Fue un cálido encuentro con la presencia de sus hijos, Ana Lía y Julián, sus nietos, camaradas y amigos, en la ciudad de Buenos Aires.
Estuvieron presentes las que fueron sus compañeras en la Unidad Sanitaria “Dr. Raúl Salvarredy” y en ATE Avellaneda, camaradas del CC del PCR, de Tucumán, Santa Fe, del Gran Buenos Aires, Campana, CABA y compañeros de la Sala de Salud “Chino” Oliveri del Barrio María Elena de La Matanza.
En las palabras iniciales, Ana Lía y Julián destacaron que hacíamos este homenaje “con la sospecha firme de que su recuerdo nos fortalece. En una Argentina atacada por la crueldad y el individualismo, encontrarnos y tomarnos el tiempo de recuperar nuestra historia de solidaridad y lucha nos permite reunirnos, construir colectivamente la fuerza que hace falta para proyectar hacia el mañana”.
Para referirse a la vida y la trayectoria de Raúl, como presidente de la FUA en los años 60, fundador del PCR, impulsor de la Corriente Clasista y Combativa, comunista revolucionario y médico que puso su profesión al servicio del pueblo, hablaron: Juan “Flaco” Sanes (médico, amigo y compañero de estudios y militancia). Laura Suarez (médica tucumana, sobrina). Berta Strambi, trabajadora social, compañera de la Unidad Sanitaria “Dr. Raúl Salvarredy” (ex Fátima) y de ATE Avellaneda. Rosa Nassif, amiga y compañera del PCR.
Este sentido homenaje se realizó en el marco del encuentro de fin de año del Proyecto Habitar, organización que, como escribió Julián Salvarredy impulsor de este Proyecto y de la Cooperativa La Colectiva, está conformada por “personas de distintas trayectorias que trabajamos hoy transformando nuestras vidas y proyectando un territorio justo y democrático”.
Ana Lía y Julián
“Dos aprendizajes de Raúl: Vivir la vida plenamente y No resignarse frente a la injusticia”
Raúl fue una persona que luchó por un territorio justo y democrático hace ya muchos años, lo hizo desde su tarea como médico, sindicalista y militante político. Se cumplen 30 años de su fallecimiento y generamos un momento para recuperar su historia.
Este encuentro se origina en una intención simple, tomarnos un rato para recordar a Raúl, con la sospecha firme de que su recuerdo nos fortalece.
Lo organizamos pensando que los valores con los que transcurrió su vida, en un ayer ya algo lejano, nos permiten reunirnos para darnos fuerzas hoy, y para proyectar hacia el mañana.
Algo central en lo que hemos coincidido quienes organizamos esto, es proyectar un momento que nos haga bien. Que podamos disfrutar de este encuentro, a pesar de la emoción y la tristeza de la pérdida.
Queremos poner en valor, colectivamente, una trayectoria íntegra de defensa de la igualdad y de la liberación del pueblo. Conscientes de la potencia que puede tener hoy nuestra historia, como lugar al que abrevar para recordar también que existió y existe un pueblo lleno de luchadores y luchadoras, que construyen todos los días el territorio que sueñan y desean.
Dos aprendizajes de Raúl:
Vivir la vida plenamente
Me gusta pensar que su vida, relativamente corta, fue una vida plena, que a su manera, esa plenitud dio algo que se parece a lo que llama felicidad.
Una plenitud que es resultado de la satisfacción que da transitar un proyecto social con alegría.
No resignarse frente a la injusticia
Esto pudo observarse durante toda su vida, en todos los aspectos de su vida.
En un momento como hoy, recuperar la historia de Raúl, es también un modo de recuperar nuestra energía para luchar, y con ella nuestro futuro.
Es también poner en valor la experiencia de varias generaciones. Que se atrevieron a proyectar su futuro, y que vivieron construyendo día a día una vida coherente con estas ideas.
Mi viejo (nuestro viejo)
Mi viejo fue un buen tipo, y fue también un buen padre. Atento y cercano a su manera. Comprometido y crítico como con todo en su vida.
Sabía reírse mucho de cosas simples y de él mismo también.
