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22 de marzo de 2011


Programa aprobado por el IV Congreso -Tandil, 18, 19, 20, 21 y 22 de abril de 1984

Documentos aprobados / Tomo 4-2

Introducción

El Partido Comunista Revolucionario de la Argentina lucha por hacer realidad el objetivo histórico del proletariado: el comunismo.

Introducción

El Partido Comunista Revolucionario de la Argentina lucha por hacer realidad el objetivo histórico del proletariado: el comunismo.
Nuestro objetivo es la sociedad sin explotadores ni explotados, la sociedad comunista, sociedad en que habrá desaparecido la sumisión de los hombres a la división del trabajo, el antagonismo entre el trabajo manual y el intelectual y entre la ciudad y el campo, y en la que el trabajo será la primera condición de la existencia del hombre. En la que fluirán con todo su caudal los manantiales de la riqueza colectiva. Una sociedad que tendrá como lema: “de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”.
Somos el partido revolucionario del proletariado de la Argentina. Surgimos del enfrentamiento a quienes tiraron por la borda la doctrina inmortal de la clase obrera: el marxismo-leninismo, rescatando las tradiciones más bellas de nuestro proletariado, de los marxistas del noventa del siglo pasado y de los fundadores del Partido Comunista en 1918. Partido éste al que la clase obrera y el pueblo argentinos dieron sus mejores hijos, escribiendo páginas gloriosas de lucha en nuestra historia y posibilitando el desarrollo del movimiento comunista argentino.
El revisionismo teórico y el oportunismo político de la dirección del Partido Comunista llevó a que las banderas del marxismo-leninismo fueran enlodadas, ocultadas, vaciadas de su contenido revolucionario, traicionando a partir de esto, los intereses inmediatos e históricos del proletariado.
Nuestro Partido rescató estas banderas y avanza en la reconstrucción de la vanguardia marxista-leninista del proletariado argentino, condición principal a resolver para el triunfo de la revolución en nuestra Patria.
Sintetizando las experiencias de las masas explotadas y oprimidas en su lucha contra sus enemigos de clase a la luz de las verdades universales del marxismo-leninismo-maoísmo, en estos años, posteriores a nuestro nacimiento en 1968, hemos avanzado en la integración de esas verdades universales con la revolución argentina. Producto de ello es nuestro programa, cuyos fundamentos y plataforma aquí ofrecemos al conjunto de la clase obrera y el pueblo argentinos.

I. Nuestra época

El desarrollo del capitalismo y del proletariado en el siglo pasado originó grandes luchas obreras y populares. La Comuna de París, primera experiencia de formación de un Estado proletario en 1871, fue el paso más avanzado de este proceso revolucionario. Carlos Marx dijo: “los principios de la Comuna son eternos y no pueden ser destruidos, se manifestarán una y otra vez hasta que la clase obrera consiga la liberación”.
Carlos Marx y Federico Engels fundaron la teoría científica del proletariado, estableciendo las bases de la teoría revolucionaria que ha guiado y sigue guiando las luchas de las grandes masas explotadas y oprimidas, dirigidas por la clase obrera.
En el último tercio del siglo pasado el capitalismo entró en su fase imperialista. Capitalismo monopolista en el que ha ido adquiriendo un peso decisivo el capital financiero y que, pese a su gran crecimiento, económico, es un capitalismo agonizante, porque se agudizan al extremo las viejas y nuevas contradicciones del capitalismo que provocan, inevitablemente, crisis periódicas cada vez más profundas y más graves que conmueven los cimientos del sistema capitalista a escala mundial. Es la época del imperialismo y las revoluciones proletarias, como la definió Lenin.
Los imperialistas no sólo explotan a las masas populares de sus países, sino que oprimen y saquean al mundo entero, convirtiendo a la mayoría de los países del globo en colonias, semicolonias y países dependientes. Se entrelazan así los movimientos de liberación nacional con el movimiento revolucionario del proletariado.
La disputa interimperialista por el control del mundo generó en 1914 la Primera Guerra Mundial. Durante la misma el Partido Comunista dirigido por Lenin, llevó en Octubre de 1917, al triunfo de la revolución socialista en Rusia. A pesar de la resistencia de las clases derrotadas, del asalto imperialista y del cerco contrarrevolucionario, con la línea de Lenin millones de explotados realizan la epopeya histórica, por primera vez en la historia de la humanidad, de sostener la dictadura del proletariado.
Lenin inició una nueva etapa en el desarrollo del marxismo: el marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria. A su muerte, Stalin defendió sus enseñanzas. Avanzó la construcción del socialismo en la URSS. Esto incidió favorablemente en el desarrollo de los movimientos revolucionarios en el mundo y en América Latina.
La disputa interimperialista que oponía a Francia, Inglaterra y los EE.UU., por un lado, con los países que conformarían luego el eje fascista Alemania, Italia y Japón originó la Segunda Guerra Mundial.
Al agredir Alemania a la URSS (en ese entonces todavía bajo la dictadura del proletariado) la guerra interimperialista se transformó en una guerra antifascista en la que se fundió la defensa del primer país socialista con la lucha liberadora de los pueblos soiuzgados por el nazismo alemán y el militarismo japonés. El imperialismo nazi-fascista se convirtió en el enemigo principal del proletariado a escala mundial. La URSS, dirigida por Stalin, llevó desde entonces el peso principal de la lucha contra el fascismo.
Derrotado el fascismo se fortalecieron en todo el mundo las posiciones proletarias revolucionarias y de liberación nacional. La revolución triunfó en algunos países del este europeo. Los pueblos de Asia, África, América Latina y otras regiones se colocaron en la primera fila de la lucha antiimperialista, y anticolonialista, realizando luchas armadas revolucionarias, conquistando grandes victorias que cambiaron la fisonomía del mundo de la posguerra. Esto estimuló al proletariado mundial y a los pueblos de todos los países en su lucha revolucionaria antiimperialista. A su vez, el Partido Comunista de China dirigido por el camarada Mao Tsetung condujo al pueblo chino al triunfo de la revolución, instaurándose la República Popular, el 1º de Octubre de 1949.
Después de la revolución de Octubre en Rusia, la victoria de la revolución china es el acontecimiento más importante en la historia del movimiento revolucionario del proletariado internacional. El camarada Mao Tsetung desarrolló el marxismo-leninismo en todos los planos.
El imperialismo yanqui emergió de la Segunda Guerra Mundial como la superpotencia imperialista hegemónica.
Con la derrota que sufrió en Corea, el triunfo de la revolución cubana y de las guerras de liberación nacional de los pueblos de Vietnam, Kampuchea y Laos, el imperialismo yanqui cayó a comienzos de la década del setenta, en una profunda crisis militar, política y económica. Perdió fuerzas, relativamente frente a los países de Europa Occidental y Japón y pese a hacer denodados esfuerzos por mantener su hegemonía comenzó a declinar y a retroceder.
En la URSS, primera experiencia duradera de la dictadura del proletariado, en el período de Stalin, en el marco de relaciones de producción no enteramente revolucionarizadas, se desarrolló una capa burocrática privilegiada, alejada cada vez más del control de las masas, que inició el camino de la utilización de sus privilegios políticos para generar privilegios sociales. Esta capa se apoyó y favoreció el desarrollo de sectores aburguesados y elaboraciones teóricas y políticas revisionistas. A la muerte de Stalin, luego del XX Congreso del PCUS, estos sectores promovieron un golpe de Estado y la revisión teórica y práctica de la línea proletaria.
El ascenso del revisionismo al poder, significó el ascenso de la burguesía al poder. Surgió así una burguesía burocrática monopolista de nuevo tipo, que restauró el capitalismo y fue convirtiendo a la URSS en una potencia social-imperialista. Del revisionismo a la traición y de la traición al socialimperialismo y al fascismo. Tal fue el tránsito de la dirección del PCUS. Esto colocó frente al imperialismo yanqui a un agresivo rival, poderosísimo, que pasó a disputarle el control del mundo.
Con la degeneración de la URRS surgió otro fenómeno en el movimiento revolucionario mundial: ensilladas por el socialimperialismo –que se disfraza de “aliado natural” de los pueblos del Tercer Mundo– varias revoluciones de liberación nacional triunfantes sufrieron el cambio de amo. Derrotaron a los yanquis u otros colonialistas, para ser colonizados por los rusos. Cuba, Vietnam, Etiopía, Angola, son ejemplos trágicos de ese fenómeno. La no comprensión del cambio de carácter de la URSS, por parte de los revolucionarios y comunistas de estos países, posibilitó el copamiento del nuevo amo imperialista. Esto fue posible, por el peso que tenía el revisionismo en las direcciones de los Partidos Comunistas de esos países.
Mao Tsetung, el más grande marxista-leninista de nuestro tiempo, inició la gran lucha contra el revisionismo moderno, analizó el cambio de carácter de la URSS, definiéndola como socialimperialista (socialista de palabra e imperialista en los hechos), y estudiando las causas de esta tragedia histórica para el proletariado y los pueblos del mundo, elaboró la teoría de la continuación de la revolución bajo la dictadura del proletariado. Y en 1974, sintetizando la realidad objetiva de la lucha de clases a escala mundial, formuló la teoría de los Tres Mundos1 defendiendo y desarrollando con ella, las tesis fundamentales del marxismo-leninismo.
La teoría de los Tres Mundos se basa en la teoría de Lenin acerca de que nuestra época es la época del imperialismo y de la revolución proletaria, en la teoría leninista sobre el desarrollo desigual del imperialismo y la inevitabilidad de que los países imperialistas recurran a la guerra para repartirse de nuevo el mundo y en la tesis, según la cual, el imperialismo ha dividido al mundo en naciones opresoras y naciones oprimidas, el proletariado internacional lucha al lado de éstas últimas y las revoluciones de liberación nacional confluyen con la revolución proletaria mundial.
 La lucha por la liberación nacional y la lucha revolucionaria de la clase obrera y de los pueblos oprimidos siguen desarrollándose en todo el mundo. Sus centros de tormenta actuales son: Kampuchea, Afganistán, Polonia, Palestina, Irán, Namibia, Centroamérica. Las luchas de liberación nacional y los movimientos revolucionarios se producen sin cesar en todo el mundo.
Las superpotencias tratan de instrumentar estas luchas para sus objetivos hegemonistas. Pero ni es la CIA la que gestó la lucha heroica de diez millones de obreros polacos y de millones de campesinos en Polonia, ni la resistencia del pueblo de Afganistán contra el socialimperialismo ruso, ni es obra de la KGB la lucha infatigable y gloriosa de los pueblos salvadoreño y guatemalteco contra la oligarquía proyanqui de esos países.
O la revolución impide la guerra o ésta trae la revolución. Esta es la dialéctica de la lucha de clases. En la segunda mitad de la década del sesenta, el camarada Mao señaló que en el mundo había factores de guerra y de revolución. Pero avanzaban los factores de revolución. Posteriormente indicó que crecían ambos factores; y poco antes de morir planteó que avanzaban más los factores de guerra y que si bien era posible postergar la guerra ésta era inevitable. La URSS es el imperialismo más feroz, más aventurero y más agresivo y la principal fuente de guerra. La reacción de la administración Reagan, la mayor agresividad yanqui, no modifica lo analizado por el camarada Mao Tsetung en febrero de 1976, cuando señaló: “Los EE.UU. tienen intereses que proteger en el mundo, mientras que la URSS quiere la expansión; esto es inalterable”. De conjunto se acumulan y se aceleran los factores de guerra.
 El desarrollo de los acontecimientos mundiales desde la posguerra sirvió de base a la teoría formulada por el camarada Mao Tsetung sobre la distinción de los Tres Mundos. Los hechos posteriores confirman esta teoría, que proporciona al proletariado y a los pueblos un arma poderosa para determinar, en la actual situación internacional, quiénes son los enemigos principales y las fuerzas revolucionarias principales, cuáles son las fuerzas intermedias susceptibles de ser ganadas y unidas para aislar y golpear duramente al enemigo principal.

