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02 de octubre de 2010

Nuestra orientación sindical

Gramsci

El compañero Nicola Vecchi, en el Sindicato rosso del 15 de septiembre, vuelve a proponer una vieja tesis suya: “Es necesario constituir un organismo sindical de clase, autónomo e independiente de todos los partidos y transitoriamente independiente de todas las internacionales.”
¿Cuál debe ser nuestra actitud respecto de esta propuesta? ¿Cuál debe ser la orientación propagandística de los comunistas para frenar en el interior de las masas eventuales corrientes de opinión acordes con la tesis del compañero Vecchi? Concretamente, ¿cuál es, en la actual situación, nuestra orientación sindical? Es decir, ¿cómo nos proponemos mantenernos en contacto con las grandes masas proletarias, para interpretar sus necesidades, para recoger y concretar su voluntad, para ayudar al proceso de desarrollo del proletariado hacia su emancipación que, a pesar de todas las represiones y de toda la violencia de la oprobiosa tiranía fascista, aun continúa?
Por principio nosotros estamos en contra de la creación de nuevos sindicatos. En todos los países capitalistas, el movimiento sindical se ha desarrollado en un sentido determinado, dando lugar al nacimiento y al desarrollo progresivo de una determinada gran organización, que se ha identificado con la historia, la tradición, los hábitos, los modos de pensar de la gran mayoría de las masas proletarias. Todo intento por organizar aparte a los elementos sindicales revolucionarios ha fracasado por sí mismo, sirviendo únicamente para reforzar las posiciones hegemónicas de los reformistas en dicha gran organización. Los sindicalistas, en Italia, ¿qué provecho extrajeron de la creación de la Unión Sindical? Ellos no consiguieron influir excepto parcial y episódicamente sobre la masa de los obreros industriales, es decir sobre la clase más revolucionaria de la población trabajadora. Durante el período que va del asesinato de Humberto I a la guerra de Libia [de 1900 a 1912], lograron la dirección de las grandes masas agrarias de la llanura del Po y de la Puglie, obteniendo solo un resultado: esas masas, entonces apenas llegadas al campo de la lucha de clases (en dicho período se verificó justamente una transformación de la explotación agraria que aumentó en casi el 50% la masa de los braceros), se alejaron ideológicamente del proletariado de las fábricas. Además, de sindicalistas anárquicos que eran hasta la guerra de Libia, o sea cuando el proletariado se radicalizaba, se volvieron inmediatamente reformistas. Así, luego del armisticio y hasta la ocupación de las fábricas, constituyeron la pasiva masa de maniobra que los dirigentes reformistas lanzaban en toda ocasión decisiva a los pies de la vanguardia revolucionaria.
El ejemplo norteamericano es aun más característico y significativo que el italiano. Ninguna organización ha llegado al nivel de abyección [bajeza] y de servilismo contrarrevolucionario de la organización de Gompers.1 ¿Pero esto quería decir que los obreros norteamericanos fueran abyectos y sirvientes de la burguesía? No, por cierto. Y sin embargo, permanecían unidos a la organización tradicional. Los IWW (sindicalistas revolucionarios) fracasaron en su intento de conquistar desde afuera a las masas controladas por Gompers, se separaron de ellas, se hicieron masacrar por las guardias blancas. En cambio, el movimiento conducido por el compañero Foster, dentro de la Federación Americana del Trabajo, a partir de consignas que interpretaban la situación real del movimiento y los sentimientos más profundos de los obreros norteamericanos, conquistaron un sindicato tras otro y lograron mostrar con claridad cuán débil e incierto es el poder de la burocracia gompersiana.
Nosotros, entonces, estamos por principio en contra de la creación de nuevos sindicatos. Los elementos revolucionarios representan a la clase en su conjunto, son el momento más altamente desarrollado de su conciencia a condición de que permanezcan junto a la masa, que compartan sus errores, sus ilusiones, sus desengaños,. Naturalmente, no puede descartarse que una medida de los dictadores reformistas obligue a los revolucionarios a salir de la Confederación General del Trabajo y a organizarse aparte. En ese caso, la nueva organización debería presentarse y ser dirigida verdaderamente hacia el único objetivo de la reintegración, hacia el logro de una nueva unidad entre la clase y su vanguardia más consciente.
La Confederación General del Trabajo representa todavía en su conjunto a la clase obrera italiana. Pero ¿cuál es el actual sistema de relaciones entre la clase obrera y la confederación? A mi parecer, la respuesta exacta a este interrogante significa hallar la base concreta de nuestro trabajo sindical y establecer por lo tanto nuestra función y nuestras relaciones con las grandes masas.
Como organización sindical, la Confederación General del Trabajo está reducida a su mínima expresión, acaso a un décimo de su potencialidad numérica de 1920. Pero la fracción reformista que dirige a la confederación ha mantenido casi intactos sus cuadros organizativos, ha mantenido en el lugar de trabajo a sus militantes más activos, más inteligentes, más capaces, a aquellos que, digámoslo francamente, saben trabajar mejor, con mayor tenacidad y perseverancia que nuestros compañeros.
En cambio, una gran parte, la casi totalidad de los elementos revolucionarios que en los últimos años habían adquirido aptitudes organizativas y directivas, además de hábitos de trabajo sistemático, fueron masacrados o debieron emigrar o dispersarse.
