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11 de enero de 2017

Ricardo Piglia

Falleció el escritor argentino

El 6 de enero falleció en Buenos Aires el escritor Ricardo Piglia. Tenía 75 años de edad. Quizás el último de los escritores formados en la cultura de izquierda en los años 60 y 70 del siglo 20, como sus amigos Rodolfo Walsh, Haroldo Conti (asesinados por la dictadura militar), David Viñas o Andrés Rivera (fallecido en diciembre pasado), entre otros grandes autores argentinos.

El 6 de enero falleció en Buenos Aires el escritor Ricardo Piglia. Tenía 75 años de edad. Quizás el último de los escritores formados en la cultura de izquierda en los años 60 y 70 del siglo 20, como sus amigos Rodolfo Walsh, Haroldo Conti (asesinados por la dictadura militar), David Viñas o Andrés Rivera (fallecido en diciembre pasado), entre otros grandes autores argentinos.
Con Piglia, como con ningún otro escritor argentino, la literatura nacional –la narrativa en particular– alcanza conciencia de sí misma. No ya porque Piglia la ha estudiado, teorizado en sus ensayos y enseñado en su prolongada actividad docente, como otros lo han hecho antes y contemporáneamente a él, sino porque su propia obra narrativa está atravesada y hasta determinada en buena medida por la reflexión acerca de sí misma. Esto es claro en su primera y más celebrada novela, Respiración artificial, pero también en sus otros libros de ficción cuyos personajes, en particular su alter ego Emilio Renzi, polemizan entre sí y exponen originales y productivas tesis acerca de corrientes y autores de nuestra literatura. 
Una de esas tesis propone que el Facundo de Sarmiento es la primera novela argentina. Un libro donde el ensayo, la política y la historia se entrelazan con la ficción signaría una tradición nacional, en la cual la obra de Piglia claramente se inscribe, como así también en la vanguardia moderna iniciada –según él– por Macedonio Fernández. 
Otros dos autores ocupan un lugar central en los análisis de Piglia, no sólo en su ensayística –como ya dijimos– sino en su obra de ficción: Roberto Arlt y Jorge Luis Borges. Sobre ambos escribió valiosos trabajos, que incluso expuso en programas televisivos recientes. Y sus propias formas literarias evidencian una suerte de fusión de los estilos, tan diversos, de ambos escritores. 
Los análisis –inscriptos en la tradición crítica marxista– de los discursos del poder, de la función social de la literatura, del papel de la novela en la reproducción de las ficciones que circulan en la sociedad, de los lenguajes impuestos por las clases dominantes, del rol en esto de los diarios y la televisión, etc., son también temas recurrentes de reflexión en Piglia. Uno de sus referentes predilectos al respecto fue Bertolt Brecht, sobre quien publicó un agudo ensayo en la recordada revista Los Libros, a inicios de 1975. En aquel momento él compartía la dirección de la revista con camaradas de nuestro partido; luego se apartó al discrepar con la línea antigolpista del PCR y su defensa –ante ese golpe inminente– del gobierno de Isabel Perón. Sus simpatías partidarias eran con Vanguardia Comunista, en cuyas publicaciones colaboraba con seudónimo. Como puede leerse en “Los diarios de Emilio Renzi” publicados últimamente, mantuvo amistad con los dirigentes de ese partido Roberto Cristina, Rubén Kriskautzky y Elías Seman. A estos dos últimos dedicó en 1980 su novela Respiración artificial (por entonces los tres ya habían sido “desaparecidos” por la dictadura).
Respecto a sus convicciones, es pertinente recordar lo que respondió a una pregunta en 1985 (cuando varios de sus viejos amigos colaboraban con el nuevo gobierno radical): “Las palabras se gastan más rápido que el dinero en la Argentina. Ya existe hasta una utopía alfonsinista, según creo. Cuando yo digo utopía pienso en la revolución. La Comuna de París, los primeros años de la Revolución Rusa, eso es la utopía. Y eso es la política (…) ¿O vamos a entender la política como la renovación parcial de las cámaras legislativas o los vaivenes de la interna peronista? En este país hay que hacer la revolución. (…) Algunos han perdido las ilusiones, se han vuelto sensatos y conformistas del sentido común. Para pensar bien, quiero decir para ser lo contrario de un bien pensante, hay que creer que el mundo se puede cambiar”.