Ubicación de la Argentina
En este contexto, la lucha por la transformación de nuestra sociedad en una sociedad comunista requiere obligatoriamente etapas previas que abarcan la revolución democrática y la revolución socialista. Lo que implica comprender a fondo la diferencia y la relación existente entre ambas.
 En la Argentina, país dependiente oprimido por el imperialismo, aún hoy no se han realizado las tareas democráticas, agrarias y antiimperialistas, por no haberse destruido el Estado oligárquico-imperialista. A pesar de las importantes reformas realizadas por el yrigoyenismo y por el peronismo quedó demostrada la incapacidad de la burguesía nacional para llevar adelante las transformaciones revolucionarias que nuestro país necesita. Sólo podrá hacerlo el proletariado dirigiendo al conjunto del pueblo en la lucha por instaurar una república de nueva democracia.
“Los múltiples sistemas de Estado en el mundo pueden reducirse a tres tipos fundamentales, si se clasifican según el carácter de clase de su Poder: 1) República bajo la dictadura de la burguesía; 2) República bajo la dictadura del proletariado; y 3) República bajo la dictadura conjunta de las diversas clases revolucionarias.” (“Sobre la nueva democracia”, Obras Escogidas de Mao Tsetung, Tomo II, pág. 365).

Para garantizar este último tipo de república y avanzar en el camino revolucionario, es imprescindible que el proletariado, fuerza principal de la revolución, no sólo encabece sino también hegemonice la lucha por la destrucción del viejo Estado y la construcción de un Estado de nuevo tipo, el Estado Popular Revolucionario.
Las clases revolucionarias necesitan de este nuevo Estado para resolver las tareas agrarias y antiimperialistas y para no quedar desarmadas ante las clases derrotadas que siempre intentarán volver. Estas cuestiones estarán en profundo debate en el seno del pueblo. De qué línea, de qué concepción triunfe dependerá que la revolución avance a la etapa de dictadura del proletariado, el socialismo, en forma ininterrumpida, como etapa de transición al comunismo, o que se restauren la explotación y la opresión.
 La revolución de nueva democracia que la realidad de nuestro país exige es la revolución agraria antiimperialista.
 A diferencia de algunos otros países coloniales, semicoloniales o dependientes, la Argentina ha sido y es un país disputado por varios imperialismos.
 En los últimos veinte años el socialimperialismo soviético ha hundido profundamente sus raíces en la economía nacional; esto produjo profundos cambios en lo que hace al imperialismo dominante en nuestra patria.
 Después de la gesta histórica del 2 de abril de 1982 de recuperación de las Malvinas, y de la derrota del 14 de junio, se agudiza y se agudizará cada vez más la lucha interimperialista por decidir qué potencia imperialista y en especial qué superpotencia dominará en la Argentina.
 Esta disputa interimperialista que es algo malo para nuestro pueblo y para nuestra patria, en la medida que avance la lucha antiimperialista y antiterrateniente puede y debe ser utilizada a favor de la lucha liberadora y en cierta medida puede ser transformada en algo ventajoso para esa lucha.

II. Breve reseña histórica

En 1780 un furioso estallido de masas conmovió los cimientos más profundos de] régimen colonial y fue uno de los jalones más importantes en el camino hacia la independencia latinoamericana. De las innumerables luchas que durante tres siglos opusieron las masas aborígenes a los colonialistas, la expresión más elevada fue la insurrección que dirigió Tupac Amaru. Fue una gigantesca rebelión social en la que las masas insurrectas atacaron, en tres virreinatos, los pilares de la sociedad feudal, de castas, que España implantó junto con la colonia.
En un proceso, las insurrecciones indígenas empalmaron con los levantamientos de esclavos negros y con los sentimientos y necesidades de vastos sectores criollos oprimidos también por el régimen colonial. Así la resistencia a las invasiones inglesas de 1806 y 1807 en el Río de la Plata y las insurrecciones de Chuquisaca y La Paz de 1809 abrieron el camino para la revolución de mayo de 1810. Revolución que también se vio estimulada por importantes acontecimientos externos a nuestro subcontinente como la guerra de la independencia norteamericana (de 1776 a 1783), la Revolución Francesa (1789) y las rebeliones del pueblo español contra las invasiones napoleónicas que se iniciaron en 1808.
La Revolución de 1810 marca el inicio de una guerra prolongada y heroica que culminó triunfalmente, con la derrota de los conquistadores españoles en Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824.
En la guerra de emancipación nacional, convergieron los indígenas que protagonizaron los heroicos levantamientos del Alto Perú, del noroeste y del noreste argentinos, del Paraguay y de la Banda Oriental del Uruguay; los sectores criollos como los expresados por Murillo en el Alto Perú, Francia en el Paraguay, Artigas en el Uruguay y Moreno en la Argentina; y además los sectores de terratenientes criollos que, aunque acordando en la lucha por la independencia de España, lo hacían defendiendo sus privilegios y, por tanto, oponiéndose al desarrollo de los elementos democráticos, antifeudales.
La hegemonía de los terratenientes en la guerra emancipadora nacional hizo que triunfante la revolución en cuanto a la independencia del amo español, no se resolvieran las tareas de la revolución democrática. Al ser derrotados los intentos antifeudales, quedó pendiente la necesidad de la revolución democrática en nuestro país.
Esto está en la base de la preservación del atraso latifundista de origen feudal, y de los prolongados enfrentamientos entre distintos sectores de terratenientes de Buenos Aires y del interior del país que demoraron por más de 60 años la definitiva organización nacional. La disputa de las potencias europeas por los mercados y las materias primas, particularmente entre Inglaterra y Francia, condicionó decisivamente este proceso. Fue predominante la alianza de un sector de terratenientes y comerciantes intermediarios, principalmente de Buenos Aires, con el capitalismo inglés. En 1833, Inglaterra ocupa nuestras Islas Malvinas.
En todo el período que va hasta 1880 se mantuvo el predominio económico-social y político de los terratenientes, sin que esto se haya visto afectado por los intentos reformadores burgueses.
Las posibilidades de desarrollo capitalista que se abrieron con la caída de Rosas en 1852, siguieron estando limitadas por el predominio terrateniente. El acceso a la propiedad continuó estando vedado, en la práctica, a los nativos indígenas, mestizos y criollos pobres; los pocos inmigrantes que pudieron beneficiarse con planes de colonización fueron restringidos por los terratenientes a pequeñas zonas, marginándolos de las mejores tierras.
En 1865 la oligarquía argentina llevó a nuestro país a participar en la guerra genocida de la Triple Alianza contra el Paraguay, instigada por los intereses ingleses para liquidar la perspectiva de un desarrollo independiente.
En esas condiciones, también se vio dificultado el desarrollo de los centros urbanos, aunque éstos ya comenzaron a ser, particularmente Buenos Aires, el lugar de asentamiento obligado de los inmigrantes que no podían acceder a la tierra. Incluso muchos nativos del interior ya emigraban hacia las ciudades particularmente a Buenos Aires, escapando de las condiciones semiserviles de las estancias y a las levas forzosas.
Al irse transformando en una gran aldea, Buenos Aires se fue convirtiendo en un reducto para las artesanías y pequeñas fábricas como las que se registraron por 1870, con la consecuencia de un desarrollo aún débil del proletariado industrial y una aún más débil y dispersa burguesía con aspiraciones industrialistas. Las primeras experiencias de organización obrera están ligadas a este precario desarrollo industrial, destacándose el caso de los tipógrafos que ya en 1857 formaron su sociedad mutual, y que en 1878 protagonizaron la primera huelga organizada del país con la creación de un verdadero sindicato, la Unión Tipográfica, que funcionó entre 1877 y 1879.
La definitiva organización nacional bajo el control terrateniente en 1880, realizada con el genocidio de las nacionalidades y pueblos aborígenes de la región pampeana, del Chaco y de la Patagonia, va a signar todo el desarrollo posterior de la economía y de la sociedad argentina, abriendo la época de la dominación oligárquico-imperialista sobre nuestro país.
La significativa penetración del capitalismo extranjero, particularmente inglés invertido sobre todo en los ferrocarriles, frigoríficos, electricidad y finanzas, aceleró el desarrollo de relaciones mercantiles en la ciudad y en el campo, creando además ciertas condiciones y posibilidades objetivas para el desarrollo de la producción capitalista. Pero esto último se verá siempre lastrado en nuestra historia por el predominio de los intereses de los terratenientes latifundistas y por la propia penetración imperialista. La penetración imperialista condiciona y deforma todo el desarrollo de la economía nacional en función de sus intereses. Para ello el imperialismo alía y subordina a los terratenientes latifundistas, convirtiéndolos en verdaderos apéndices de su política.
En consecuencia se mantuvo y se mantiene el atraso latifundista de origen feudal en el campo, con el consiguiente retraso en el desarrollo de las relaciones capitalistas de producción y el mantenimiento y recreación de relaciones semifeudales; y Argentina se convierte en un país dependiente, parte del conjunto de países coloniales, semicoloniales y dependientes oprimidos por los países imperialistas.
Así se interrelacionaron la contradicción entre el pueblo y los terratenientes y la contradicción entre el imperialismo y la Nación Argentina.
Así se interrelacionaron también las dos grandes tareas de la revolución argentina: la tarea democrática y la tarea liberadora.
Y así también se interrelacionan, desde 1890, aunque marchando a veces por carriles separados, el movimiento democrático y el movimiento proletario.
Al calor de importantes movimientos huelguísticos de ferroviarios, albañiles, carpinteros, panaderos, etc., el 1º de Mayo de 1890 se conmemoró el día internacional de los trabajadores. A su vez, la oposición de distintas fuerzas agrupadas en la Unión Cívica da origen al levantamiento armado del 26 de julio de 1890. Fracasado éste, la Unión Cívica se divide entre el sector que acuerda con la oligarquía y el imperialismo, y el sector radical que sigue la lucha, organizando en 1893 un levantamiento armado en casi todas las provincias argentinas. En cuanto al movimiento obrero, a fines de 1890 se da por constituida la primera central de trabajadores argentina y, desde 1894, funciona la Agrupación Socialista que dará origen al partido del mismo nombre.