La clase obrera es como un gran ejército que ha sido privado súbitamente de todos sus oficiales subalternos; en un ejército así, sería imposible mantener la disciplina, la estructura, el espíritu de lucha, la unicidad de orientación, en base únicamente a la existencia de un estado mayor. Toda organización es un conjunto articulado que funciona solo cuando existe una relación numérica adecuada entre la masa y los dirigentes. Nosotros no tenemos cuadros, no tenemos vinculaciones, no tenemos servicios para englobar con nuestra influencia a la gran masa, para potenciarla, para convertirla en un instrumento eficaz de lucha revolucionaria. Los reformistas están en enorme ventaja respecto de nosotros en esta cuestión y explotan hábilmente su situación.
La fábrica sigue existiendo y organiza naturalmente a los obreros, los agrupa, los pone en contacto entre sí. El proceso de producción ha mantenido su nivel de los años 1919-1920, caracterizado por una función cada vez más avasalladora del capitalismo y por lo tanto, por una importancia creciente del trabajador. El aumento de los precios de costo, determinado por la necesidad de mantener movilizados permanentemente a 500.000 esbirros fascistas no es por cierto una prueba brillante de que el capitalismo haya reconquistado su prosperidad industrial. El obrero es entonces naturalmente fuerte en la fábrica, está concentrado, organizado en la fábrica. En cambio fuera de ella está aislado, disperso, debilitado.
En el período anterior a la guerra imperialista se verificaba la relación inversa. El obrero estaba aislado en la fábrica y unido fuera de ella: desde afuera presionaba para la obtención de una mejor legislación fabril, para disminuir el horario de trabajo, para conquistar la libertad industrial.
Hoy, la fábrica obrera está representada por la comisión interna. De inmediato se plantea el interrogante: ¿por qué los capitalistas y los fascistas, que han querido la destrucción de los sindicatos, no destruyen también las comisiones internas? ¿Por qué mientras el sindicato organizativamente ha perdido terreno con la acentuación de la reacción, la comisión interna, en cambio, ha extendido su esfera de organización? Es un hecho que en casi todas las fábricas italianas se obtuvo lo siguiente: que exista una sola comisión interna; que todos los obreros, y no únicamente los organizados, voten en las elecciones de la comisión interna. Toda la clase obrera está por tanto organizada actualmente en las comisiones internas que, de ese modo, han perdido definitivamente su carácter estrechamente corporativo.
Objetivamente, se trata de una gran conquista, de amplísima significación: ella sirve para señalar que a pesar de todo, en el dolor y bajo la opresión del talón de hierro de los mercenarios fascistas, la clase obrera, aunque sea en pequeña escala, se desarrolla hacia la unidad, hacia una mayor homogeneidad organizativa.
¿Por qué los capitalistas y los fascistas han permitido y siguen permitiendo la formación y la persistencia de una situación tal? Para el capitalismo y para el fascismo es necesario que la clase obrera sea privada de su función histórica de guía de las demás clases oprimidas de la población (los campesinos, especialmente meridionales y de las islas, los pequeñoburgueses urbanos y rurales). Vale decir, es necesario que sea destruida la organización externa a la fábrica y concentrada territorialmente (sindicatos y partidos) que ejerce una influencia revolucionaria sobre todos los oprimidos y quita al gobierno la base democrática del poder. Pero los capitalistas, por razones industriales, no pueden querer la destrucción de toda forma de organización: en la fábrica, la disciplina y la buena marcha de la producción solo son posibles si por lo menos existe un mínimo de constitucionalidad, un mínimo de consenso de parte de los trabajadores.
Los fascistas más inteligentes, como Mussolini, son los primeros en estar convencidos de la no expansividad de su ideología “superior a las clases” más allá del mismo círculo de ese estrato pequeñoburgués que, al no tener función alguna en la producción, no tiene conciencia de los antagonismos sociales. Mussolini está convencido de que la clase obrera nunca perderá su conciencia revolucionaria y considera necesario permitir un mínimo de organización. Mantener a las organizaciones sindicales dentro de límites muy restringidos por medio del terror significa dar el poder de la confederación a los reformistas: conviene que la confederación exista como embrión y que se inserte en un sistema muy diseminado de comisiones internas, de manera tal que los reformistas controlen a toda la clase obrera, y sean los representantes de toda la clase obrera.
Esta es la situación italiana, y este es el actual sistema de relaciones entre la clase proletaria y las organizaciones, aquí en Italia. Para nuestra táctica, las conclusiones son claras:
1) trabajar en la fábrica para construir grupos revolucionarios que controlen las comisiones internas y las impulsen a extender cada vez más su esfera de acción;
2) trabajar para crear contactos entre las fábricas, para imprimir a la actual situación un movimiento que señale la dirección natural de desarrollo de las organizaciones de fábrica: de la comisión interna al consejo de fábrica.
Solo así lograremos mantenernos en el terreno de la realidad, en estrecho contacto con las grandes masas. Solo así, en el trabajo infatigable, en el crisol más ardiente de la vida obrera, conseguiremos crear nuevamente nuestros cuadros organizativos, y haremos surgir de la gran masa a los elementos capaces, conscientes, plenos de ardor revolucionario en la medida en que son conscientes de su propio valor y de su vital importancia en el mundo de la producción.


1/ Samuel Gompers (Londres, 1850-Texas, 1924) Dirigente obrero estadounidense, en 1881 creó una asociación de sindicatos que en 1886 se llama American Federation of Labor (AFL) > volver