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06 de agosto de 2025

Enfrentamientos regionales en medio de la disputa interimperialista

¿Qué hay detrás de la guerra entre Camboya y Tailandia?

El inicio del choque entre Camboya y Tailandia el 24 de julio -coincidente con la suspensión de la primera ministra tailandesa- mostró nuevamente cómo los enfrentamientos regionales, incluso con raíces locales o históricas, se inscriben en la dinámica de la disputa interimperialista, en este caso entre Estados Unidos y China.

Comenzó como un episodio más de la histórica controversia fronteriza y escaló rápidamente en el tablero estratégico del Indo-Pacífico, donde colisionan alianzas militares, intereses económicos y estrategias de poder global.

 

Un conflicto histórico reavivado

El fuego cruzado volvió a encenderse en la frontera, con combates que incluyeron F-16 tailandeses, artillería camboyana, drones, minas y ataques con cohetes. El epicentro fue la provincia camboyana de Oddar Meanchey, cerca del templo Preah Vihear, patrimonio de la humanidad. El saldo: más de 30 muertos y decenas de miles de desplazados, en la escalada más grave en 13 años.

El conflicto se remonta a mapas coloniales franceses de 1904 y 1907 que dejaron ambigüedades. Aunque la Corte Internacional de Justicia otorgó el templo a Camboya en 1962 y reafirmó la decisión en 2013, Tailandia nunca aceptó plenamente el fallo.

 

La chispa del conflicto

La chispa inmediata fue la muerte de un soldado camboyano a fines de mayo en una zona disputada. Luego minas terrestres hirieron a soldados tailandeses, elevando las tensiones. El 24 de julio, una nueva explosión marcó el inicio de una ofensiva más amplia con bombardeos y artillería pesada en al menos seis puntos de la frontera. Se reportaron también operaciones de guerra electrónica.

El saldo inmediato fue el desplazamiento de alrededor de 160.000 personas, más de 30 muertos —incluidos al menos 20 civiles tailandeses y 13 camboyanos—, el cierre total de los pasos fronterizos y el retiro recíproco de embajadores.

 

Tensiones internas y uso político

En Tailandia, el gobierno interino de Phumtham Wechayachai enfrenta una crisis de gobernabilidad tras la suspensión de Paetongtarn Shinawatra. El conflicto con Camboya es usado para consolidar autoridad, justificar el control militar y desviar tensiones internas, incluso en torno a la monarquía.

Un audio filtrado de conversaciones entre Paetongtarn y el ex PM camboyano Hun Sen, donde coordinan estrategias sobre la crisis, alimentó denuncias internas de “colaboracionismo”.

En Camboya, Hun Manet, heredero de Hun Sen, enfrenta críticas por corrupción y concentración excesiva del poder, al tiempo que aumentan las protestas sociales. El conflicto le permite recuperar iniciativa y reforzar su alianza estratégica con China, que le proporciona respaldo político, militar y económico.

Si bien es probable que el origen esté más vinculado a la situación interna de ambos países, una vez desatado el enfrentamiento en curso va quedando en claro el uso geopolítico del mismo.

 

Estados Unidos y China: la batalla por el Indo-Pacífico

Este conflicto no puede analizarse al margen de la disputa por la hegemonía en Asia-Pacífico, núcleo estratégico del enfrentamiento entre China y EEUU. La escalada constituye un nuevo episodio en la competencia por rutas marítimas, enclaves militares y zonas de influencia.

EEUU reaccionó con rapidez: Trump amenazó con aranceles del 36% a ambos países y congeló negociaciones comerciales. El Departamento de Estado pidió “contención”, mientras el Comando Indo-Pacífico aumentó su “presencia disuasiva”.

Washington reactivó contactos militares con Tailandia y reforzó su narrativa sobre la “libertad de navegación”. Este país integra el sistema de “alianzas bilaterales reforzadas” que Washington ha sostenido desde la Guerra Fría, y cumple un rol central como anfitrión de los ejercicios Cobra Gold, las maniobras conjuntas más importantes del Sudeste Asiático. Además, mantiene acceso a bases aéreas, instalaciones logísticas y derechos de uso sobre infraestructura tailandesa estratégica.

En paralelo, Washington ha intensificado la promoción del Indo-Pacific Economic Framework (IPEF), una iniciativa que busca aislar comercialmente a China, al tiempo que refuerza alianzas estratégicas como el QUAD -integrado por EEUU, Japón, Australia e India-, concebido como una suerte de OTAN asiática. Estas plataformas forman parte de una estrategia más amplia de “contención integrada” frente al avance chino.

Por su parte, China ha profundizado su presencia en Camboya a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, con inversiones de más de 5.000 millones de dólares en infraestructura, incluyendo el puerto de Sihanoukville. El punto más sensible es la base naval de Ream, modernizada con financiación y tecnología chinas, cuya renovación ha generado una fuerte alarma en Washington y entre sus aliados.