El siglo veinte
Desde principios de siglo, el proletariado comenzó a tener una importancia creciente, como lo demostró la huelga general de 1902 en Buenos Aires. Así lo entendió la propia oligarquía que desde el gobierno reprimió con saña las manifestaciones obreras. Simultáneamente se veía frustrada, una nueva insurrección radical, contra el régimen oligárquico, en febrero de 1905.
El reformismo y el revisionismo imperantes en la dirección del Partido Socialista, que dejó de lado las banderas revolucionarias de los marxistas argentinos del noventa (encubriendo su economismo y su oportunismo parlamentarista con un barniz de “purismo” doctrinario), y el peso del anarcosindicalismo, impidieron que el proletariado pudiera también jugar un papel decisivo en la lucha democrática.
De todas maneras, las grandes luchas obreras fueron debilitando el poder de la oligarquía y estimularon la lucha de otros sectores populares, con eclosiones como la huelga campesina de 1912 conocida como El Grito de Alcorta, obligando a la oligarquía a hacer concesiones. Esto y el comienzo de la primera guerra interimperialista, que debilitó temporariamente los lazos de la dominación británica sobre nuestro país, permitió que el radicalismo llegara al gobierno nacional, a través de elecciones, en 1916.
La fiebre electoralista que desde 1912 comenzó a predominar tanto en el socialismo como en el radicalismo, fue empujando a esos partidos a una política de conciliación con la oligarquía y el imperialismo y condicionará el desarrollo posterior de todo el movimiento democrático.

Los gobiernos radicales.
El movimiento obrero y popular aprovechó la nueva situación creada con la llegada de Yrigoyen al gobierno, para avanzar en sus conquistas democráticas y económicas. Ejemplo de esto son las huelgas portuarias que obtienen las 8 horas y aumentos salariales y las de ferroviarios, que logran la anulación del artículo 11 de la ley de jubilaciones que imponía renunciar al derecho de huelga para acogerse a la jubilación. Las luchas campesinas, donde por primera vez se lanza la consigna “la tierra para quien tenga capacidad y voluntad de trabajarla” y se obtiene la primera ley de arrendamientos y aparcerías rurales. La lucha de los estudiantes por la reforma universitaria, que ocupan la Universidad de Córdoba en junio de 1918.
En este contexto de ascenso revolucionario del movimiento obrero y popular, venía desarrollándose una corriente en el seno del Partido Socialista, de crítica y lucha contra el revisionismo de su dirección. Esta corriente revolucionaria fue estimulada por el triunfo de la revolución bolchevique y dio origen el 6 de enero de 1918 al Partido Socialista Internacional, que a partir de 1921 se llamó Partido Comunista de la Argentina. Esto creaba la posibilidad de que el proletariado argentino contase con un partido auténticamente revolucionario, marxista-leninista.
Terminada la guerra interimperialista, la oligarquía y el imperialismo, particularmente inglés, pasan a trabajar activamente por recuperar el terreno perdido, cercando al gobierno radical y poniendo el centro en detener la oleada revolucionaria de masas. El yrigoyenismo forcejea con la oligarquía y el imperialismo, pero temeroso del desborde obrero y popular reprime sus luchas sangrientamente, como ocurre en la Semana Trágica de enero de 1919 y con las huelgas de la Patagonia y del Chaco de 1920-1921.
Aparece así el doble carácter de la burguesía, manifestándose a la vez la impotencia del camino reformista para resolver las tareas agrarias y antiimperialistas. La conciliación del gobierno de Yrigoyen, particularmente con los grandes terratenientes ganaderos, facilitó la recuperación de posiciones por parte de la oligarquía y el imperialismo, particularmente inglés. Cobran fuerza dentro del radicalismo los sectores proimperialistas, que forman el movimiento llamado “antipersonalista”. Con el gobierno de Alvear, de 1922 a 1928, predominará abiertamente este sector, obligando al yrigoyenismo a pasar a una verdadera oposición, desde la cual ganará nuevamente, y con mayor amplitud, las elecciones nacionales, que darán la presidencia por segunda vez a Yrigoyen en 1928.

La década infame
Pese al nuevo auge de las luchas obreras y populares, en el marco de un nuevo auge de luchas antiimperialistas en toda Latinoamérica, en el que se destacará la lucha de Sandino en Nicaragua, el nuevo gobierno de Yrigoyen se debatirá en la impotencia de su política reformista, al no ir a fondo contra la oligarquía y el imperialismo. Estos aprovecharán las dificultades creadas por la crisis capitalista mundial de 1929, para pasar abiertamente a la conspiración que culmina con el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930. Se inicia así la llamada década infame, que se prolongó hasta 1943.
En el golpe del 6 de septiembre de 1930 habían coincidido distintos sectores proimperialistas, principalmente proingleses, proyanquis y proalemanes. Pero rápidamente quedó claro que la hegemonía la tenían los sectores proingleses. Lo que se correspondía con el carácter claramente dominante que tenía entonces el imperialismo inglés sobre la economía y la sociedad argentinas, cuya base estaba en su alianza con los terratenientes, que tenían en Inglaterra su principal comprador. Esto se graficó con la firma del pacto Roca-Runciman en 1933. Pacto que reflejaba el predominio inglés en nuestro país pese a la importancia de las inversiones norteamericanas.
Distinta era la situación en el resto de América Latina donde ya el imperialismo yanqui había logrado imponer su hegemonía.
Pese al fraude electoral y a la represión policial, con la tristemente célebre Sección Especial, el movimiento obrero, campesino y popular inicia un nuevo auge a mediados de la década del treinta.
La gran huelga de la construcción de 1936, da nuevos bríos a las luchas obreras y populares y se fortalece la organización del movimiento obrero a través de los sindicatos.
Se desarrolla el movimiento de solidaridad con la República Española.
En el marco de la Segunda Guerra Mundial, se organiza el movimiento antifascista.
En todas estas luchas juega un papel decisivo el Partido Comunista quien a través de la abnegada labor de sus militantes marca un hito en las gloriosas tradiciones de lucha del movimiento comunista argentino.
Distintas corrientes nacionalistas burguesas comenzaron a exigir reformas que afectaban los intereses terratenientes y de los capitales británicos. La burguesía nacional perfila sus intereses políticos y su disposición a la lucha política.
Se iban así acumulando fuerzas para dar un nuevo impulso a la lucha antioligárquica y antiimperialista.
El debilitamiento temporal de Inglaterra por la ofensiva de la Alemania nazi y el hecho de que los EE.UU. debieran concentrar su potencial económico y militar en la guerra, incidió sobre la situación argentina. Se debilitaron las posiciones de los principales opresores de la nación argentina, a la vez que las inversiones alemanas hacían crecer la intención nazi de adueñarse de nuestro país.
Esto alentó durante este período el espíritu de independencia de la burguesía nacional, particularmente respecto al imperialismo inglés.
Al agredir Alemania a la URSS (en ese entonces todavía bajo la dictadura del proletariado), la guerra interimperialista se transformó en una guerra antifascista, en la que se fundió la defensa del primer país socialista con la lucha liberadora de los pueblos sojuzgados por el nazismo alemán y el militarismo japonés. El imperialismo nazi-fascista se convirtió en el enemigo principal del proletariado a escala mundial. Era justo considerarlo así mundialmente y esto no fue antagónico con los intereses liberadores de la revolución argentina.
Dada la nueva situación nacional y mundial, la clase obrera argentina podía impulsar bajo su dirección un frente antifascista, antiimperialista y antioligárquico que, promoviendo las luchas populares, atrajera a la burguesía nacional y colocase al país junto a la coalición antifascista. Pero la línea errónea del PC al absolutizar la alianza con los imperialistas angloyanquis y con los sectores liberales de los terratenientes, limitó mucho el aporte argentino a la coalición antifascista e hizo perder independencia política al proletariado. En estas condiciones aprovechando la debilidad momentánea de británicos y norteamericanos, la burguesía nacional pasó a hegemonizar un frente nacionalista burgués que logró ganar una gran base de masas.

