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02 de octubre de 2010

Petróleo, expansionismo, aires de guerra

La mano de los imperialismos en Medio Oriente y Asia Central

Los presidentes de Rusia y de Irán, Putin y Ahmadineyad dieron un paso mayor en su “relación estratégica”. La semana anterior, durante la reunión cumbre de países del Mar Caspio realizada en la capital iraní Teherán con el presidente iraní y los de Azerbaiyán, Kazajstán y Turkmenistán, el ruso y el iraní lanzaron una advertencia a Washington: no permitirán –aseguraron– ninguna “interferencia extranjera” en los cinco países ribereños del Mar Caspio, en alusión al proyecto yanqui de construir un oleoducto y a la persistente idea bushista de establecer bases en la zona, como puntos de apoyo tanto para atacar a Irán como para afirmar el cerco sobre Rusia y China.

Amigos son los barriles
El eje que anima la nueva “amistad” ruso-iraní es el petróleo. Pero el jefe del Kremlin viró de sus anteriores promesas a Bush de apoyar las sanciones contra el plan nuclear iraní, a afirmar ahora su respaldo a éste y la provisión de materiales y asistencia técnica para concluir la central nuclear de Bushehr; anticipándose a la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU en noviembre, el respaldo de Putin sale al cruce de la escalada yanqui-europea para aplicar nuevas sanciones a Irán.
En Teherán, Putin defendió el derecho de Irán a desarrollar la energía nuclear y previno contra cualquier represalia militar. Moscú se opone a las sanciones más duras que Washington y otros países intentan que la ONU apruebe contra Teherán. El presidente ruso y los jefes de los estados del Caspio firmaron una declaración de apoyo al programa iraní de enriquecimiento de uranio.
Hay que recordar, también, que el gobierno iraní asiste como “observador” a las reuniones y prácticas militares de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), de la que además de Rusia también forma parte China.

El Caspio es nuestro
El petróleo sigue siendo la puerta estratégica mundial del desarrollo industrial, e Irán tiene la llave del acceso y control militar del Golfo Pérsico y del “triángulo petrolero” que vincula al Mar Negro, el Mar Caspio y el Estrecho de Ormuz: por allí pasa más del 40% de la producción petrolera y gasífera mundial. Fortalecido por la visita de Putin, Ahmadineyad llamó a mantener fuera del Caspio a las potencias extranjeras (entre ellas, obviamente, no mencionó a Moscú).
Para eso en el encuentro de Teherán se constituyó un frente común contra las “amenazas regionales e internacionales”, en transparente referencia a Washington y la UE.
Por su parte, el ruso subrayó la posición común de ambos países a favor de un escenario internacional multipolar. Según Putin, la situación actual en Irak y Afganistán es fruto del “unilateralismo” norteamericano, y defendió la colaboración con la ONU en pro del “respeto de las normas internacionales”.

Rusia: intereses aquí y allá
La de Putin es ya una ofensiva política y diplomática global dirigida a minar y contrarrestar la hegemonía mundial norteamericana, ensanchar su propio campo de alianzas, y prepararse decididamente para un desenlace estratégico de la confrontación.
Días antes de viajar a Alemania y luego a Irán, Putin advirtió que, en represalia por la posible instalación del “escudo” de cohetes antimisiles yanquis en Polonia y la República Checa, Rusia podría abandonar el Tratado sobre Misiles de Alcance Medio (INF, de Reagan y Gorbachov en 1987), que prometía la prohibición de misiles yanquis y soviéticos con un alcance de 500 a 5.000 kilómetros. El tal “escudo” obviamente amenazaría la “seguridad” de los imperialistas rusos, ya que permitiría a los imperialistas yanquis monitorear el territorio ruso y voltear sus misiles poco después de su lanzamiento.
En esos mismos días Putin criticó la campaña yanqui en Irak calificándola –claro que por primera vez en 4 años de invasión– de guerra “sin sentido” contra el pueblo iraquí con el fin de controlar las reservas petroleras del país. El ruso reclamó a Estados Unidos que fije una fecha para el retiro de Irak, y consideró “inadmisible perpetuar el régimen de ocupación”.
Casi sobre la etapa de balance de sus dos presidencias, Putin proclama supuestos fines de “defensa” en todo el planeta y sigue centrando recursos financieros y políticos en el rearme estratégico -incluido el desarrollo de nuevas armas nucleares- y en contrapesar la primacía yanqui en el mundo –aprovechando el empantanamiento en Irak–. El rearme ruso, anunció desembozadamente hace unos meses, incluye el desarrollo de nuevos misiles balísticos intercontinentales, dotados de varias ojivas nucleares y capaces de burlar a los sofisticados sistemas antimisiles. Y proclamó ahora: “Rusia gracias a Dios no es Irak; Rusia tiene suficientes fuerzas y recursos para defenderse a si misma y sus intereses en su territorio propio y también en otras regiones del mundo”.
En el mismo sentido fue su advertencia a Washington. “Si toman una decisión [sobre la instalación del “escudo”] sin tener en cuenta los intereses de Rusia, vamos a adoptar medidas en respuesta”, dijo. En julio pasado había advertido que las “medidas” incluirían instalar misiles en su enclave báltico de Kaliningrado. Rusia acaba de clavar su bandera en los océanos del Polo Norte, mientras movilizaba sus bombarderos nucleares en el Pacífico y coordinaba ejercicios militares conjuntos con China.
La Rusia de Putin aspira sin embozo a la condición de superpotencia. Favorecidos por los altos precios del petróleo (que ya bordea la cifra récord de 90 dólares el barril), y reconstituido y renovado su poderío nuclear y convencional, los hombres de Putin y el complejo militar-industrial ruso avanzan en desafíos cada vez más abiertos a la hegemonía imperialista yanqui en Asia, el Golfo Pérsico, Medio Oriente y América Latina.
El gobierno ruso viene estableciendo acuerdos con diversos países para el desarrollo de una vasta red de oleoductos y gasoductos que pondrían a Rusia en el eje del suministro petrolero y gasífero a Europa y a los grandes centros del Asia Oriental. Ya es el principal proveedor de armamento a los países que Bush incluye en su “eje del mal”, entre ellos Irán y Venezuela. Rusia viene sellando con China acuerdos estratégicos que confrontan la hegemonía yanqui y europea. A principios de septiembre Moscú y Beijing dieron curso a un convenio para la puesta en marcha de un bloque político-militar que disputa “jurisdicciones” a la OTAN no sólo en Asia Central sino en todo el continente eurasiático, así como al papel de gendarme yanqui que desempeña Israel en el Medio Oriente.