Se enojaba un poco con los chistes sobre la pelada, sobre la edad, dicen que le pegó un poco la crisis de los 40…mi hermana y yo lo cargábamos con la pelada y nos decía “me van a vengar mis nietos”…
Le gustaba conversar, y sabía hacerse el tiempo de escuchar. Era un tipo bastante abierto a discutir, y muy eficaz en sostener sus argumentos. Lo que implicó para Ana y para mí un alto desafío cotidiano.
Compartió con nosotros su pasión por la lectura y el deporte.
Hay libros de Raúl con registros de más de una lectura, y muchas páginas con anotaciones.
Las vacaciones que hicimos, generalmente en los veranos, por la costa, por la montaña y tantos otros lugares fueron un momento inolvidable de nuestra vida, donde por unos días, teníamos a mis viejos, que siempre fueron personas bastante ocupadas, solo para nosotros.
Ahí se armaban unas especies de olimpiadas de verano y había paleta, fútbol, vóley, natación. En el terreno deportivo, a todo se defendió bastante bien. No le gustaba perder, se enojaba bastante, cuando ya grandes nosotros le ganábamos a algo, o peor, si se daba cuenta que lo dejábamos ganar.
Era bastante tímido, negado para el baile o la canción, salvo que algún vinito -rubro que apreciaba, como las picadas o los chocolates- le diera un poco de valentía. Fue un hombre sensible, como pueden ver en los cuentos que escribió y circulan por aquí.
Era un machista autocrítico, en lo que hoy podríamos llamar en proceso de deconstrucción. Fue una persona muy fraternal y cariñosa con los jóvenes que podíamos invitar a casa.
Fue un lujo tenerlo como padre, los veintipico de años que lo pudimos disfrutar.
Juan Sanes
“Un hombre íntegro, un trabajador incansable, un gran amigo”
Conocí a Raúl en el año 1961 en La Plata, en una lucha por la prórroga del examen de Anatomía, el había iniciado su carrera en Medicina y yo recién ingresaba. Raúl era uno de los estudiantes que dirigía ese reclamo, aunque había aprobado la materia.
Cuando nos conocimos era el principal dirigente de una agrupación en la Facultad de Medicina donde se agrupaban todas las corrientes de izquierda. Desde ese momento comenzamos a recorrer juntos un camino entre el estudio y la militancia política en el movimiento estudiantil.
Era el comienzo de la década del 60. El movimiento estudiantil a fines de la década del 50 había sido protagonista de una gran lucha con grandes movilizaciones, entre la enseñanza laica y la libre, una en defensa de la Universidad Pública y la otra por la enseñanza privada.
Por él conocí el Movimiento de la Reforma Universitaria, que nació en Córdoba en el año 1918, y a algunos de sus dirigentes como Deodoro Roca, José Ingenieros, Gabriel del Mazo y otros.
A fines también de esa década amanecía en el mundo la Revolución Cubana que abrió la esperanza y la posibilidad de un cambio en América Latina.
También de alguna manera me acercó al marxismo como necesidad de una teoría que ilumine la práctica política.
Éramos parte del MENAP, movimiento estudiantil de izquierda que no pertenecía a ningún partido político, pero conscientes de la necesidad de un Partido. El MENAP en alianza con la FJC recorrió un largo camino de lucha en el movimiento estudiantil defendiendo los principales puntos de la Reforma Universitaria, autonomía, libertad de cátedra, participación estudiantil en la dirección de las universidades, acercamiento de la Universidad a los problemas del país y luchando por la unidad del movimiento estudiantil con el movimiento obrero tratando de reparar la unidad que se había roto con el golpe de estado de 1955. Ganamos elecciones en centros de estudiantes en todo el país y recuperamos federaciones universitarias y la dirección de la FUA. Ahí alternaron como presidentes entre otros, Raúl Salvarredy, Jorge Ceballos y Jorge Rocha.
En la búsqueda de ese Partido, cuando la dirección del PC expulsó a una gran parte de la FJC y a dirigentes partidarios confluimos desde el MENAP con ellos en la creación de un nuevo partido, el PCR. Para diferenciarnos del viejo PC.
Y comenzó otra historia para nosotros.
Admiraba de Raúl la paciencia y amplitud en los debates políticos, era un dirigente lúcido, siempre luchando por la unidad de lo posible y necesario sin dogmatismo ni sectarismo.
