Desde los inicios de nuestro movimiento obrero, se discuten temas como ¿sindicato o partido? ¿reforma o revolución?, ¿frente único con qué sectores?. Otto Vargas recuerda, en El marxismo y la revolución argentina (tomo 1, pág. 22), que ya entre 1850 y 1870 “el incipiente movimiento obrero argentino protagonizó una dura lucha de líneas entre socialistas utópicos, anarquistas y marxistas. Allí embrionaron tendencias que, metamorfoseadas, subsistieron hasta hoy”. Repasaremos en esta columna algunos ejemplos de estas discusiones, y recordaremos la vida y algunas luchas de nuestra clase obrera.
En 1857 se funda la Sociedad Tipográfica Bonaerense, que por esos años “no sobrepasaba los límites del mutualismo” (José Ratzer, Los marxistas argentinos del 90, pág. 26). Los tipógrafos cumplieron un rol de vanguardia, y del seno de esta Sociedad Tipográfica surgió, en 1878, el sindicato que organizó la primer huelga “impulsada por una organización sindical” (Vargas), de la que se tenga registro en nuestra historia.
El escritor argentino Roberto Payró, así describía a este gremio, una de cuyas características fue la amplia mayoría de trabajadores criollos entre sus filas: “… la clase más independiente y levantisca que haya existido en nuestra Capital (…) muchas veces, en la imprenta, con el cañón apoyamodo en el burro, componían con el fusil al alcance de la mano…”
Hacia 1871, el que era presidente de Tipográfica Bonaerense, J.M.P. Méndez, en un informe a los asociados –que llegó a manos de la sección de la Primera Internacional en Barcelona- planteó uno de los debates que recorrió y recorre el movimiento revolucionario, acerca de la “posibilidad” de una revolución pacífica.
Decía Méndez que cree necesaria una revolución social, pacífica, igualitarista, que “está en germen, que se le ve asomar y que no estalla por falta de cohesión…”. Según Ricardo Falcón, de quien extraemos la cita: “Esta revolución sólo se concretizaría cuando estuviera ‘hecha la fusión, hecho el amalgama, constituida la federación de las clases trabajadoras unidas en un centro único, con leyes sabias y equitativas’”, agregando que “la revolución encabezada por las masas trabajadoras debe ser precedida por las leyes y el derecho, divisa eterna de la justicia”.
Están esbozadas aquí las bases de una senda reformista, que estuvo y está en debate con un camino revolucionario, como ya plantearan, confusamente, los fundadores de las primeras secciones de la Asociación Internacional de Trabajadores, meses después en Buenos Aires.