La base de Ream, ubicada sobre el Golfo de Tailandia -una zona clave para el tránsito marítimo regional-, podría ser utilizada por la Armada china lo que supondría un avance estratégico crucial para el “Collar de Perlas”: la red de puertos y enclaves que permite a China proyectar su influencia militar y económica desde el Mar del Sur de China hasta el Índico y el Cuerno de África.

El Pentágono ha denunciado públicamente que la presencia china en Ream representa una amenaza directa para sus operaciones en el Pacífico occidental, al romper el equilibrio naval en una región donde Estados Unidos mantiene acuerdos militares con Tailandia, Filipinas y Singapur. Esta presencia se suma al despliegue de Beijing en islas artificiales del Mar de China Meridional, así como a sus acuerdos estratégicos con Myanmar, Pakistán y Sri Lanka.

Este enfrentamiento se inscribe en una competencia más amplia por el control de los llamados “estrechos críticos” del Indo-Pacífico. Uno de ellos, el estrecho de Malaca canaliza más del 40% del comercio marítimo mundial y resulta vital tanto para el abastecimiento energético de China como para la proyección naval estadounidense desde Guam y la base en Diego García.

Tailandia, situada en el istmo de Kra, se vuelve una pieza clave: su eventual cooperación con China permitiría a Beijing rodear a Vietnam y reforzar un corredor marítimo alternativo, una jugada geopolítica que Washington busca bloquear por todos los medios.

India, otro actor relevante, ha mantenido una prudente distancia diplomática, aunque observa con atención el posible fortalecimiento de la presencia china en una región que considera clave para su seguridad marítima.

Camboya, bajo Hun Sen y ahora Hun Manet, se ha convertido en uno de los aliados más firmes de China en el Sudeste Asiático, a cambio de apoyo económico y diplomático. EEUU acusa al país de permitir el uso militar encubierto de sus instalaciones por parte de Beijing.

El conflicto ocurre en un contexto de creciente militarización: EEUU reactiva acuerdos con Filipinas y refuerza su presencia en Japón, Corea del Sur y otros puntos clave, mientras China multiplica sus ejercicios con Rusia y estrecha vínculos con Irán, Indonesia y Malasia.

 

La mediación bloqueada

Intentos de mediación internacional fracasaron. La Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean) -integrada por Brunéi, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar, Singapur, Tailandia y Vietnam-, estuvo limitada por las alianzas cruzadas de sus miembros y no logró resultados concretos. Malasia intentó liderar una propuesta de cese al fuego, cuyo cumplimiento es dudoso hasta el momento.

La ONU convocó una sesión de emergencia del Consejo de Seguridad que se limitó a pedir cese del fuego, sin resoluciones. Tailandia rechazó la injerencia de organismos multilaterales. Trump intentó capitalizar el anuncio del alto al fuego como un logro propio.

 

Una guerra local con consecuencias globales

No está claro aún el rumbo que tomará esta crisis. Las tensiones que lo originaron -tanto internas como internacionales- están lejos de resolverse y, en muchos aspectos, tienden a profundizarse.

La militarización del Indo-Pacífico, las crecientes rivalidades interimperialistas entre China y Estados Unidos, y el rol subordinado y dependiente de los gobiernos de países como Tailandia o Camboya, configuran un escenario propenso a nuevas escaladas.

La región no solo concentra intereses económicos y estratégicos de escala global, sino también una inmensa cantidad de disputas territoriales no resueltas.

En este contexto, cualquier chispa puede convertirse en un incendio con consecuencias regionales e incluso mundiales. La región ha ingresado en una nueva fase de “conflictos con doble capa”: locales en su forma, pero globales en sus consecuencias estratégicas.

Al menos por ahora, lo más probable es que no sea del interés de las potencias una escalada descontrolada de la confrontación en curso, por lo que intentan que se mantenga como un incidente atomizado.

Así, este choque funciona como un ensayo general de la disputa interimperialista por el Indo-Pacífico, donde cada movimiento táctico tiene implicancias estratégicas en una guerra global por partes que avanza sin declararse formalmente y cuyo campo de batalla se extiende desde Medio Oriente hasta el Golfo de Tailandia, pasando por el Sahel africano hasta el Mar de China Meridional y Taiwán.

Este enfrentamiento forma parte de un proceso más amplio en el que los pueblos y naciones oprimidas por las potencias son tratadas como simples piezas en el tablero de la disputa interimperialista. Sin embargo, la clase obrera, los pueblos y las naciones oprimidas luchan cotidianamente, a lo largo y ancho del planeta, para no ser quienes paguen las consecuencias y encontrar los caminos para sacarse ese yugo de encima. En un mundo donde -como denunció el recientemente fallecido Papa Francisco- está en curso una “Tercera Guerra Mundial por partes”, su llamado a oponer “la valentía de la paz” resuena como una advertencia y una exigencia.

 

Escribe Ernesto Migone

hoy N° 2071 06/08/2025