Hablar de Raúl es recordar un hombre íntegro, un trabajador incansable, un gran amigo, solidario, con un estilo campechano, tranquilo, con una amplia sonrisa y una fina ironía.
Hoy en Argentina y el mundo la derecha está a la ofensiva, pero estoy seguro de que Raúl me aconsejaría no bajar los brazos, que nada es para siempre, que las leyes del desarrollo social histórico no son eternas y que debemos pensar una y mil veces en la posibilidad de encontrar un camino que nos lleve a un cambio social revolucionario.
Laura Suarez
Mi tío Raúl
Raúl fue mi tío por adopción, de esos que, en las épocas más terribles y oscuras de la dictadura militar, cuando la crueldad se trasladaba en Falcons verdes, era uno de los encargados de forjar una red de resistencia que mantenía viva la esperanza.
Y aunque lo conocí y adopté en tan inmensa ciudad [Buenos Aires], para mí, él representaba la imagen del “médico rural tucumano”.
¿Y por qué?
Cuando Juli me convoca a este homenaje, empiezo a investigar.
Recurro a sus antiguos amigos y camaradas, que tomaron la tarea con emoción y orgullo, reconstruyendo no sólo la historia de Raúl, sino también su propia historia.
Raúl nació en la provincia de Bs. As., en una familia ligada a la medicina: madre obstétrica y padre médico.
Estudia Medicina mientras se destaca como dirigente estudiantil. Como entendiendo ya desde entonces que sin cambiar las condiciones concretas de existencia no es posible mejorar las condiciones sanitarias de nuestro pueblo.
O sea: medicina sin lucha social es sólo un remedio paliativo.
Me fue necesario situar el momento histórico que le tocó atravesar.
Una gran parte de la población mundial luchaba por construir el socialismo en China.
En el patio trasero del brutal imperialismo yanqui estallaba una revolución liderada por jóvenes barbudos, uno de los cuales, además, era argentino.
En ese marco era posible sentir que la posibilidad de construir una sociedad distinta era más tangible.
El país estaba atravesado por luchas donde obreros y estudiantes jugaban un rol protagónico.
Y para frenar tan poderosa coalición hicieron falta dictaduras. Primero las mal llamadas “blandas”, como la de Onganía o Lanusse, y luego la terrible, la que sostuvo una campaña de exterminio sistemático desde el estado que utilizó el terror como modus operandi.
En Tucumán esta campaña se inicia un año antes con el “Operativo Independencia”.
Y esto es porque Tucumán ardía, y no sólo por nuestro cálido clima subtropical, sino por una situación social candente.
La crisis de la principal industria de la provincia, la industria azucarera, dejaba en la calle a miles de trabajadores. El cierre de once ingenios azucareros amenazaba con convertir en pueblos fantasmas a las comunidades que se nucleaban a su alrededor.
Una profunda alianza obrero-estudiantil se gestaba en las calles. Sindicatos poderosos y combativos, como la FOTIA de aquel entonces, estaban dispuestos a enfrentar y resistir.
Todo esto creaba una situación social explosiva. Y había que extinguir cualquier chispa antes que se encienda y propague.
Y fue así que Raúl eligió Tucumán, además del hecho de que se enamoró de una tucumana.
Y eligió el sur tucumano, donde se repartían los centros de concentración obrera industrial más importantes de la provincia.
Y se convirtió en Médico-Comunista.
Utilizaba la medicina como una herramienta de construcción y militancia al mismo tiempo que le permitía actuar en lo inmediato sobre las necesidades más urgentes de nuestro pueblo.
Según como se la viva la medicina nos permite conectar con el sufrimiento y la desesperación de los más humildes.
Y así la vivió Raúl.
Testimonios que lo pintan como médico son los de la madre de Amelita, a la que atendió en la Clínica Mayo de Tucumán y quedó impresionada por su trato cordial, cálido y humano.
Una enfermera de la Asistencia Pública de Aguilares, destacó el trato respetuoso hacia ella y sus compañeras, porque se consideraba un “igual” sin colocarse en un plano superior.