El peronismo
El 4 de junio de 1943 se produjo el golpe militar que desalojó del gobierno a conservadores y radicales “antipersonalistas”. Si bien es cierto que sectores pronazis participaron de este golpe, también es cierto que el mismo se dio cuando ya los ejércitos nazis habían sido derrotados en Stalingrado y esto diluía la posibilidad de apoyarse en la Alemania nazi para liberar a la Argentina del imperialismo inglés y evitar el sometimiento a los Estados Unidos.
Por esto en el grupo de militares que dio el golpe de Estado del 4 de junio, junto a sectores nazis y pronazis, había sectores nacionalistas que pensaban más en el mundo de posguerra que en la guerra; el entonces Coronel Perón estaba entre éstos.
Terminada la Segunda Guerra Mundial con la derrota de la Alemania nazi, crece el auge de la lucha revolucionaria de los pueblos y países oprimidos. Estados Unidos se transforma en el imperialismo más agresivo a escala internacional, y en el gendarme y principal enemigo de los pueblos.
Esto sucedió en 1945 e inicialmente no todos los comunistas lo comprendieron así. Justamente por haberlo comprendido, y a fondo, es que el Partido Comunista de China pudo conducir su revolución al triunfo en 1949.
La dirección del entonces Partido Comunista de la Argentina no comprendió que derrotados los nazis, las cosas habían cambiado a escala mundial.
Al hacer suyas las teorías browderistas (del revisionista Browder, que había sido caracterizado dirigente de la Internacional Comunista, y que en ese momento dirigía el Partido Comunista de Estados Unidos), planteó que se abría un período de colaboración con los imperialismos “democráticos” (es decir, para nosotros, principalmente Gran Bretaña y los Estados Unidos). Por esto y por su política oportunista respecto de los terratenientes liberales se aisló del proletariado, perdió fuerzas y no pudo orientar correctamente al movimiento obrero, campesino y popular en alza, y enfrentó a la burguesía nacional como enemigo principal.
El 17 de octubre de 1945, frente a la ofensiva de los sectores militares más representativos de la oligarquía y el imperialismo, se produce una movilización obrera y popular, antioligárquica y antiimperialista, que promueve, hegemoniza y aprovecha la dirección peronista para cambiar la correlación de fuerzas en el ejército a su favor.
En este contexto se marcha a las elecciones nacionales del 24 de febrero de 1946, que se caracterizan por una polarización extrema de la sociedad argentina, con la propia clase obrera dividida, pues el partido del proletariado al impulsar e integrar la Unión Democrática, se alió a los enemigos estratégicos de la revolución argentina (el imperialismo y los terratenientes). Ante la opción: Braden o Perón, la mayoría del proletariado industrial y rural y del campesinado pobre se volcó hacia éste último, convirtiéndose en la principal base social del movimiento hegemonizado por la burguesía nacional con aspiraciones industrialistas.
Durante los diez años de gobierno peronista y en particular durante la primera presidencia de Perón, se adoptaron medidas que lesionaron intereses imperialistas y se recortaron los beneficios a la oligarquía. Medidas que estimularon el desarrollo de la burguesía nacional, ampliaron el mercado interno y dieron impulso al desarrollo capitalista, como el fomento del capitalismo de Estado en energía, transporte, fabricación de material militar, industrias metalmecánicas, etc., la nacionalización de una parte del comercio exterior a través del IAPI y el congelamiento de los arrendamientos. Simultáneamente, junto a sujetar los sindicatos al Estado, y restringir las actividades políticas de oposición, impulsó un proceso de sindicalización masiva y puso en práctica una legislación de trabajo que concretaba reivindicaciones importantes para la clase obrera y el pueblo: jubilación, viviendas, obras sociales, convenciones colectivas de trabajo, escuelas fábrica, voto de la mujer, etc. En suma, el gobierno peronista realizó reformas sociales de gran significación por las que el proletariado y el pueblo argentinos habían luchado heroicamente durante muchas décadas.
Todo esto hizo que globalmente la sociedad argentina operara un importante avance bajo el peronismo. Pero éste, dada la naturaleza de clase de su dirección, no tocó lo fundamental de las clases dominantes; el latifundio y los monopolios imperialistas, principalmente en la industria de la carne y la electricidad. La economía argentina continuó siendo dependiente y se mantuvo el poder económico de los terratenientes. La Argentina era un obstáculo importante a los planes estratégicos de los imperialistas yanquis en el continente, dentro de un cuadro mundial signado por la guerra fría y el chantaje atómico yanqui.
Sometido a partir de 1952 a una fuerte presión de los norteamericanos, y sin divisas para importar los bienes de capital que la industria necesitaba para fortalecer los sectores de la metalurgia pesada, metalurgia liviana, petróleo y derivados y otras ramas industriales, el gobierno peronista comenzó a retroceder mientras conspiraban activamente los terratenientes y en general los sectores proimperialistas (golpe fallido de 1951) y avanzaban tanto la oligarquía como los monopolios (yanquis, ingleses, europeos en general).
Las masas, particularmente la clase obrera, seguían combatiendo por sus reivindicaciones, con importantes hitos como las huelgas de los cañeros tucumanos, gráficos, metalúrgicos, ferroviarios, bancarios, etc.
Por 1950 se desarrolló un gran movimiento popular contra las presiones por participar con un contingente de soldados argentinos junto al imperialismo yanqui en la guerra de Corea. La marcha de los obreros ferroviarios de Pérez jugó un papel decisivo en este movimiento. También las masas obreras y populares resistieron el intento de entrega del petróleo a empresas yanquis y las propuestas del “Congreso de la Productividad” que impulsó una política de superexplotación obrera como salida para la crisis.
Los terratenientes, sabiéndose fuertes porque el país necesitaba divisas y éstas provenían del campo, y los monopolios imperialistas por su capacidad de inversión en las mencionadas ramas industriales, habiéndose recuperado sus países de las secuelas de la guerra, marcharon a formar un bloque contra las exigencias populares y contra el gobierno peronista. Perón hizo importantes acuerdos económicos con la URSS y los países socialistas tratando de resistir el creciente hostigamiento imperialista. Ante la creciente amenaza de golpe de Estado, especialmente después de junio de 1955, las masas obreras intentaron enfrentarlo, incluso con las armas. El gobierno se opuso.

La restauración oligárquica
En setiembre de 1955 a través de un nuevo golpe militar, expresión de los intereses de los terratenientes e imperialistas, caía el gobierno peronista. La burguesía peronista, como antes el radicalismo, mostraba su impotencia para impedir las restauraciones oligárquico-imperialistas. Pese a esto, hubo fuerte resistencia obrera y popular al golpe.
La dirección del P.C., contra la actitud de muchos de sus militantes que querían enfrentar a los golpistas, participó del golpe de Estado que derrocó a Perón. Ejemplo de esto es que ocuparon puestos importantes en los sindicatos intervenidos por la “revolución libertadora”.
Desde 1955 se acentúa la dependencia de nuestro país, a partir de anudar lazos con el FMI, el Banco Mundial y otras instituciones financieras imperialistas. Política que reforzó la penetración yanqui y europea, favoreciendo un rápido proceso de concentración y centralización del capital en la industria, en el campo y en las finanzas.
Por lo que se profundizó la explotación y opresión de la clase obrera y el pueblo, se mantuvo el estancamiento agrario, se eliminaron las restricciones a los latifundios y se perjudicaron amplios sectores de la burguesía nacional.
La resistencia a esta política se dio en diversas formas. La clase obrera y las masas populares protagonizaron grandes combates. Se desarrolló la resistencia peronista; peronistas, comunistas y otros sectores se unieron contra la intervención dictatorial en la CGT y la derrotaron.
A partir de 1956, estimulado y apoyado por la camarilla que a la muerte de Stalin restauró el capitalismo en la URSS, se abre un largo y contradictorio proceso en la dirección del Partido Comunista de la Argentina hasta que se impone totalmente el revisionismo y la traición a los intereses de la clase obrera.
En el campo de la burguesía se fue conformando la llamada corriente desarrollista, liderada por Frondizi, que inicialmente planteó posturas antiimperialistas.
Los revisionistas soviéticos pudieron aprovechar sus viejas relaciones y las del P“C” con los dirigentes del frondofrigerismo para instrumentar dicha corriente en sus forcejeos con los yanquis.
La camarilla revisionista que se había apoderado en 1956 del poder en la URSS pasa a establecer puntos de apoyo locales aprovechando un viejo y gran trabajo de infiltrar del PC en las clases dominantes y explotadoras y en el aparato estatal; instrumentando su poderoso aparato económico y aprovechando asimismo las relaciones comerciales entre sectores de las clases dominantes y la URSS, fue desarrollando sectores de gran burguesía intermediaria del tipo Gelbard (como grupo económico y en el accionar político Gelbard y Frigerio marchaban unidos hasta fines de la década de 1960), Broner, Graiver, Trozzo, Greco, Oddone, Zorroaquín, Navajas Artaza, Hirsch, Saiegh, Capozzolo, Bulgheroni, etc., y asociando a un grupo de terratenientes y de gran burguesía tradicional, como los que expresan los Lanusse, Bullrich, Shaw, Blaquier, Acevedo, Muñiz Barreto, Cárcano, Santamarina, Martínez de Hoz, etc.
Es durante el gobierno de Frondizi cuando comienzan a adquirir un gran desarrollo estos grupos, no por las leyes del mercado sino por el uso de los fondos, estímulos, licitaciones, y demás beneficios que les permite el manejo del gobierno.
Dadas las condiciones existentes entonces, y en particular la posibilidad de invertir en ramas poco desarrolladas hasta ese momento y con un mercado interno importante, como ocurría con la industria automotriz y conexas (petróleo, caucho, partes, etc.) se pudo observar un crecimiento y una diversificación de la economía en los dos años siguientes a 1959. Claro que esto se logró con la ruina y el emprobrecimiento de otros sectores, la opresión de la mayoría del pueblo, la superexplotación obrera y la entrega del patrimonio nacional. Todo lo cual iba a acarrear una nueva crisis; aún más profunda, como fue la de 1962-63.
La política frondizista es resistida por la clase obrera y el pueblo. El movimiento obrero llevó a cabo grandes combates como la toma del frigorífico Lisandro de la Torre, en enero de 1959, la huelga grande ferroviaria de 1961, siguiendo las huelgas obreras hasta la caída de Frondizi. La dirección del peronismo estimula estas huelgas contra su aliado de ayer, con vistas a seguir acumulando fuerzas para su retorno al gobierno.
En estos años, el movimiento estudiantil libró grandes luchas (la lucha por mayor presupuesto, en defensa de la enseñanza laica, etc.)
La influencia de la revolución cubana conmovió a todo el pueblo argentino incidiendo en sus luchas, fortaleciendo el combate antiimperialista y la búsqueda de un camino revolucionario.
El golpe de Estado de marzo de 1962, no frena el auge de luchas obreras y populares; comienzan a darse las ocupaciones de fábricas como respuesta a la política de la dictadura. En este marco se producen los enfrentamientos en la cúspide militar, que culminan en la lucha armada entre “azules” y “colorados” expresión de la pugna por el poder de distintos sectores proimperialistas, de terratenientes y de gran burguesía intermediaria. Mientras los sectores desarrollados bajo el frondizismo anidaban en los “azules”, los “colorados” expresaban a los sectores más ligados a la relación tradicional con Europa. Derrotados estos últimos, la disputa se seguiría dando en el seno de los “azules”, “modernistas”, como expresión principalmente de la lucha entre los sectores proyanquis y prorrusos.
En esta situación de aguda lucha por el control del poder en la Argentina, se realizan las elecciones, con la proscripción del peronismo en 1963, que llevan al radicalismo al gobierno con Illia como presidente. Este pretendió aplicar una política de signo reformista en lo interno y de cuestionamiento de algunos elementos de la penetración yanqui en lo internacional.
Al amparo de esta situación se amplía la penetración soviética, crece la relevancia del grupo Gelbard-Broner y de los sectores asociados al socialimperialismo. El frondofrigerismo y el gelbardismo fueron activos golpistas.
En 1966 se produce el golpe militar, proterrateniente y proimperialista, particularmente yanqui, que termina con el gobierno de Illia. En la llamada “Revolución Argentina” de 1966 convergieron distintas fuerzas que expresaban a distintos imperialismos.
El golpe del 28 de junio de 1966 se propuso golpear al movimiento obrero y popular que venía en ascenso y aislar y destruir a las fuerzas revolucionarias de izquierda que se venían gestando y perfilando en el curso de las grandes luchas proletarias, campesinas y estudiantiles.
Esta dictadura afianzó la preeminencia de los capitales yanquis y europeos y pretendía interrumpir la creciente injerencia soviética. Pero este golpe militar no surgió de la ruptura de la base social que daba sustento a los “azules”. Y en el golpe militar encabezado por Onganía venían emboscados los militares prosoviéticos.
Por eso, si bien los monopolios yanquis tenían la hegemonía, dentro de los europeos –sus principales acompañantes– el predominio correspondía a los sectores desarrollados bajo el frondizismo, que eran amigos de la cúpula soviética (aunque más no sea en el sentido de favorecer las relaciones comerciales con la URSS).
Por otro lado, si bien la dictadura de Onganía golpeó en lo inmediato a los sectores visiblemente ligados a la dirección del PC, en particular a lo que se relacionaba con la pequeña y mediana burguesía a través del manejo de las cooperativas de crédito, no fueron afectados los sectores de terratenientes y de gran burguesía asociados al socialimperialismo y éste mantuvo incólume sus posiciones en las Fuerzas Armadas.

