El nuevo desplome en los mercados se activó el jueves 9 de agosto, cuando se conoció la decisión del banco francés Paribas de congelar hasta nueva orden los retiros de tres fondos de inversión, a causa de la fuerte crisis de los créditos inmobiliarios de riesgo (subprime) en Estados Unidos. Y se agravó luego de que la aseguradora estadounidense AIG alertara acerca de que aumenta la morosidad en el pago del resto de las hipotecas, a las que hasta ahora se consideraba al margen de la crisis. También decidieron congelar sus fondos tres bancos alemanes (Union Investment, Frankfurt Trust y WestLB) y dos organismos de inversiones franceses (el banco privado Oddo y la empresa de seguros Axa).
La ola de ventas que activó esta información, obligó a los bancos centrales de las principales potencias capitalistas a inyectar miles de millones de dólares en el sistema crediticio (bancos y fondos de inversión), para evitar que la falta de dinero en efectivo acelerara aún más las liquidaciones de los valores respaldados en hipotecas.
La dimensión de la crisis queda a la vista en un dato: los bancos centrales de Europa, Estados Unidos, Japón y Canadá, debieron inyectar la friolera de 323.300 millones de dólares en los mercados en apenas 48 horas.
El grueso de la asistencia corrió por cuenta del Banco Central Europeo, que a los 94.800 millones de euros volcados el jueves (una cifra que terminó de convencer a los operadores sobre la magnitud que podría tener la crisis), debió agregar el viernes otros 61.010 millones; con lo que giró a bancos y fondos el equivalente a 214.500 millones de dólares en sólo dos días. El monto de la asistencia terminó superando holgadamente a la realizada por esa entidad tras la caída de las Torres Gemelas, cuando entre los días 12 y 13 de septiembre de 2001 “asistió” a los bancos con 109.000 millones.
A la acción de rescate debió sumarse con mayor presencia la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed, según sus siglas en inglés). La entidad, que en la jornada del jueves había liberado unos 24.000 millones de dólares, no sólo redobló la apuesta el viernes al volcar un total de 38.000 millones (una suma equivalente al 90% de las reservas argentinas), sino que emitió una declaración comprometiéndose a entregar “suficientes fondos para prevenir sobresaltos”, en un intento por calmar a los mercados.
En su desesperado intento por tomar posiciones en activos que los pusieran a cubierto de los riesgos, un número creciente de grandes inversores volvió a comprar bonos del Tesoro de Estados Unidos, haciendo caso omiso a la amenaza de liquidación lanzada por el gobierno de China (que tiene bonos por 900.000 millones de dólares) en el marco de la disputa comercial que mantiene con la administración de George W. Bush.
Lo cierto es que esta vez las bolsas de China fueron una excepción a la debacle generalizada, cuando en febrero habían sido las que iniciaron los primeros sacudimientos de este año. No se han conocido las medidas tomadas al respecto por su gobierno, aunque podría estar aprovechando la activa demanda de títulos yanquis para vender parte de ellos, inyectando así más fondos en su mercado financiero para sostener la burbuja especulativa que allí se continúa observando. Por otro lado, todavía no se sabe en cuánto podría estar comprometido el Banco de China en valores garantizados por hipotecas, ya que un informe reciente de AFP señaló que el mismo había invertido varios miles de millones de dólares estadounidenses y que las pérdidas sumarían varios millones de dólares, citando a Zhu Min, vicegobernador del banco.
El trasfondo oculto
Como sucede con las crisis del capitalismo en esta época del imperialismo –y lo vivimos en la crisis del ciclo anterior iniciada en el Sudeste Asiático en 1997– los países dependientes son los más perjudicados dentro del sistema, pues los países imperialistas descargan principalmente sobre ellos las consecuencias de sus crisis.
En cuanto a las potencias imperialistas, en el ciclo actual iniciado a fines de 2001, China aparece como la de mayor crecimiento, pero a la vez la más vulnerable. Esto se debe no meramente porque sea capitalista y en el capitalismo las crisis son inevitables, sino por todos los síntomas de “aceleración” que viene mostrando y que por ahora no logra atemperar. Si bien el peso del sector estatal en la economía capitalista china permite un mayor manejo por su gobierno que en otros países, esto tiene como contrapartida la elevada corrupción de ese capitalismo monopolista de Estado.
Pero aún si China lograra “manejar” de alguna manera la burbuja financiera, subsisten los elementos que incuban una crisis económica de mayores proporciones que la de 1997-2001 (de la que precisamente el espectacular crecimiento chino ayudó a salir), ya que no hay un mundo que pueda seguir comprando al ritmo que viene aumentando la producción de ese país, siempre dentro del capitalismo, se entiende.
Aún cuando los Estados Unidos lograran una “suave desaceleración” en su economía, como dicen sus apologistas, haciendo que el resto del mundo siga pagando sus desequilibrios absorbiendo como “reservas” a su desvalorizada moneda, ello no dejará de afectar al resto de la economía mundial, y particularmente a la economía china, dada la importancia de la economía norteamericana como demandante de productos de ese origen y que lo fundamental del crecimiento chino está orientado hacia las exportaciones: casi un 70% de su producción total es para vender afuera, según sus propias fuentes. Los principales perjudicados volverán a ser los proletarios y los pueblos y naciones oprimidas, como la nuestra.
“Una situación económica potencialmente explosiva”
Los temblores en las Bolsas de todo el mundo que se vienen sucediendo desde mayo de 2006 están vinculados, en lo inmediato a las subas de las tasas de interés, que marcan el fin del período de “dinero barato” con que la economía mundial capitalista salió del fondo de la crisis que se prolongó desde 1997 a 2001. Ese “dinero barato” tuvo su origen principalmente en la política keynesiana del gobierno de Bush (de guerra y de bajas tasas de interés, con simultánea reducción de impuestos a los ricos, para estimular el consumo de las clases parasitarias).
Dicha política yanqui se ha venido sustentando en una creciente emisión de dólares para cubrir el déficit fiscal que genera. Esos dólares inflaron los mercados de valores (las bolsas) e inmobiliario, que comenzaron a temblequear con las subas de la tasa de interés que encarecieron los créditos y préstamos, hasta llegar a la hoy llamada crisis hipotecaria.
La política de “dinero barato” también acrecentó las compras de bienes del exterior (mayor déficit comercial). Tanto para pagar las mayores importaciones o colocarse en distintas operaciones en el exterior, gran parte de esos dólares salieron al mundo.
Todo esto hizo que aumentaran extraordinariamente las tenencias de dólares y bonos del Tesoro norteamericano (como reservas) en los países que más venden a Estados Unidos (en particular China y Japón, pero también Inglaterra, Alemania y Rusia).
Además, cuantiosos fondos privados volcaron hacia China e India y la mayoría de los “países en desarrollo”, para hacer más ganancias por los salarios más bajos o en operaciones especulativas con las materias primas (vegetales y minerales) y “papeles” (acciones, bonos, divisas) con expectativas de apreciación.
“La sobrevaluación del dólar, que opera como moneda patrón en todo el mundo, ha creado una situación económica potencialmente explosiva”, señaló el Informe del CC del PCR de la Argentina del 20 y 21 de mayo de 2006.