Una de las características de las llamadas campañas al Desierto, desde las iniciadas por Rosas bajo el gobierno bonaerense de Martín Rodríguez, de 1820 a 1824, fue la conversión de los originarios hechos prisioneros en peones en las estancias y de sus mujeres en sirvientas y niñeras. Lo que fue llevado al extremo en la campaña de Roca en 1879 matando todos los varones mayores y repartiendo las mujeres y niños entre las familias oligárquicas.
Una de las características de las llamadas campañas al Desierto, desde las iniciadas por Rosas bajo el gobierno bonaerense de Martín Rodríguez, de 1820 a 1824, fue la conversión de los originarios hechos prisioneros en peones en las estancias y de sus mujeres en sirvientas y niñeras. Lo que fue llevado al extremo en la campaña de Roca en 1879 matando todos los varones mayores y repartiendo las mujeres y niños entre las familias oligárquicas.
La sociedad de beneficencia organizaba la colocación de niñas huérfanas en casas de familia. Liborio Justo, en su biografía titulada Prontuario, cuenta que lo crió una mapuche, La Ñaña, que su abuela materna, la mujer del general Bernal, le había regalado a su madre.
Liborio Justo tuvo un gran respeto por esta mujer, y describe sus aportes culturales, que dice lo acompañaron toda la vida, reconoce que a la pobre niña primero le mataron a toda su familia, y luego la colocaron como sirvienta.
Algunos originarios, esclavizados, fueron llevados hasta el museo de La Plata, como “informantes culturales” de la división de etnografía. Cuando murieron, sus esqueletos se guardaron en la división de antropología, y fueron estudiados con un número asignado, y pertenecientes a esa colección del Museo. Tras años de reclamos de las comunidades originarias y el acompañamiento de estudiantes y docentes, con apoyo de Bayer y del profesor Sarasola, en 1989 se logró que la Universidad restituyera los restos, para darles sepultura.
El positivismo filosófico, creador y orientador del Museo de La Universidad Nacional de La Plata, no se preguntó jamás por qué tenían el derecho de estudiar y exhibir el esqueleto de un originario.
Es que el positivismo filosófico, con su apariencia científica y materialista mecanicista, en realidad concebía el mundo como un complejo de objetos y procesos ya elaborados, terminados, repudiaban la dialéctica y fueron cómplices del genocidio de los pueblos originarios, estudiando un esqueleto como pieza de museo, sin preguntarse las razones políticas que obligaron a algunos de los sobrevivientes de los pueblos originarios a servir al museo como “informantes culturales”, una especie de esclavos de los científicos que estudiaban antropológicamente la originalidad de la pieza exhibida.
El positivismo filosófico acompañó la tesis de que una civilización llamada superior tiene derecho a exportar e imponer su cultura y dominación. De esta manera, Europa podía colonizar parte del mundo, y la oligarquía nativa, con apoyo intelectual de estos científicos, podía realizar el genocidio de los pueblos originarios y quedarse con sus tierras.
Las banderas y valores de orden y progreso, propias del positivismo, cuando se objetivizaron en África colonizada, y en nuestra América transformada en naciones oprimidas y dependientes, dejaron en claro que en realidad justificaban el derecho de las potencias civilizadas del exterior para extender su cultura, y dominación, usando como brazo ejecutor a la oligarquía nativa. Estas cosas pasaron. Es bueno difundirlas porque permanecen ocultas.
03 de mayo de 2012