Un nuevo auge de luchas
La política proterrateniente y proimperialista de la dictadura de Onganía creó un polvorín de descontento en las masas obreras, campesinas y populares en general. La clase obrera se pone a la cabeza de la resistencia antidictatorial, destacándose las grandes huelgas de los ferroviarios, portuarios, azucareros, municipales, petroleros, etc. Luchas que confluyeron con las grandes movilizaciones estudiantiles convocadas por la Federación Universitaria Argentina.
En el conjunto de las fuerzas políticas de la izquierda argentina se profundiza la diferencia entre el camino reformista y el revolucionario.
La muerte heroica de un revolucionario comunista, el Che Guevara, repercutió hondamente en el pueblo argentino, particularmente en la juventud.
El debate abierto entre las fuerzas revolucionarias se daba, por un lado, entre los que concebían al foco guerrillero como el camino más apto para llegar a la revolución, donde las masas eran espectadoras del accionar de los grupos armados, reduciendo el papel del proletariado y del pueblo a la lucha económica y, por otro, los que defendían la concepción leninista que no reduce al proletariado a la simple lucha económica, sino que por el contrario le asigna el rol de principal protagonista de la lucha política y considera que sólo el pueblo en armas con el proletariado y su Partido como vanguardia pueden llevar la revolución al triunfo.
En ese marco, el 6 de enero de 1968 se constituye el Partido Comunista Revolucionario, nuestro Partido.
La necesidad de nuestro Partido había madurado en las entrañas del movimiento obrero y revolucionario argentino a cuyos requirimientos esenciales no servían ni el PC, que había degenerado como partido marxista-leninista, ni el peronismo, ni el revolucionarismo pequeñoburgués.
La fuerza reorganizadora de la vanguardia marxista-leninista en la Argentina surgió principalmente del Partido Comunista, de la oposición a la camarilla revisionista dirigente del PC y a su política.
En oposición al revisionismo y a la línea oportunista de derecha que transformó al Partido Comunista Argentino, de Partido del proletariado en quinta columna del socialimperialismo soviético, surgió la corriente antirrevisionista, antioportunista, que adquirió formas definidas luego de 1959.
A través de un curso de desarrollo complejo, estimulados por la lucha de clases nacional e internacional y por la lucha antirrevisionista a escala mundial, se fueron configurando los afluentes que el 6 de enero de 1968 iban a constituir nuestro Partido.
Nuestro Partido, nació luchando contra la dictadura proyanqui de Onganía, tuvo una participación relevante en las luchas obreras y estudiantiles que prepararon el Rosariazo, el Cordobazo, el Tucumanazo, etc., y en esas mismas jornadas.
En esos años fuerzas muy distintas golpeaban contra la dictadura desde diferentes posiciones. Pero las fuerzas burguesas y pequeñoburguesas negaban la posibilidad de que existiera un polvorín de odio popular próximo a estallar, bajo los pies de la dictadura.
El Cordobazo del 29 de Mayo de 1969, producto y expresión superior de las luchas obreras y populares, introdujo un cambio de calidad en la lucha revolucionaria de nuestro país. Un cambio tal que se puede decir que, después de él, nunca nada volverá a ser igual en la Argentina a como era antes.
Apenas producido el Cordobazo, se abrió el debate entre los revolucionarios y en el movimiento obrero, centrado en ¿qué le faltó al Cordobazo? Para las organizaciones terroristas faltaron 500 guerrilleros urbanos. Para las fuerzas reformistas, un acuerdo con las grandes fuerzas burguesas y la “comprensión” de Onganía.
El incipiente PCR, trató de estudiar esa experiencia de masas, analizándola a la luz del marxismo-leninismo. Trató de aprender de las masas, de analizar las formas de lucha y organización que las propias masas han encontrado, formas que bocetan el camino de la revolución en nuestro país. Valorando en ese proceso de democratización del movimiento obrero, el papel de los cuerpos de delegados y su posible transformación en órganos de doble poder en momentos de crisis revolucionaria.
La corriente clasista revolucionaria, incipiente en 1969, fue creciendo y retomando gloriosas tradiciones del proletariado. Tuvo su desarrollo en Perdriel, posteriormente en Santa Isabel, alcanzando su máxima expresión con el triunfo de la lista Marrón en el SMATA de Córdoba, que significó la recuperación del mismo por un frente único en el que tuvieron una participación destacada obreros clasistas revolucionarios y que fue dirigida por nuestro Partido.
Se inició así, un proceso de democratización sindical no conocido anteriormente en el país (con permanente consulta a las masas, con un elevado papel de los cuerpos de delegados, con rotación de los dirigentes en sus puestos de trabajo, con una línea de unidad obrera y de unidad con el campesinado pobre y el pueblo, etc.).
El ascenso del movimiento obrero en las ciudades influyó sobre el campo y despertó a la lucha a masas de miles de obreros rurales y campesinos pobres y medios. A su vez, la lucha de los estudiantes dirigidos por el PCR, que ya había tenido un papel decisivo en las jornadas previas al Cordobazo, particularmente en Corrientes y en Rosario, continuaron desarrollándose junto a la clase obrera y el pueblo en históricas puebladas.
Las gigantescas luchas populares deterioraron a la dictadura, obligándola a retroceder.
En ese período van creciendo las distintas expresiones de la pequeña burguesía radicalizada, se va desarrollando un movimiento revolucionario pequeñoburgués, que adopta el terrorismo como forma principal de lucha, que tendrá incidencia creciente en los futuros acontecimientos políticos.
La profunda crisis estructural de la sociedad argentina afectó y afecta a capas extensas de la pequeña burguesía urbana de las grandes ciudades y, en especial, de los pueblos del interior. Crisis que arrastra incluso a sectores terratenientes arruinados cuyos miembros se resisten al trabajo manual. Y afecta a todas las profesiones liberales, condenando a muchos profesionales a una desocupación encubierta.
Provoca la crisis universitaria. Afecta a una masa considerable de intelectuales y artesanos, que son empobrecidos. Esta crisis profunda tiene como base el estancamiento de la sociedad argentina e impide a las clases dominantes generar una ideología que suscite la adhesión de esas capas medias. Al mismo tiempo el proletariado, maniatado por el reformismo y el revisionismo durante muchos años, no es capaz, todavía, de encauzar en un sentido revolucionario real ese amplio disconformismo de grandes masas oprimidas por el imperialismo, los terratenientes y la gran burguesía intermediaria. Incluso el propio proletariado fue y es impregnado por la ideología que caracteriza a esas clases y capas sociales arruinadas por la profunda crisis de la sociedad argentina.
Cada paso del movimiento antidictatorial, y cada paso del proletariado revolucionario, era acompañado de propuestas de las fuerzas burguesas y de acciones cada vez más espectaculares del terrorismo pequeñoburgues.
El objetivo de estas fuerzas en la lucha por la dirección del movimiento de masas era apartar del camino correcto al movimiento obrero que, luego de muchos años de crudo predominio reformista, comenzaba a encontrar un camino de avance hacia la revolución.
El terrorismo fue estimuladlo e instrumentado por el socialimperialismo ruso para desplazar del poder a sus rivales yanquis.
Pero, como señalábamos, fue y es también una expresión más de la profunda crisis estructural que conmueve al país, que se arrastra desde muchos años y que eclosionó en 1969, como crisis política aguda. Lo viejo muere, pera aún lo nuevo, el movimiento revolucionario dirigido por el proletariado, es embrionario.
En este contexto y aprovechando las contradicciones que generaba la aplicación del plan Krieger Vasena con los intereses terratenientes, los sectores prorrusos fueron rompiendo el frente que permitiría a Lanusse, primero, desplazar a Onganía, y, luego, a Levingston. En esto también incidió grandemente la situación cada vez más difícil del imperialismo yanqui en el mundo y las promesas del lanussismo prosoviético a importantes sectores de la burguesía nacional, que habían sido tremendamente golpeados por la dictadura de Onganía.
En estas condiciones, montándose en el odio antiyanqui del pueblo argentino, pasan a predominar los sectores prorrusos.

