veces a los patrones no les importa la situación en que vive la gente. En la quinta no tenemos horario. Con el calor nos levantamos a las 5 y salimos lo más temprano que se pueda para trabajar, hasta las 12. Mi marido entra de vuelta a trabajar a la 1.”
“Como una gallinita: come rápido y sale nuevamente. Con el bocado a terminar de comer en la quinta”, acota V.
Según cuentan las compañeras, tratan de que los chicos vayan a la escuela; pero además, colaboran en el trabajo doméstico. “Mi hijo me ayuda mucho con el tema de la comida. Es el que cocina”, cuenta A.
V agrega: “Los chicos te ven cómo sufrís y ellos dicen “tengo que ayudar a mi mamá, porque mi mamita pobrecita trabaja mucho”, “nunca vamos a tener una casa linda”, así dice mi nena. Porque donde yo vivo no es para vivir, es una casilla de madera que es más chico que esto [haciendo referencia a la carpa donde hacíamos la entrevista], donde vivimos ocho personas. Ahí tengo mi tele, mi heladerita, mi cama y los chicos su cuchetita. La casilla, cuando hay viento, se mueve toda, y la nena entonces se mete debajo de la cama, y se larga a llorar. Y pasa el agua por ahí, pasa la madera, se te moja todo. Se inunda la casa. Cuando llovió una vez fuerte, del gobierno me dijeron que iban a traer colchones para los chicos. Nada. ¡No nos han dado nada para los chicos!”
El tema de los hijos, aparece reiteradamente en la charla con las compañeras. El hambre, las necesidades insatisfechas en los hijos y la falta de respuesta del gobierno de Kirchner y Scioli se traducen en bronca.
A: Cuando mi marido no trabaja por día, se nos hace difícil porque no tenemos un peso. Muchos tienen la suerte de cobrar la Asignación familiar… Yo no tengo Asignación familiar ni tarjeta de Plan Vida, porque no tengo documento. Y eso que hace 8 años que empecé el trámite.
V: Yo tengo Asignación por hijo, igual me costó hacerme el documento, como 12 años. Si no tampoco la tendría.
A: Eso me da rabia, porque si tuviese aunque sea la Asignación, aunque sea para darle de comer unos días a los chicos, tendría. Mi hijo no tenía zapatillas y tuve que pedirles a las maestras si le conseguían. Es difícil, es duro no poder darle lo que ellos necesitan, una fruta, un yogurt. A mí eso me duele mucho. Mi hijo no tiene zapatillas para ir a la escuela, es duro.
 

“No me imaginaba acampar por un pedazo de tierra”
Finalizando la entrevista, las compañeras confiesan que cuando vinieron de Bolivia, al dejar sus afectos, pensaban “trabajar, comprar una casita, progresar, cumplir ese sueño” de muchos hermanos, que al partir por necesidad, piensan encontrar aquí en nuestra inmensa patria, “para todos los que quieran habitar el suelo argentino”, negada por el gobierno de los Kirchner que mientras regala inmensas extensiones a los enemigos de nuestro pueblo, le niega 400 hectáreas a los compañeros de Asoma.
A: La verdad es que uno no se imaginaba esto. Mucho menos acampar por un pedazo de tierra. Yo le decía a mi hijo que siempre nos vamos a acordar de esto. No sé cuántos años vamos a tener pero nos vamos a acordar siempre del acampe. De acá tenemos que seguir. Yo creo que con la lucha, una lucha unida lo vamos a lograr.
Acá me hice de muchas amigas. Tratamos de estar bien, de llevarnos bien. Los hijos todo el tiempo quieren estar en el acampe. Yo no los traigo porque tienen que ir a la escuela, pero si fuera por ellos, estarían todo el día acá. Cuando vinieron mis chicos, se pusieron a jugar con las chicas de la facultad, y preguntaban después, ¿Cuándo vienen las chicas?
V: Porque son muy buenitos los chicos de la facultad, juegan con ellos, les traen caramelos, les hacen juegos. Por eso los niños quieren estar aquí.
A: Mis hijos se turnan, dicen “vos ya fuiste, ahora me toca ir a mí”. Mi nene le dice a las nenas “ustedes ya fueron, hoy me toca a mí”.
V: Ojalá logremos tener las tierras, sabemos que estamos luchando para eso, porque las necesitamos, para no estar esclavo del patrón.