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02 de noviembre de 2016

El motivo de estas líneas es la conmemoración de los 99 años del triunfo de la Revolución Socialista en Rusia liderada por Lenin, en noviembre de 1917, en esas jornadas que el periodista estadounidense John Reed inmortalizó como los “diez días que conmovieron al mundo”.

Reflexiones sobre la Revolución Rusa

A 99 años del 7 de noviembre de 1917

 

 
Digo liderada por Lenin e inmediatamente me viene a la mente ese vívido relato de John Reed que muestra mejor que ningún tratado quiénes fueron y cómo eran los héroes de esa Revolución que abrió un nuevo surco en la historia de la Humanidad. Un surco mucho más profundo que el que habían abierto antes la Revolución Inglesa de 1640 y la Revolución Francesa de 1789. Tanto ellas, como la Revolución Rusa y más adelante la Revolución China liderada por Mao Tsetung, fueron grandes no por quienes las lideraron sino porque fueron protagonizadas y tuvieron como sus principales héroes a los más oprimidos, a los más explotados, a los que no tenían otra cosa que perder que sus cadenas. La estatura de estos líderes, su “inmortalización”, tiene que ver con su consecuencia en el liderazgo de esas masas para llevar adelante la revolución hasta acabar no solo con las causas inmediatas de sus males, sino con las raíces de la explotación y de la opresión.
Los historiadores burgueses suelen decir que la Revolución devora a sus propios hijos. Ponen de “ejemplo” el trágico fin de Robespierre en la Revolución Francesa e incluso lo atribuyen a un “exceso de radicalización”. Ocultan así que eso le pasó no por ser “demasiado revolucionario” sino por la inconsecuencia de la clase que dirigía la revolución, la burguesía, que solo quería cambiar un sistema de explotación por otro. Ni Lenin ni Mao Tsetung serían “devorados” por las revoluciones que lideraron porque esas revoluciones no fueron dirigidas por la burguesía sino por la clase obrera, y ellos expresaron consecuentemente a esta clase. Fueron en primer lugar líderes de esta clase, y desde allí lideraron a los campesinos y al conjunto de los trabajadores y los pueblos oprimidos de esos países, en el triunfo y en la consecuencia de esas revoluciones para no dejar piedra sobre piedra de los regímenes anteriores. 
Como el desarrollo histórico no es lineal, tiene sus vueltas y revueltas, nada es consolidado salvo la muerte, cuando la clase obrera perdió la dirección en esos países, por el copamiento de sus partidos políticos por el revisionismo, la burguesía volvió a adueñarse del poder y esos países retrocedieron al régimen de explotación y opresión moderno, capitalista, restaurando incluso formas de opresión de regímenes anteriores. Lenin y Mao serían transformados –en la URSS y en China– en “héroes nacionales” e incluso “grandes genios”, convirtiéndoselos en objetos de adoración por fuera de la lucha de clases, despojándoselos de su “peligrosidad” para la burguesía.
Sabrán disculpar estas consideraciones introductorias, pero resulta que el primer engaño que se hace en la historia es tratar de presentarla como el resultado de la acción de uno o unos pocos héroes, o cuanto más de un partido, para ocultar quiénes son los que verdaderamente hacen la historia, para negarles ese papel a las masas y así tratar de excluirlas de la posibilidad de que hagan la revolución. Pues “genios” como Lenin o partidos como el bolchevique serían excepcionalidades que aparecen una vez cada siglo, y son irreproducibles. Cuando en verdad Lenin y los bolcheviques no “crearon” la historia, sino que fueron un producto de esta historia que hicieron las masas explotadas y oprimidas y que ellos supieron conducir al triunfo, no por considerarse “genios” sino por dedicarse incansablemente a organizar esas masas, a desarrollar y dirigir su actividad revolucionaria. 
Es decir, integraron la teoría revolucionaria de la clase más avanzada de nuestra época, la teoría marxista de la clase obrera, con la realidad concreta de la revolución en Rusia, de esa revolución que bullía en las entrañas de la sociedad rusa, que había tenido sus triunfos y derrotas, y se fundieron con la clase obrera rusa que, aunque relativamente poco numerosa para lo que era el desarrollo de Rusia entonces, sin embargo era la única clase que podía conducir hasta el triunfo definitivo a esa revolución, transformándola de una revolución burguesa limitada a acabar con el régimen autocrático del Zar en una revolución socialista proletaria que acabó no solo con la monarquía sino con todo el sistema de explotación y opresión y las clases que lo sustentaban.
 
La revolución democrática y la revolución socialista
Bajo la dirección del proletariado, con la instauración del régimen soviético, la revolución democrática burguesa se transformó en revolución socialista proletaria, resolviendo los problemas de la primera, como ninguna otra revolución lo había hecho antes en la historia de la humanidad. Los dirigentes de las revoluciones burguesas habían prometido libertad, igualdad y fraternidad; habían prometido acabar con todos los privilegios y desigualdades de sexo, de religión, de razas, de nacionalidades, etc. Lo prometieron pero no lo cumplieron, por lo que ya había avizorado Babeuf en el transcurso de la Revolución Francesa de 1789 y sistematizaron Marx y Engels, en relación a la experiencia de las revoluciones europeas de 1848-1850: porque se los impedía el “respeto”… por la “sacrosanta propiedad privada”. “En nuestra revolución proletaria –escribió Lenin– no existió ese maldito ‘respeto’ por ese tres veces maldito medioevo ni por esa ‘sacrosanta propiedad privada’”. 
La consolidación de las conquistas democráticas para los pueblos de Rusia requería que la revolución avanzase hacia el socialismo, y la lucha proletaria revolucionaria determinó que la revolución socialista proletaria rebasara a la revolución democrática burguesa, demostrando que no había una muralla china entre ambas. “El régimen soviético –escribió Lenin– es precisamente una de las confirmaciones evidentes de esta transformación de una revolución en otra. Representa la máxima democracia para los obreros y los campesinos, y al mismo tiempo, la ruptura con la democracia burguesa, y la aparición de una nueva, la democracia proletaria o dictadura del proletariado, de proyecciones históricas universales”.
Mucho se han esforzado los escribas de los terratenientes y de la burguesía y los revisionistas de todo pelaje, por quitarle esa trascendencia a la Revolución Rusa, diciendo que fue un accidente o un error, que la base económica no daba para ello, o aceptando que fue históricamente inevitable –como escribió hace 19 años Gorbachov (Clarín, 1º/11/97)– pero presentándola como intrínsecamente maligna pues conllevaba el terror revolucionario, algo “inmoral” desde la mentirosa moral terrateniente y burguesa, que acepta como única democracia la que le permita perpetuar su sistema. 
Tampoco puede decirse que fue innecesaria, por la derrota sufrida 40 años después, pues como escribió Lenin a cuatro años del triunfo de la Revolución: “Solo la lucha decidirá en qué medida podremos (en fin de cuentas) avanzar, qué parte de nuestro elevado objetivo lograremos realizar y qué parte de nuestras victorias conseguiremos consolidar. Ya veremos. Pero desde ahora es evidente que –para un país arruinado, atormentado, atrasado– se ha hecho muchísimo en cuanto a la transformación socialista de la sociedad. (…) Nosotros hemos empezado. Poco importa saber cuándo, en qué plazo, los proletarios de qué nación llevarán las cosas a término. Lo importante es que se ha roto el hielo; que está abierto el camino e indicada la dirección”.
A partir de nuestra próxima edición comenzaremos a publicar una serie de notas breves que está trabajando el camarada Carlos Echagüe: Hacia el Centenario de la Revolución Rusa.