El predominio socialimperialista
Con Lanusse, el sector de agentes y testaferros del socialimperialismo soviético y los grandes terratenientes y de gran burguesía intermediaria a él subordinados, pasan a hegemonizar el control de las palancas claves del país. Así pueden imponer el proyecto de una salida electoral condicionada a través del llamado Gran Acuerdo Nacional. Así, aprovechando la vacilación de la burguesía nacional liderada por Perón y la incipiencia del PCR, logran impedir que las gigantescas luchas obreras y populares, la larga serie de puebladas que deterioran a la dictadura de Onganía, coronasen en un Argentinazo triunfante.
A la vez que la profundidad del proceso revolucionario impidió a los prosoviéticos imponer a Lanusse como candidato del Gran Acuerdo Nacional, y los obligó a llegar a un acuerdo con Perón y también con Balbín, los que resistieron ponerse cuerpo a tierra dentro del GAN.
Los prosoviéticos trabajaron para debilitar a Perón, pero en definitiva, con la finalidad de aliarse con él en condiciones hegemónicas, ya que precisaban de su acuerdo tanto para poder realizar elecciones como para afianzarse en el poder: el peronismo seguía siendo la gran fuerza electoral del país y el movimiento político mayoritario.
Así resultará el gobierno de Cámpora, manteniéndose la hegemonía de los sectores prosoviéticos. Perón volverá al país y pasará a disputarles la hegemonía, haciendo uso de todo su peso político; aunque mantendrá a Gelbard como prenda de unidad. Muerto Perón, Isabel desplaza a Gelbard; en ese momento comienza la nueva cuenta regresiva de los golpistas.
Al no poder subordinar al peronismo, particularmente a Isabel Perón, las fuerzas prosoviéticas pasaron a ser las más activas fuerzas golpistas. Se intensifica el accionar terrorista de la pequeña burguesía radicalizada con atentados que fueron abiertamente provocativos.
Las organizaciones en que cristalizó el agrupamiento de la pequeña burguesía radicalizada cometieron serios errores políticos y estratégicos. Ubicaron como blanco principal de la revolución en la Argentina a la burguesía nacional, lo que los llevó a golpear centralmente primero a Perón, y luego a Isabel Perón. Una vez más los sectores restauradores proimperialistas y proterratenientes pudieron instrumentar para sus planes golpistas a sectores de la pequeña burguesía.
Al ignorar la opresión imperialista y de los terratenientes sobre el conjunto de la sociedad nacional equivocaron el enemigo principal del pueblo argentino. Repitieron el error del Partido “Comunista” en 1945 y en 1955, con lo que favorecieron a los enemigos de la revolución que preparaban el golpe de Estado.
El sector prosoviético, por un lado incitaba e instrumentaba a los grupos terroristas contra el gobierno de Isabel Perón, mientras por otro, su camarilla en el ejército acusaba a Isabel Perón de debilidad frente al terrorismo y de “desgobierno”. De esta forma, miles de jóvenes que querían cambios revolucionarios, fueron instrumentados para dar el golpe y para que los sectores prosoviéticos tuvieran la hegemonía. El socialimperialismo soviético había sufrido golpes duros en Chile, Bolivia, Uruguay y Brasil. Corría el riesgo de perder su principal base de apoyo en el Cono Sur de América.
Como todo imperialismo joven y relativamente inferior en fuerzas a los imperialismos que quiere desalojar, demostraba un apetito insaciable.
Pero tropezaba con una fuerza burguesa de carácter nacional, el peronismo, que quería aprovechar el control del gobierno, y el apoyo de las masas, para desalojarlo de sus posiciones y subordinarlo.
Esta fuerza burguesa le disputaba la alianza con los monopolios nacionales, europeos e incluso yanquis y con la burguesía nacional de otros países latinoamericanos; y amenazaba con expropiarle empresas en su poder, o asociados a él, como ALUAR, ítalo, empresas de Bunge y Born, etcétera.
Tropezaban también, con el peligro de un proletariado y un pueblo combativos, con fuerte conciencia antiimperialista, que avanzaban en su clarificación y organización y escapaban a las posibilidades de su control por los jerarcas sindicales prosoviéticos.
La resistencia del peronismo, particularmente Isabel Perón, superó las previsiones de los estrategas del socialimperialismo.
Pero además tropezaron con otro “imprevisto”: la resistencia del partido marxista-leninista del proletariado, el PCR, al que ellos habían dado por muerto hacía mucho. La lucha antigolpista de nuestro Partido le costó caro al socialimperialismo, porque, debido a ella, fue desenmascarado ante grandes sectores populares y sus planes se dificultaron grandemente. Esto se unió a una activa y amplia denuncia del carácter del socialimperialismo soviético y a la denuncia en concreto de su penetración en la Argentina. Este es un mérito histórico de nuestro Partido, que forjó, en esa lucha, lazos de sangre con otras fuerzas patrióticas.
Por ello se complicaron los planes golpistas del socialimperialismo y de sus competidores yanquis.
Pero el socialimperialismo, haciendo concesiones, podía aliarse para el golpe con empresas yanquis del sector conciliador con la URSS, con las que ya se había asociado en negocios como la exportación a Cuba de automotores; o con empresas yanquis asociadas en negocios con sus testaferros desde mucho tiempo atrás, o interesadas en recuperar bienes expropiados por el gobierno peronista (ITT, Standard Oil, etc.) o con fuerzas yanquis interesadas en impedir un foco tercermundista en América del Sur.
Aunque luego, en una segunda vuelta, debieran enfrentarse para dirimir entre ellos la hegemonía en el poder. Podía además atraer a la mayoría de la clase terrateniente, en la que existía una fuerte corriente asociada desde hacía mucho al socialimperialismo, y donde había creciente disgusto por la política reformista del peronismo, temor por el crecimiento de la organización del proletariado rural (que imponía en muchas estancias y explotaciones rurales la jornada de 8 horas, la organización por estancias y otras conquistas), y por las concesiones al campesinado pobre de algunas regiones. Tanto los terratenientes como un gran sector de la burguesía estaban ansiosos de “orden”, aterrorizados por los “soviets” de fábrica, y por el auge del terrorismo de “derecha” e “izquierda”; y estaban ilusionados en el comercio con la URSS, que había sido el principal cliente de nuestras exportaciones en 1975. También existía una poderosa corriente golpista en el campesinado rico y medio y en la burguesía y pequeña burguesía urbanas; corriente que crecía por la impotencia de la política reformista del peronismo para aliar a esos sectores contra el golpe.
Volcada así la correlación de fuerzas, era seguro que los monopolios europeos, la Iglesia y otros sectores apoyarían también, en última instancia, el golpe de Estado; y que el sector duro de los yanquis –el sector antisoviético– se cuidaría mucho de ir a un enfrentamiento en el que podía perder para siempre sus posiciones en la Argentina y encender un conflicto imprevisible en América del Sur.
Así fue posible el triunfo del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
Volvía a demostrarse que el proyecto de la burguesía peronista de “reconstruir primero el país en paz” para luego liberarnos es equivocado e irrealizable, que es preciso liberarnos primero de terratenientes e imperialistas para poder luego reconstruir el país en beneficio de las masas populares.
Una vez más fracasó el camino reformista de lucha contra el imperialismo y los terratenientes.
Las fuerzas reaccionarias que con la hegemonía del sector prosoviético se instalaron en el poder el 24 de marzo de 1976, coincidían en terminar con el gobierno peronista y cerrar el proceso de masas iniciado en 1969, para llevar adelante un plan de hambre y superexplotación de la clase obrera y el pueblo en beneficio de los terratenientes e imperialistas. Esto en el marco de una agudizada disputa entre los distintos sectores de gran burguesía intermediaria, particularmente entre la prorrusa y la proyanqui, para ver quién sacaba la mayor tajada.
En estos años, la política de la dictadura fue desamarrando el comercio exterior argentino de su dependencia de los mercados occidentales y lo fue amarrando a la URSS y a sus países satélites. A su vez, la política global en desmedro del mercado interno, con el cierre de industrias, pauperización del campesinado pobre y medio, ruina de las economías regionales, etc., ha hecho que la economía argentina dependa hoy, más que ayer, de sus exportaciones agropecuarias. Todo esto hace que la dependencia de la URSS, con el manejo que ésta tiene del mercado mundial de granos y sus estrechos lazos con grupos monopolistas como Bunge y Born, Dreyfus, Nidera, Continental y otros, sea tan grande como lo fue, en la década del treinta, respecto del imperialismo inglés. Este es uno de los principales saldos de siete años de dictadura.
Por su parte en el terreno diplomático, la política de la dictadura se caracterizó por crear un detonante potencial para un conflicto bélico con Chile en el Atlántico Sur, al servicio de los objetivos desestabilizadores de la URSS, que pretende ir completando su dispositivo estratégico global para la tercera guerra mundial y creando focos de conflicto que distraigan a sus rivales yanquis del punto central de disputa: Europa Occidental. La política económica de la dictadura procuró miles de millones de dólares para rearmar a las Fuerzas Armadas. Se montó una infame campaña chovinista basada en el argumento de que la Argentina siempre había perdido territorio a manos de los países hermanos de América del Sur; y, sobre la base de negar las cláusulas expresas de los acuerdos limítrofes con Chile, se machacó la conciencia de las masas con el argumento “Chile en el Pacífico, Argentina en el Atlántico”, para fundamentar las posiciones de la dictadura en el conflicto sobre el Beagle. Se utilizó el Campeonato Mundial de fútbol para desplegar a fondo esa campaña.
Semejante política hambreadora, entreguista ultrarreaccionaria y belicista, sólo pudo ser impuesta por el fascismo y el terror abierto. Nunca, en lo que va del siglo, conoció la Argentina una dictadura terrorista como la instaurada en 1976. Decenas de miles de personas en su mayoría obreros, estudiantes, intelectuales, campesinos, detenidas por sus ideas políticas y sociales, fueron arrojadas a inmundos “chupaderos”, torturadas en forma brutal, muchas de ellas asesinadas o ''desaparecidas” –incluso decenas de niños–, o arrojadas durante años a las cárceles y sometidas a todo tipo de torturas y vejámenes. Fueron pisoteadas todas las libertades democráticas. Se proscribieron partidos políticos como el nuestro y se dispuso la veda de la actividad política. Se intervinieron los sindicatos y se prohibieron las huelgas y las convenciones colectivas de trabajo. Se reprimieron, hasta liquidarlas, a las Ligas Agrarias y otras organizaciones del campesinado pobre. Se prohibieron los centros estudiantiles y se reprimió policialmente la actividad gremial en las universidades. Se hicieron “listas negras” de artistas e intelectuales y se implantó la censura.
La amplitud y la profundidad del terror fascista sirven para medir la amplitud y la profundidad del movimiento revolucionario que se desarrolló en la Argentina desde 1969 hasta 1976. El fascismo del violovidelismo es el precio que pagó la clase obrera y el pueblo por su falta de unidad y, principalmente, por no tener un poderoso partido político revolucionario en condiciones de haber impedido el golpe de Estado de 1976. Pero éste es sólo un aspecto del problema. El otro es que las clases dominantes ya no pudieron seguir gobernando con los viejos métodos con que lo hacían. Debieron recurrir al terror fascista abierto para poder contener a las masas. Han logrado, como resultado, que en estos años, la experiencia política de las masas no sólo se enriqueciese sino que se combinase con un tremendo odio popular a las clases dominantes, odio que es como la lava que guardan los volcanes vivos en sus entrañas.
La recuperación de las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur produjeron un profundo remezón patriótico y antiimperialista. Miles de jóvenes enfrentaron con las armas en la mano, la agresión del imperialismo inglés. Las masas protagonizaron la mayor movilización de este siglo. Al igual que en 1806-1807, cuando las invasiones inglesas, el pueblo supo ubicar a su enemigo principal, por encima del carácter tiránico del gobierno.
La guerra de las Malvinas fue derrotada, pero ya la dictadura no pudo arrancarle al pueblo los derechos democráticos conquistados en esas jornadas. Los hechos conmovieron también, profundamente, a las Fuerzas Armadas. Así se entró en un nuevo período de auge del movimiento obrero y popular y de acumulación acelerada de fuerzas revolucionarias.
Con el triunfo de Alfonsín en las elecciones proscriptivas del 30-10-83 y su asunción al gobierno, se ha creado una situación compleja. Se mantienen las palancas fundamentales del poder estatal en las mismas manos que estaban en el período anterior; con un gobierno heterogéneo, donde se expresan sectores de pequeña burguesía, burguesía nacional y de terratenientes y gran burguesía intermediaria, HEGEMONIZADOS por un sector de burguesía intermediaria y de terratenientes prorrusos.
Las masas desde abajo retoman el camino de organización de los cuerpos de delegados y comisiones internas que fue motor del período de auge revolucionario posterior a 1969, cuando las grandes masas explotadas bocetaron el camino más probable de la revolución argentina.