Fue médico de guardia en el Hospital de Santa Ana, donde lo reemplazó Manuel cuando lo necesitaba por razones de militancia o familia.
Trabajaba en el Sanatorio Mitre de Aguilares, dónde se atendían los obreros de la fábrica textil Alpargatas. Entre esos obreros estaba “el Turco”, amigo entrañable de mi tío Antonio, “el Petizo”, a quién le contó sin saber quién era Raúl, que un médico muy bueno lo había atendido por un accidente de trabajo. El médico auditor de la patronal había rechazado su certificado de rehabilitación, y Raúl respondió con tal contundencia que tuvieron que aceptarlo.
Entonces: “Raúl médico” se destacaba por lo humano, por considerarse un eslabón más en el equipo de salud, y por tomar partido por los trabajadores y no por los patrones.
Y fue el Petizo el que me acercó a ese “Raúl militante”, “Juan” para ellos, a través de anécdotas.
Como la del año 72’ durante la dictadura de Lanusse. Se enteraron que iba a hacer una visita a la cooperativa agraria Campo Herrera. Decidieron salir de noche, en su moto, una Siambretta 150 Sport, los dos solos, a pintar en cada puente de la ruta 38 “Fuera Lanusse”.
También recordó cómo en pleno operativo Independencia, Raúl lo salvó. El Ejército hacía rastrillajes en las zonas de concentración obrera, pasando casa por casa en busca de materiales “subversivos”. Si encontraban algo sospechoso sus habitantes eran detenidos y algunos desaparecidos para siempre. En ese entonces Antonio vivía en un rancho junto a su compañera que estaba embarazada. Los soldados se acercaban y en eso llegó Raúl con su Renault 4 rescatándolos, los materiales quedaron en el rancho. Eso fue un sábado. Al otro día se animó el Petizo a volver. Los vecinos, obreros de Alpargatas, le contaron que cuando el Ejército preguntó sobre su casa cerrada, le contaron que vivía una pareja, que la señora estaba embarazada y que seguramente tenía alguna complicación porque el médico los había buscado para llevarla seguramente al hospital. Ésos vecinos lo sabían muy capaz de ir a buscar a sus pacientes a sus casas para trasladarlos en su propio vehículo, que por suerte ya no era la moto, hasta el hospital.
Entonces: como militante, Raúl era valiente, comprometido y solidario.
También había diversión, como las salidas de picnic y a pescar en el río Marapa, donde pescaban más mosquitos que peces.
Y cuando el cerco de la dictadura se cerró sobre nuestros dirigentes, no quedó otra que refugiarse en la gran ciudad.
Y ahí siguió su historia…
Fueron pocos los años que estuvo en Tucumán, aproximadamente cinco, pero bastaron para que se considerara tucumano por adopción.
Su tucumanidad afloraba hasta en sus ejemplos. Como cuando hacía referencia a las empanadas de Famaillá para ejemplificar que en sólo una panza llena cabe un corazón contento.
O como cuando precisaba que las mejores fuentes de vitamina C eran las naranjas y los limones norteños, no los costosos medicamentos promocionados por la industria farmacéutica.
La última vez que lo vi ya estaba enfermo. Internado. Yo era estudiante de medicina todavía. El momento que tuvimos me habló sobre su época de médico rural en Tucumán, en lo feliz que había sido en esa etapa de su vida.
En estos tiempos donde se impone el individualismo, dónde fuerzas de derecha sistematizan la crueldad e instalan la desesperanza…
En donde hacen tambalear lo más lindo que tenemos, nuestra educación pública, nuestra universidad, nuestros Hospitales…y se ensañan con nuestros jubilados, quitándoles hasta sus medicamentos…
Es ahora cuando más ilumina la sonrisa de Raúl. Esa sonrisa que lo caracterizaba, que infundía confianza, confianza en que todo podía cambiar.
Él lo dijo: “es posible vencer, la única condición es luchar”.
Es por eso que no podemos ni vamos a dejar esas banderas.
Por eso, querido Tío – Colega – Camarada Raúl: Hasta la victoria siempre.
Berta Strambi
“Raúl era de los imprescindibles”
Después de 30 años Raúl nos sigue convocando a los que compartimos con él el trabajo en Avellaneda, en la que hoy es la Unidad Sanitaria “Doctor Raúl Salvarredy”. Para todos fue una época que nos marcó a fuego.
