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21 de agosto de 2019

Otto Vargas 1929-2019

Qué aprendimos con el maoísmo

Extractos de ¿Ha muerto el comunismo? El maoísmo en la Argentina. Conversaciones con Otto Vargas, de Jorge Brega

¿De qué manera llegó a establecer relaciones con los conductores de la República Popular China y a conocer en su patria de origen al maoísmo?

—Al romper nosotros con el revisionismo, era inevitable que llegáramos a los camaradas chinos, pero ese proceso de ruptura fue complejo, como lo es todo proceso de nacimiento de lo nuevo. Arrastrábamos muchas cosas del pasado, mucha suciedad revisionista. Veníamos profundamente influenciados por ideas revisionistas que arrastramos durante muchos años y que dificultaron nuestro dominio del marxismo-leninismo y su integración a la realidad de la revolución argentina (…)

Al adherir al marxismo-leninismo pudimos tener los elementos teóricos para salir del pantano ideológico en el que estábamos. Comprendimos que muchos de nuestros vaivenes políticos estaban originados en nuestra indefinición ideológica. Mejor dicho, en los arrastres revisionistas que teníamos.

Lo fundamental fue que nos ayudaron a pensar, nos ayudaron a buscar el camino argentino, nos ayudaron a comprender el profundo significado de esa palabra que utilizan ellos, la palabra integrar. En el PC siempre se decía –Codovilla decía– que había que asimilar el marxismo-leninismo y aplicarlo. Este léxico que también lo utiliza Oscar Landi en un folleto que escribió sobre la Revolución Rusa es la quintaesencia del stalinismo. Nosotros comenzamos a utilizar la palabra integrar. E intentamos efectivamente integrar las verdades universales del marxismo-leninismo a la realidad de la revolución argentina.

Por lo tanto, nuestra relación con el Partido Comunista chino no nos sumergió en el dogmatismo, sino que nos abrió la cabeza para pensar de manera diferente. Nos obligó a ir en serio y en profundidad al estudio de la historia argentina y de la realidad nacional. Esa es la quintaesencia del maoísmo; no “chinizar” el maoísmo, como dicen los revisionistas chinos, sino integrar el marxismo-leninismo a la realidad de la revolución china, en el caso de ellos.

A partir de ese momento dejamos de apoyarnos en un tembladeral, porque nosotros éramos marxistas, leninistas, gramscianos, guevaristas, mariateguistas, sorelistas, etc., etc., y algo maoístas también. Una mezcolanza. No comprendíamos en profundidad las contradicciones que había entre muchos de esos referentes teóricos que teníamos. Así al autocriticar nuestros errores, buscábamos sus raíces en el doctrinarismo; y no ubicábamos que ellas estaban en las desviaciones revisionistas que padecíamos, y que nuestro principal problema era el eclecticismo teórico que alimentaba ese revisionismo. Eramos eclécticos, y el eclecticismo es la base teórica del oportunismo de derecha y de izquierda.

[…]

La Revolución Cultural china, entendida no dogmáticamente, nos dio un instrumento fundamental para enfocar la realidad del mundo socialista actual. Nos permitió volver con una nueva visión a las enseñanzas fundamentales del leninismo sobre el imperialismo, sobre el Estado y sobre el partido, a las que teníamos mechadas con influencias revisionistas y “stalinistas”.

—¿También “stalinistas”?

—Me refiero a las ideas sobre el cese de la lucha de clases en el socialismo y a su inexistencia dentro del partido comunista. Este es uno de los puntos de las elaboraciones de Mao Tsetung que más chocantes les resultaron a los camaradas albaneses y a los camaradas del Partido Comunista do Brasil, cuyo dirigente João Amazonas se escandalizó por algo que Mao le dijo poco antes de la Revolución Cultural, en 1963. “Los partidos comunistas tienen en sus filas tres alas: una de derecha, otra de centro y otra de izquierda”, le señaló Mao, y para comprobarlo dio el ejemplo de China, agregando: “Aquí el PC cuenta con diecisiete millones de miembros; cinco millones pertenecen a la derecha, cinco millones a la izquierda y siete millones al centro. No hay ningún peligro en esto –aseguró Mao–, porque la izquierda se une con el centro y forma una gran mayoría, neutralizando o aislando a la derecha”. Para Amazonas esto fue verdaderamente un escándalo, porque no encajaba con su concepción dogmática del partido, que debe ser, como diría Stalin, monolítico, sin diferencias. Pero, diría Mao, cómo puede haber unidad si hay diferencias. Si un partido debe unirse es porque hay diferencias. (…)

Casi veinte años después, João Amazonas mostró el asco que aquello le produjo. Lo cuenta en su libro O revisionismo chinés de Mao Tsetung (Ed. Anita Garibaldi, São Paulo, 1981), en el que afirma que Mao “no llegó a ser un teórico marxista. No consiguió formarse como un auténtico revolucionario proletario”, repitiendo las calumnias habituales en los escribas a sueldo de Moscú. La lucha por la unidad debe ser permanente. En una célula de tres camaradas, inevitablemente tiene que haber tres opiniones diferentes, tres maneras de enfocar el mismo problema, por cuanto cada uno tiene una experiencia diferente. Por otro lado, no debe entenderse que la lucha en el partido se da solamente entre ideas justas e ideas incorrectas; también hay desconocimiento, dudas… En su poema Loa a la duda Bertolt Brecht dice: Son los irreflexivos los que nunca dudan. Su digestión es espléndida, su juicio infalible. No creen en los hechos, sólo creen en sí mismos. Si llega el caso, son los hechos los que tienen que creer en ellos.

Es claro que, en última instancia, toda diferencia expresa distintos enfoques de clase, pero si de entrada se los anatemiza como ideas de una clase contraria, es imposible todo debate. No sólo son necesarias la crítica y la autocrítica como instrumentos de la unidad del Partido, sino también, y fundamentalmente, la lucha ideológica activa a través de la lucha de opiniones. Está claro que en el partido se refleja inexorablemente la lucha entre las clases sociales en las que éste actúa, y esto presupone una lucha ideológica activa a partir de la cual se forja la unidad. Lo dice Mao: unidad-lucha-unidad. El instrumento para esto es el centralismo democrático. Damos la lucha para unir al partido, no para dividirlo. Esta concepción del partido recoge las experiencias de la Internacional, de Marx, de Lenin, de la época de Stalin y de la Revolución China. Nosotros, desde el inicio, repudiamos no sólo la línea revisionista del PC sino también su metodología profundamente impregnada de los peores defectos del período dogmático. Por eso nos ayudó tanto la concepción de partido de los camaradas chinos. Si se estudian los estatutos de nuestro partido, se verá que desde los orígenes tuvimos instituciones, metodologías y formas sustentadas en esta misma concepción. Recuerdo que por este motivo, los sectores militaristas del partido, en los debates previos al I Congreso, nos acusaron de “stalinistas” o gramscianos. Nos acusaban de gramscianos para no llamarnos maoístas.

¿Ha muerto el comunismo? El maoísmo en la Argentina. Conversaciones con Otto Vargas, de Jorge Brega, tercera edición, Editorial Ágora, 2008, Relaciones con China, págs. 133/46.

Otto Vargas fue secretario del Partido Comunista Revolucionario desde su fundación en 1968 hasta su fallecimiento el 14 de febrero de este año.

 

Hoy N° 1779 21/08/2019