 

III. La contradicción fundamental

La Argentina es un país dependiente, oprimido por el imperialismo en el que predominan relaciones de producción capitalistas deformadas por la dominación imperialista y por el latifundio de origen precapitalista.
En nuestro país, la principal traba al desarrollo de las fuerzas productivas está constituida por la opresión imperialista y el latifundio terrateniente. El imperialismo opera como un factor externo y también interno, condicionando y deformando todo el desarrollo de la economía nacional. La opresión imperialista en la Argentina se da principalmente a través del entrelazamiento y la subordinación de los terratenientes y la gran burguesía intermediaria a sus intereses y mediante grupos económicos y financieros propios y sus agentes en el aparato estatal. En lo externo: hay una parte de nuestro territorio abiertamente ocupada por el imperialismo, nuestras islas australes y su espacio marítimo por el imperialismo inglés. Además la opresión imperialista se manifiesta principalmente a través del monopolio del comercio mundial, de las finanzas y del control de los adelantos tecnológicos e insumos claves para el desarrollo de la economía nacional. A su vez, el latifundio terrateniente impone un tributo a toda la sociedad, a través del monopolio de la tierra: la renta terrateniente; y mantiene, aun en el marco general de relaciones de producción capitalistas, relaciones precapitalistas tales como: relaciones personales de dominación en estancias y fincas, puesteros, pastajeros, aparceros y tanteros, contratistas de viñas, arrendamientos familiares, etc.
La contradicción fundamental que hay que resolver en la actual etapa histórica, y que determina el carácter de la revolución argentina, es la que opone al imperialismo, los terratenientes y la gran burguesía intermediaria, por un lado, y, por otro, a la clase obrera, los campesinos pobres y medios, la pequeña burguesía urbana y rural, la mayoría de los estudiantes e intelectuales y los sectores patrióticos y democráticos de la burguesía urbana y rural. De las numerosas contradicciones existentes, sólo ésta es la principal, la que desempeña el papel determinante. En la relación con ella, y con el enemigo estratégico que definimos, siendo feroz la disputa interimperialista por el control de la Argentina, particularmente entre el socialimperialismo soviético y el imperialismo yanqui, determinamos en cada momento táctico el blanco principal de nuestro ataque.

El enemigo principal.
Teniendo en cuenta que son enemigos estratégicos de la revolución argentina: todos los imperialismos, los terratenientes y la gran burguesía intermediaria, es fundamental determinar con exactitud el enemigo principal que deben enfrentar las fuerzas antiimperialistas y antiterratenientes en cada momento táctico. Es decir, establecer el blanco al que debe ser dirigido el fuego concentrado de la lucha liberadora.
El concepto de blanco es un concepto político que caracteriza en un momento determinado la fuerza más importante que se opone a la revolución partiendo del análisis global de la situación internacional y nacional. En la situación argentina, en los últimos años, en la cuestión de cuál es el imperialismo dominante se han producido profundos cambios en consonancia con los cambios producidos a escala mundial.
En el combate por la revolución democrática-nacional, popular, agraria y antiimperialista, debemos tratar de golpear centralmente al enemigo principal, utilizando las contradicciones interimperialistas para aislario y derrotarlo, en la perspectiva de derrotar a todos los enemigos.
Como se desprende del análisis que hemos hecho en los puntos anteriores, el enemigo principal de nuestra patria y nuestro pueblo, en el actual período revolucionario, es el socialimperialismo soviético y el sector de terratenientes y de gran burguesía intermediaria a él asociados.
El socialimperialismo soviético ha hundido profundamente sus raíces en la economía nacional a través de sus agentes y testaferros como Gelbard, Broner, Graiver, Korn, Madanes, Werthein, Grupo Bridas, Capozzolo, Trozzo, Greco, Novakovski, Murekian, Sivak, etc., y su estrecha asociación con Bunge y Born, Lanusse, Grupo Tornquist, Shaw, Celulosa, Bullrich, Reynal, monopolios ingleses y de otros países europeos, etc. Todo esto les ha permitido pasar a controlar resortes claves de la economía, el comercio y las finanzas, así como enormes extensiones de tierra.
Sus personeros tienen incidencia decisiva en el sector económico estatal. Hay una creciente penetración soviética en nuestra energía. (Salto Grande y otras centrales).
En las actividades privadas: tienen gran peso en el sector del agro, en las exportaciones e industrias conexas (alimentación, frigoríficos, vitivinicultura, azúcar, etc). En siderurgia (Acíndar), en aluminio (Aluar), en celulosa y papel (Papel Prensa, Massuh, etc.), tienen un gran peso en petroleras, metalúrgicas y en las demás ramas de la producción.
Son dominantes en los medios de difusión masiva y han penetrado profundamente en el aparato estatal, principalmente en las FF.AA. y en los servicios. El grupo monopolista de testaferros soviéticos y sus socios nativos ha actuado como un bloque en la política argentina en los últimos veinte años. A veces sus personeros han dividido tareas y aparecido como relativamente enfrentados, como ha sucedido con Frigerio y el difunto Gelbard, dos viejos hombres de paja del P“C” transformados luego en hombres de paja del socialimperialismo soviético en la Argentina. Pero a la hora de la verdad han estado siempre juntos como correspondía a su carácter de vasallos del mismo señor.
La estrecha asociación de los terratenientes de la zona cerealera, lanera y productora de carnes y cueros, y de los terratenientes bodegueros cuyanos y azucareros del Noroeste con el socialimperialismo hace que, también en la actualidad, se entrelace el combate nacional con el combate democrático, antiterrateniente. El combate nacional golpea al socio principal de esa oligarquía terrateniente y, como sucede generalmente con el problema nacional en los países del Tercer Mundo, es, en su esencia, un problema campesino; ya que el producto principal de su expoliación imperialista es nuestra producción agropecuaria, y los productores de ésta (desde el obrero rural y el campesino, hasta el obrero de la carne, portuarios y estibadores, o el empresario nacional ligado a estas tareas) son oprimidos directamente por el imperialismo, al mismo tiempo que el imperialismo dominante, para hacer este pillaje, se apoya en los terratenientes y los monopolios intermediarios.