Éramos muy jóvenes y Raúl nos doblaba en edad. Al principio nos preguntábamos quién era ese hombre grande que solo escuchaba y nos regalaba su sonrisa. Hasta que poco a poco le fuimos descubriendo y se fue convirtiendo para algunos en nuestro líder, nuestro ejemplo, nuestro maestro, casi sin darnos cuenta.
Nos fue mostrando qué era eso de estar al servicio del pueblo y fusionarnos en el barrio con los vecinos. Y además organizarnos como trabajadores para defender nuestros derechos. Y así fue como empezamos a participar en el ATE de Avellaneda.
Tenemos mil anécdotas para contar del trabajo de Raúl en el barrio de Fátima, que es donde está la Unidad Sanitaria. Muchas cosas tenían que ver con su ideología y con su experiencia de médico rural, que las aplicaba a diario, inclusive con sus propios compañeros.
Para mencionar dos anécdotas, una vez una compañera, Adriana, administrativa, estaba con unos dolores de panza terribles, iba un médico, iba otro, nadie le sabía decir qué era lo que tenía. Era más o menos para las fiestas. Y el 23 de diciembre me llama y me pregunta si yo la veo a Adriana, “No paso las fiestas con Adriana, ¿qué pasa?” Y me dice “yo estuve pensando, Adriana lo que tiene son unos parásitos que se hacen como unas pelotas en la panza y ese es el dolor que tiene. Le digo “bueno, cuando la veamos el 26, 27 le decís”. Y así fue. Y le dio un antiparasitario y Adriana se curó. Y la otra anécdota es con Elsa, que está acá, que era la médica compañera. Cuando Elsa tiene a su segunda hija, con las complicaciones, él la fue a visitar como amigo. Y Elsa no se recuperaba, no había manera que saliera de esa cesárea que le habían hecho. Y me dice un día, “¿sabés qué pasó con Elsa?, tuvo un desgarro de útero, cuando pasa eso hay que coser a ciegas porque es como un caño de agua que se rompe, y entonces no se puede ver. Y lo que le han hecho es coserle los intestinos al epiplón (la tela que recubre los intestinos)”. Y era eso lo que tenía Elsa. Y se salvó y está acá. Con los pacientes no era muy distinto. Era capaz de pararse en el medio del camino cuando se estaba yendo a pedirle a ver si tenía la radiografía que le habían mandado a hacer o pasar por la casa a ver cómo estaba.
Tenía todas esas cosas. Y ya después, cuando estábamos en el ATE Avellaneda, él era el tesorero del ATE en ese momento, y yo empezaba mis primeros pasos en el sindicalismo. Y él escribía los volantes y venía y me preguntaba qué opinaba de lo que había escrito. Y yo no entendía cómo alguien como él me preguntaba a mí que recién estaba haciendo mis primeros pasos. Pero después entendí que esa era la forma como él funcionaba. Siempre escuchando a los demás.
Entonces, yo pensé que a Raúl le cabe la frase de Bertolt Brecht que dice “Hay hombres que luchan y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Y hay quienes luchan mucho tiempo y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida. Esos son los imprescindibles”. Y Raúl era de los imprescindibles.
Rosa Nassif
“Raúl va a vivir en las luchas de miles y de millones que sigan peleando por una sociedad más justa y por un mundo mejor”
Escuchando lo que dijo Julián y los compañeros de la Cooperativa La Colectiva, entiendo que es bastante coherente que podamos estar acá, porque por un camino o por otro, la búsqueda de Raúl, nuestra búsqueda, el bien de la mayoría, de todos, cambiando una sociedad muy injusta, es lo que nos une.
En este momento todos compartimos la misma emoción y estos sentimientos encontrados de tristeza, nostalgia y alegría. Sobre todo, la alegría de poder estar acá juntos con los hijos, con Julián y Ana Lía, con los nietos y nietas: Verónica, Malena, Lautaro y Raulito. Alegría y la más hermosa sonrisa de Raúl al ver a los hijos y los nietos, a los amigos de sus hijos, que comparten este proyecto, y a sus camaradas de muchos años. Raúl nos ha juntado acá a compañeros que vienen de Rosario, de Tucumán, de Campana, del Gran Buenos Aires, de CABA.
