El sol frío de mayo despuntaba. Para muchos, una mañana como cualquier otra, para Lorena, el comienzo de una nueva aventura. No una que ella haya elegido particularmente, más bien una aventura de esas que el programador del juego te tira encima. Despedida de Terrabusi, donde durante 4 años la “reventaron” con los ritmos de producción, una mañana como cualquier otra, llegó a la feria ubicada entre los piletones abandonados, sin uso, echados a menos. Un complejo construido por Perón que supo albergar cientos de niños que disfrutaban del verano en esas piletas estatales.
A esos piletones Lorena llegó por primera vez, llevó para vender algo de ropa remendada que tenía en su casa. Alguien se lo había recomendado. En aquella incipiente feria había no más de 15 puestos. Gran parte atendidos por vecinos de países limítrofes como Bolivia y Paraguay.
Lorena estaba sobre la calle, apenas un metro cuadrado albergaba toda su mercadería; con el tiempo se agrandó a un metro y medio el ancho. “Toda gente mayor, laburadora. Nos arreglábamos entre nosotros, nos cuidábamos, hasta se armaban bailes. A veces tocaba algún conjunto”, recordó.
Al principio nadie les cobraba nada. Nada. No había impuesto, permiso municipal, seguridad, estacionamiento, servicios, barrido y limpieza. Nada. En el lenguaje actual sería “una feria autogestiva”. Poco a poco la feria fue creciendo. Y empezó a pasar la gente de “La Noria”, la dependencia policial ubicada en Puente La Noria a pedir “una colaboración”. “Si te iba mal podías decir: Mirá, viejo, hoy me fue mal. Te puedo dejar solo esto”, rememora Lorena.
En 2001 la feria creció exponencialmente. Al principio no pagábamos nada, después era una colaboración y ahora pasó a ser una exigencia y una obligación, “después de los de La Noria empezaron a venir a cobrar otros, delito económico, delito fiscal, dependencia municipal y otros, en total son como 9, que cada vez te cobraban más. Y si no pagás te cagan a palos y te roban las cosas. La policía se aprovecha porque muchos de los que venden son bolivianos o peruanos. La misma policía te faja o te roba si no pagás”.
La feria se llenó de puestos y apareció Jorge Castillo. “La Punta Mogotes era un pileta y de repente, él apareció (Castillo) y no se sabe si es dueño o qué, pero te cobra todo, inclusive lo de la calle. Para entrar a un puesto en la feria son 20 mil pesos y afuera $500. Castillo es el peor, un tipo muy agresivo. También la gente que lo cuida, que además organiza a los que carterean en la feria, son muy agresivos. Ahí está todo organizado, nada pasa por casualidad. Son una mafia” relata Lorena.
Un día, Lorena venía dudando de seguir en esa feria y armó su puesto de todas formas. Un señor, que era un cabo, porque en la feria todos distinguen entre los que son señores y lo que son “señores cabos” le dijo “soy de delito criminal, me manda el jefe para llevar lo nuestro”. “No pará, ¿otro más?, delito económico está bien pero ¿delito criminal?, yo no maté a nadie. Así no va” respondió Lorena. El cabo se fue y volvió unos minutos más tarde con el oficial de delito económico que le explicó que ahora también estaba esta gente y que había que colaborar. “No, bueno, yo ya te doy cien a vos, si quieren se reparten 50 cada uno, pero yo no puedo poner más. Si no pongan un local ustedes, yo se los atiendo y me pagan un sueldo” dijo Lorena, y fue su última vez en La Salada. Ahora recorre las ferias clandestinas, pero al poco tiempo los mismos empezaron a obrar también en esas ferias. “Los mismos que cobran en La Salada, también recorren todas las ferias clandestinas.”
—¿Hay talleres clandestinos que venden en la feria?
—En La Salada hay de todo, talleres clandestinos, desarmaderos, conseguís cualquier cosa, pero también estamos los que trabajamos con lo nuestro porque es lo único que tenemos. Trabajo digno no conseguimos, sino no iríamos a la feria, porque la feria es muy sacrificada y riesgosa. Una costurera está desde las 7 de la mañana hasta la 12 de la noche. Si hubiera mejores opciones yo no estaría en la feria, que tenés que ir, con lluvia, con frío, tenés que estar igual. En esas ferias que estamos hablando, todos los días muere gente, te roban, te cagan a tiros. Y es un riesgo, yo me salvé un montón de veces. Y es mucho laburo. Un sol frío de mayo asoma por el Oeste, una mañana como cualquier otra.