El carácter de la revolución
La contradicción fundamental de nuestra sociedad sólo puede resolverse mediante la revolución democrática-nacional, popular, agraria y antiimperialista. Los rasgos esenciales de esta revolución son los determinados por su carácter democrático y nacional. Su carácter democrático implica tareas agrarias que no han sido resueltas históricamente; y lo nacional, las tareas antiimperialistas. Ambas están, como hemos visto en el análisis de nuestra historia y de la actualidad, estrechamente interrelacionados.
Es un error golpear al imperialismo y olvidarse de los terratenientes y la burguesía intermediaria. Sin la ayuda de éstos el imperialismo no podría oprimirnos. Otro error es otorgar a los terratenientes como clase, una independencia que no tienen respecto del imperialismo. Como clase, los terratenientes argentinos han sido y son la principal base social en la que se apoya la dominación imperialista en nuestro país, siendo el imperialismo el bastonero en el bloque de clases dominantes enemigas de la revolución. Si bien la penetración imperialista determinó un cierto desarrollo del capitalismo, esto sólo ha sido en algunos sectores que le interesan en particular a él y a los terratenientes, como ocurrió con los ferrocarriles ingleses, y siempre en desmedro de la industria nacional. La dominación imperialista y su alianza con los terratenientes no permiten el desarrollo de la industria nacional, condicionando y deformando toda la estructura productiva del país.
La revolución argentina y las tareas que ella implica no han podido ni pueden ser resueltas por la burguesía nacional. Sólo el proletariado, aliándose al campesinado pobre y medio, acaudillando al conjunto del pueblo y demás sectores patrióticos y democráticos y ganando una parte de las Fuerzas Armadas puede llevar adelante esta revolución.
El proletariado es la fuerza dirigente y principal de la revolución argentina. El medio de lucha específicamente proletario, la huelga, se confirma una y otra vez como el medio principal para poner en movimiento a las masas obreras, campesinas y populares, incluso del empresariado nacional. La huelga política de masas, el frente único que constituya un gobierno revolucionario y el alzamiento armado del pueblo, son los tres instrumentos que deberán combinarse para el triunfo de la revolución.
El proletariado argentino atesora una larga experiencia de luchas sociales y políticas que jalonaron nuestra historia, que golpearon a los enemigos estratégicos de la revolución argentina, que permitieron el avance del conjunto del pueblo y el logro de conquistas importantes; pero no pudo jugar hasta ahora su papel dirigente en la lucha por el poder. En esto incidió la fuerza concreta y la línea de los partidos marxistas primero y marxista-leninistas después. Con el surgimiento del Partido Comunista Revolucionario, se abre en la Argentina la posibilidad de que el proletariado juegue su papel dirigente en la lucha por la revolución agraria y antiimperialista.
Por todo esto es clave que el proletariado desarrolle y fortalezca su partido marxista-leninista, el PCR, y que éste sepa ganar a la mayoría de la clase obrera, lo que exige una correcta política en la relación del frente único antiimperialista y antiterrateniente con el frente único en el movimiento obrero que tiene como columna vertebral la unidad de los peronistas con los comunistas revolucionarios.
Esta línea política de frente único debe estar dirigida a cambiar la correlación de fuerzas a favor del proletariado revolucionario especialmente en los centros políticos de cada zona o región: las grandes empresas de concentración del proletariado industrial. Lo que crea las condiciones para dirigir a la clase obrera y las masas de esos lugares.
Los cuerpos de delegados, mostraron en años anteriores de auge revolucionario, su capacidad para ser órganos de base del frente único en la clase obrera, y bocetaron las formas organizativas más probables del movimiento revolucionario de masas.
El papel de dirección del Partido y la articulación de los cuerpos de delegados con las formas organizativas más aptas para la lucha que desarrollen el movimiento del campesinado pobre y medio, el movimiento popular, estudiantil y de la intelectualidad, será clave para el desemboque revolucionario del actual auge de masas.
Esto alumbra un camino de alianzas que a través de una justa línea de unidad y de lucha con otras fuerzas políticas llevará a la concreción del frente único expresión del bloque de fuerzas revolucionarias.
En esta perspectiva debemos dedicar grandes esfuerzos a la reorganización de los organismos de masas del movimiento obrero y popular, luchar por democratizarlos a fondo practicando una correcta línea de frente único antiimperialista y antiterrateniente y pugnando para que el Partido las dirija.
Es necesario estudiar, desarrollar y mejorar la rica experiencia que nos dejó la línea del Partido en la dirección del SMATA Córdoba, encabezada por René Salamanca.
La lucha por democratizar y dirigir los sindicatos claves debe concebirse en una relación dialéctica con los cuerpos de delegados, que han demostrado, en el período 1969-1976, su capacidad potencial para transformarse, en una situación revolucionaria, en organismos de base de un gobierno revolucionario.
El aliado principal del proletariado es el campesinado pobre y medio, debemos dar particular importancia al trabajo por movilizarlo y organizarlo, teniendo en cuenta que es el proletariado rural quien puede jugar un papel decisivo para lograr este objetivo. El problema de la tierra está en el trasfondo del problema campesino en todo el país, y debemos saber ponerlo de relieve, concientes de que su resolución no será posible por vías reformistas sino revolucionarias. La causa principal del fracaso de los revolucionarios argentinos del siglo pasado, y ya en este siglo –en la época del imperialismo– estuvo en que no se propusieron, o fueron incapaces, de alzar a la lucha liberadora a las masas campesinas oprimidas por los terratenientes, masas que venían luchando contra éstos desde el inicio de la colonia. Si el proletariado no logra forjar una alianza estrecha con las masas explotadas y oprimidas del campo, tampoco triunfará.
Un aspecto particular de esta cuestión es el referido a las comunidades aborígenes, cuya situación actual es uno de los testimonios más desgarradores del carácter sanguinario y antinacional de los terratenientes y testimonio vivo de la ilegitimidad de sus títulos sobre las mejores tierras argentinas. El Partido del proletariado deberá prestar atención y esfuerzos especiales para desarrollar la participación de las comunidades aborígenes en el movimiento revolucionario contra los terratenientes y el imperialismo, responsables del despojo de sus tierras y su confinamiento a las zonas más pobres e inhóspitas y responsables de la discriminación social, racial, cultural, etc., opresión con la que se continúa la política oligárquica de las campañas de exterminio.
A su vez, en los centros urbanos así como en el campo, es fundamental que el proletariado preste particular atención al movimiento juvenil y al movimiento femenino, y también para ganar a la pequeña burguesía y a la mayoría de la intelectualidad para las posiciones auténticamente antiimperialistas y antiterratenientes y lograr que sirvan al pueblo con su trabajo específico, evitando que se transformen en instrumento dócil de nuevas empresas de reemplazo del amo viejo por el amo nuevo.
En cuanto a la burguesía nacional (urbana y rural), dado su doble carácter, y considerando que es una fuerza intermedia, la política del proletariado revolucionario es de unidad y lucha y apunta a su neutralización. Esto implica: ganar a un sector de ella (los sectores patrióticos y democráticos), neutralizar con concesiones a otro sector, y atacar al sector de gran burguesía que se alíe con el enemigo.
También es necesario tener una política específica para ganar una parte importante de las Fuerzas Armadas, a sus sectores patrióticos y democráticos, en particular a las corrientes nacionalistas y tercermundistas, sin cuyo alzamiento no habrá triunfo de la revolución.
Nuestro país es objeto de feroz disputa entre yanquis y rusos, teniendo además el imperialismo inglés en una parte de nuestro territorio nacional: en las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur y su espacio marítimo. En la perspectiva cierta de una nueva guerra mundial, el control de la comunicación natural interoceánica en el Atlántico Sur ha pasado a ser un objetivo estratégico fundamental, lo que agudizará la disputa entre las superpotencias. Todo esto con la característica de tener hoy el socialimperialismo soviético la hegemonía, lo que lleva a que el golpe principal de la lucha democrática y liberadora, esté dirigido centralmente al sector de grandes terratenientes y grandes burgueses intermediarios a él asociados. De ahí que debamos tener también una política diferenciada respecto de los otros sectores de burguesía intermediaria y de terratenientes, sin olvidar que ellos también son enemigos de la actual etapa de la revolución. La experiencia ha demostrado que se pueden utilizar las contradicciones interimperialistas en beneficio de la lucha revolucionaria del pueblo. La experiencia también enseña las consecuencias funestas de basarse en un imperialismo para liberarse de otro, porque ello termina siempre en el cambio de amo.
Es preciso tener una justa política de frente único, política de unidad y lucha con los partidos que son la expresión política de las clases sociales que, durante la actual etapa revolucionaria y en cada momento histórico concreto, deben aliarse contra un enemigo común. Política en la que respecto de esos partidos, en ocasiones predomina la unidad y en ocasiones la lucha.
La solidaridad latinoamericana con el pueblo y la nación argentina durante la agresión inglesa, muestran la necesidad de tener también una política de unidad con el proletariado revolucionario y las fuerzas antiimperialistas de los países hermanos para avanzar en la lucha contra las superpotencias a escala continental.
Impulsamos un movimiento revolucionario integral (como definió Mao Tsetung), que abarca la revolución democrática y la revolución socialista. Lo que implica comprender a fondo la diferencia y la relación existentes entre ambas. Somos partidarios de la revolución por etapas e ininterrumpida, con la línea general de unir, sobre la base de la alianza de la clase obrera y campesinado pobre y medio, a todas las fuerzas susceptibles de ser unidas para llevar hasta el fin la lucha contra el imperialismo, los terratenientes y el gran capital intermediario, realizando una revolución popular conducida por el proletariado.
El camino de la revolución argentina tiene su centro en las ciudades, y a la insurrección armada como forma principal y superior de lucha. Esta, deberá combinarse con las modalidades propias de la lucha armada en el campo. Esto tiene su fundamento en la formación económico-social argentina, que es la que determina la particularidad de nuestro camino revolucionario que tiene diferencias importantes tanto con el camino –de la Revolución China como con el de la Revolución Rusa. Un largo proceso histórico, de la colonia hasta la actualidad, nos refirma aún más en esta convicción.
El problema central para realizar la revolución es el problema del poder. Los enemigos de la revolución son extremadamente fuertes y controlan todas las palancas del Estado. La opción entre tiempo y sangre es falsa. La experiencia demuestra que no es conciliando con los enemigos como se ahorran sufrimientos a la clase obrera y el pueblo. Las restauraciones oligárquico-imperialistas han sido siempre a sangre y fuego. Por eso debemos prepararnos para una lucha que es encarnizada y que será larga. Frente a esos enemigos, y en tales situaciones, la insurrección popular combinada con la modalidad de lucha armada en el campo, que termine con el poder del imperialismo y los terratenientes, es el único camino posible de triunfo. Como nos enseña nuestra historia, sólo cuando el pueblo se levanto en armas pudo triunfar. Así fue frente a las invasiones inglesas de 1806 y 1807 y así fue contra el colonialismo español de 1810 a 1824.
El Cordobazo boceto la forma particular insurreccional de la vía revolucionaria en la Argentina. Los cuerpos de delegados obreros, populares y del campesinado pobre y medio, capaces de transformarse –en una situación revolucionaria– en organismos de base de un gobierno revolucionario, en órganos de la insurrección popular armada, y en organismos de doble poder (como se insinuó en las luchas posteriores a 1969), serán las formas organizativas más probables de las masas para la revolución argentina. Esto, con la dirección del partido marxista-leninista y junto a una correcta política de frente único, que tenga como piedra angular la alianza de la clase obrera con el campesinado pobre y medio, será clave para el triunfo de la insurrección armada liberadora, que constituya un Gobierno Provisional Revolucionario, órgano de esa insurrección, que convoque a una Asamblea Constituyente plenamente soberana y que inicie las tareas de la revolución democrática nacional.

El Partido
El proletariado necesita de un fuerte partido marxista-leninista, que sea guía de un movimiento revolucionario por sus reivindicaciones y su liberación social, y sea motor de la liberación de la patria y el pueblo. Un partido al que las grandes masas populares sientan suyo, y lo apoyen como un instrumento propio, al que aprendieron a conocer en una larga experiencia, por haber luchado, obstinadamente, por sus intereses, en la primera fila. Un partido que dé importancia a la agitación, a la propaganda, y a la explicación de su doctrina; pero, principalmente, un partido que trate, por todos los medios, de ayudar a las masas a que se autoliberen y que se preocupe, centralmente, por elevar la conciencia de las masas a través de la propia experiencia, entendiendo como tal, fundamentalmente, a la acción política revolucionaria de masas.
El PCR es el partido político del proletariado. Es su forma superior de organización de clase. Es un partido de vanguardia integrado por los mejores hijos del proletariado y del pueblo. Se basa principalmente en el proletariado industrial y su misión es la de dirigir al proletariado y las masas populares en la lucha revolucionaria contra sus enemigos. Su base teórica es el marxismo-leninismo-maoísmo.
El método básico del trabajo del Partido debe ser la línea de masas; su método básico de dirección: combinar lo general con lo particular, en cada zona o célula, y ligar la dirección con las masas; su estilo de trabajo debe procurar buscar la verdad en los hechos, integrando la teoría con la práctica, seguir la línea de masas, precaverse contra el engreimiento, guiarse por el principio de la lucha dura y vida sencilla, practicar el centralismo democrático y un estilo y trato democrático de trabajo, y ser celosos defensores de los tres sí y los tres no, sintetizados por el camarada Mao Tsetung para prevenir el trabajo del enemigo y la degeneración burguesa (practicar el marxismo y no el revisionismo; trabajar por la unidad y no por la escisión; actuar en forma franca y honrada y no urdir intrigas y maquinaciones).
Es necesario ganar para el comunismo revolucionario a miles de nuevos combatientes templados en la fragua del duro combate de estos años. En ello estará la garantía del triunfo de la lucha antiimperialista y antiterrateniente y de su perspectiva socialista y comunista.
Para construir un auténtico partido marxista-leninista, el centro de nuestro trabajo debe estar dirigido a la construcción de las células de empresa.
En estos años hemos aprendido que la organización partidaria en los centros de producción sólo es posible concretarla en el proceso vivo de la lucha de clases y es por lo tanto un problema eminentemente político.
Paralelamente debemos realizar la construcción ideológica del Partido, como cimiento a su construcción orgánica.

 

Nota al pie

1    Según esta teoría, los Estados Unidos y la Unión Soviética constituyen el Primer Mundo; fuerzas intermedias como Japón, Europa y Canadá el Segundo Mundo; Asia, excepto Japón, África y América Latina, el Tercer Mundo.