Lo conocí a Raúl en un momento especial hace muchos años, en 1966, cuando se realizaba una instancia muy importante de la FUA, que era el Consejo Nacional de Centros (CNC). Seguro que estaba también ahí Lucho Molinas. Con más de 200 delegados, mostraba que la FUA en ese momento representaba verdaderamente a la mayoría de los estudiantes universitarios.
Y pensando en estas magníficas luchas que han dado en este año nuevamente los estudiantes universitarios, creemos que volverá a haber una FUA que realmente, como aquella que vivimos nosotros, represente al conjunto de los estudiantes y se plantee encabezar sus luchas.
En ese Consejo Nacional de Centros, pocos meses antes del golpe de Onganía, se discutía la situación del país, el análisis de lo que pasaba con un gobierno muy débil, el de Illia, producto de una elección con proscripción del peronismo, que había ganado con el 26% de los votos y que estaba acosado ya por un golpe militar. Y por nuestra experiencia, tras el golpe, una dictadura. En ese CNC discutimos, acaloradamente, cómo prepararnos. Y salió una orientación concreta de que había que enfrentar al golpe, que había que profundizar la unidad con el pueblo y sobre todo con la clase obrera y que a la vez teníamos que defender la universidad, que estuviera abierta, que fuera democrática.
En medio de esas acaloradas discusiones, vimos con Emilia -que éramos muy amigas y compañeras de militancia- por el pasillo, en el gran salón donde se hacía el CNC, una figura imponente y la sonrisa de Raúl. Y eso en mi amiga impactó mucho.
Después fue Raúl a Tucumán, ya en plena dictadura de Onganía, como presidente de la FUA. El movimiento estudiantil dirigido por la FUA fue cabeza de la resistencia a la dictadura, le hizo el primer paro nacional a Onganía. Esta era la FUA que dirigía a Raúl, que antes la había dirigido Carlitos Ceballos, y luego Ariel Seoane y Jorge Rocha.
Raúl volvió a Tucumán mucho por la FUA y por Emilia, o tal vez al revés, no sé. Nos ayudó mucho a quienes dirigíamos centros de estudiantes sin estar en ningún partido, éramos independientes, a integrarnos en un movimiento independiente, el MENAP (Movimiento Estudiantil Nacional de Acción Popular) que dirigía la FUA junto a la Federación Juvenil Comunista. Estábamos muy influenciados por la Revolución Cubana y por el Che, teníamos claro que junto a luchar por otra universidad era necesario luchar por otro país, y que para eso era necesario un partido revolucionario, y no había ninguno en la Argentina que se planteara verdaderamente un cambio revolucionario. El PC, que tendría que haber cumplido ese papel, había traicionado, tirado hacía tiempo todas las banderas. Entonces fue muy sencillo, que cuando los que veníamos trabajando juntos en la FUA, cuando la mayoría de los jóvenes de la FJC rompieron con el PC nos uniéramos para formar el PCR. Lo hicimos en Tucumán como podíamos, no sabíamos mucho de cómo era un partido, y además de los que veníamos del MENAP, Ana Sosa, Manuel y el Bicho Márquez, Emilia, mis hermanos: Angelita, Normita y Ricardito y muchos otros compañeros junto a los que venían de la FJC, entre ellos Miguel Galván, Amelita Martínez y Ángel Manfredi, fundamos el PCR de Tucumán.
De Raúl en Tucumán, recibido de médico y casado con Emilia, habló Laurita, mostrando que Raúl realmente arraigó en Tucumán y que lo que dejó fue muy profundo. Por ejemplo, Antonio Suarez, el compañero que hoy dirige la Corriente Clasista y Combativa, dijo en una reunión en la que estábamos, sabiendo que hacíamos este homenaje, “Raúl me formó a mí”.
Raúl formaba con su ejemplo, con su forma de ser. Coincido con las palabras de despedida de Jorge Rocha que hemos escuchado en el video que se ha pasado acá, y también con Juan y Berta, con esa cualidad que tenía Raúl, ese estilo, donde al tiempo que defendía con vehemencia sus ideas y las peleaba en una asamblea, en una reunión o en un café, tenía una forma de hacerlo por lo que era cómodo discrepar con él, porque esas discusiones podían terminar en “está bien, tenés razón” o “me equivoqué”, o en seguirlas, pero nunca significaba cambiar nada de la relación que se tenía, porque de verdad era profundamente democrático. Y tenía esa forma de escuchar, también llamativa, hay muchas fotos donde él está mirando, escuchando, pensando lo que está diciendo la otra persona, no para coincidir, los hijos lo han descripto bien, no era condescendiente, pero sí era abierto a pensar que primero había que entender qué pensaba la otra persona, y en segundo lugar que se podía aprender con ella, y uno también aprendía con él.
Creo que el Raúl que volvió de Tucumán, no era el mismo Raúl que fue allí.
Me parece importante lo que han dicho acá sus hijos, Raúl disfrutaba de la vida, plenamente, en cosas pequeñas para algunos, grandes para otros. Por ejemplo, amaba el agua, donde iba preguntaba si había un río cerca, si se podía ir… El mar ya era su máximo disfrute, amaba nadar y todos los deportes. También Raúl era feliz con la familia que tenía, con los hijos, verlos crecer, y como dije al comienzo, sería inmensamente feliz con cada uno de los nietos y las nietas.
También Raúl era feliz en la lucha, él estaba alegre cuando tenía que enfrentar una asamblea, alegre en la pelea en la calle. Pensando en este rasgo de Raúl, pensé que era importante traer una idea que muchas veces suena rara, extraña, la idea de que la felicidad es la lucha. Puede sonar como un cliché, tal vez, pero tiene su lógica, tiene su razón de ser, y en parte lo han dicho los compañeros de Proyecto Habitar y de la Cooperativa, porque cuando uno se encuentra con las injusticias terribles de esta sociedad, cuando el dolor de los otros duele tanto, cuando la comida es incierta y el hambre una realidad palpable en millones de hogares, cuando estamos ante un gobierno que no solo es el responsable de esos padecimientos, sino que parece disfrutarlos con una perversidad y crueldad que indigna, es decir, todo esto nos produce dolores muy profundos, angustias, padecimientos. Pero cuando uno descubre que esto no sucede por “las fuerzas del cielo”, no es por la naturaleza humana, sino que hay causas sociales, que hay responsables, y que esto es producto de un sistema capitalista, imperialista, terriblemente desigual e injusto y, sobre todo, cuando uno llega a la convicción que se lo puede cambiar, es decir, que se puede transformar revolucionariamente como lo han hecho otros pueblos.
Acá plantearon los compañeros su proyecto de transformar la concepción de las viviendas, de manera que el mundo no se divida entre los que pueden tener un techo y los que viven en la calle, sino darle un sentido social. Pero también se puede cambiar todo lo que en este momento implica no poder resolver ni las necesidades más elementales, cuando descubrimos esto y a la vez encontramos que hay un camino, que ese camino es un camino colectivo, que es un camino revolucionario, que luchar por el comunismo no es una utopía, que es científicamente posible, y que con mucha lucha previa, con mucho tiempo y esfuerzo, es posible lograr lo que es y ha sido el anhelo milenario de la humanidad, una sociedad de iguales, una sociedad con justicia, todo aquello por lo cual uno siente que vale la pena luchar y dar la vida. Cuando se llega a esta conclusión se tiene algo muy parecido a la felicidad, la alegría se abre paso por sobre la pesadumbre, el pesimismo, y si bien no es lineal creo que con otros uno puede ser feliz en la lucha.
Y sí es cierto, hablando de distintos sentimientos, que solo se muere definitivamente cuando ya nadie se acuerda de él, cuando no existe para nadie, o cuando la lucha en la que ha empeñado su vida deja de ser la lucha de otros. En el caso de Raúl, este encuentro lo muestra, no hay riesgo. Raúl va a vivir en nuestra memoria, va a vivir y va a seguir viviendo en nuestro corazón y va a vivir en las luchas de miles y de millones que sigan peleando por una sociedad más justa y por un mundo mejor.
Así que, Raúl querido, como siempre, ¡hasta la victoria!