Noticias

02 de octubre de 2010

¿Es suficiente que el indicador del PIB de positivo para decretar el fin de la crisis? O se necesita saber qué pasa con otros indicadores, como el de la desocupación, el consumo y la inversión, para saber qué pasa con la economía.

¿Salimos de la crisis?

Hoy 1291 / Más sombras que luces en la economía yanqui

El Departamento de Comercio de los Estados Unidos publicó la semana pasada los índices anualizados de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), correspondientes al tercer trimestre (julio-septiembre) de 2009. El índice de porcentaje de cambio en comparación con el trimestre anterior (abril-junio de 2009) mostró una cifra positiva de 3,5%, por primera vez tras cuatro trimestres de caídas consecutivas. A su vez, el índice de porcentaje de cambio en relación a igual trimestre del año anterior (julio-septiembre de 2008) siguió todavía mostrando una caída de –2,3%.
Más allá del resultado dispar de estos índices, según cual sea la comparación, es necesario ver cómo se logra el índice positivo del último trimestre contra el anterior para  hacerse una idea de cómo sigue la película. Además hay que ver qué pasa con la ocupación, el consumo y la inversión, y el crédito que podría estimularlos, que no sólo no se han recuperado sino que siguen cayendo por lo prolongado y profundo de la crisis, oficialmente iniciada a fines de 2007 por el índice del PIB, pero que en el caso de la inversión privada fija residencial ya venía con índices negativos desde el 2° trimestre de 2006.

La endeblez del índice
Mirando el desagregado de los índices publicados oficialmente podemos decir que la recuperación que se muestra en el último trimestre, en relación al trimestre anterior, se debe principalmente a los planes de estímulo dados por el gobierno en algunos rubros particulares, cuyo sostenimiento depende de que continúen o no esos planes. Uno es el caso del plan “efectivo por chatarra”, para el canje de autos viejos por nuevos, que por sí sólo explica casi la mitad del índice (en bienes de consumo durable), pero que ya terminó por lo que no volverá a repetirse. Otro es el subsidio para la compra de la “primera casa” que explica prácticamente la otra mitad (en inversiones residenciales), que tiene posibilidades de prorrogarse porque su compra no es sustituible con importaciones (como sí ocurre en el caso de los automotores).
Estas particularidades de cómo se llegó al índice positivo en el tercer trimestre 2009 son un primer indicio de la endeblez de la llamada “reactivación”, que hace temer una recaída en los próximos trimestres. Pues no hay síntomas de que disminuya la desocupación, al contrario por la dinámica de esta “recuperación” sigue y seguirá cayendo, con lo que eso significa en la retracción del consumo personal, de las inversiones y del crédito.

Una dinámica dañina
La llamada “reactivación” tiene dos aspectos contradictorios: por un lado, los pulpos financieros de Wall Street y las bolsas mundiales, reciclan una nueva “burbuja” ganancial, no ya con dinero especulativo proveniente del sector privado, sino con fondos públicos (de los impuestos pagados por toda la sociedad), puestos compulsivamente a su servicio. Actualmente, los grandes bancos de Wall Street (responsables de la crisis financiera) están ganando nuevamente cifras millonarias no por una reactivación del crédito sino a través de compra y venta especulativa  de acciones bursátiles y de la adquisición de instituciones quebradas a las que luego recapitalizan en la bolsa.
La otra cara es la que presentan los sectores no financieros. Pese a los anuncios de recuperación de la economía, empresas y bancos todavía están recortando empleos y obteniendo ganancias a través de reducciones de costos (incluido reducción de salarios). Mayoritariamente los analistas prevén un período prolongado de alto desempleo, y muchas empresas tienen dudas persistentes sobre cuán perdurable puede ser la mentada “recuperación”, por lo que no arriesgan nuevas inversiones.
Los capitalistas tratan de recuperarse de la crisis descargándola sobre los trabajadores. Reducen el “costo laboral”, despidiendo empleados, rebajando salarios y suprimiendo beneficios sociales, y superexplotando a la fuerza que queda ocupada (el ingreso personal disponible en el conjunto de la economía ha seguido cayendo en el tercer trimestre de 2009, según el informe arriba citado). También achican otros gastos (e inversiones) de la producción, con lo que se deprime aun más el consumo y se generan más despidos laborales.
De esta manera, el sistema capitalista descarga el costo de la crisis sobre el sector asalariado (fuerza laboral masiva) y la masa más desprotegida y mayoritaria de la sociedad (población pobre con limitados recursos de supervivencia). Y posibilita que bancos y empresas “recuperen” sus tasas de rentabilidad al costo de mantener el desempleo e incrementar los niveles sociales de precariedad económica, por lo que continúa la depresión de la demanda (de consumo y de inversiones).
Según el Wall Street Journal, Estados Unidos eliminó 7,2 millones de empleos desde que comenzó la recesión en diciembre de 2007, la mayor contracción desde la Gran Depresión de los años 1930. Incluso –afirma– si el mercado laboral comenzara a crear empleos con la rapidez que se registró durante el auge de los años 90, cuando se agregaron 2,15 millones de empleos en el sector privado por año, Estados Unidos no recuperaría una tasa de desempleo de 5% hasta fines de 2017.
En este proceso de superexplotación capitalista (que retrocede las conquistas sociales y sindicales a estadios inferiores) se explica la recuperación de la rentabilidad empresarial (ganancias capitalistas) mientras la economía sigue deprimida a causa del desempleo y la debilidad del consumo y la inversión. Por lo que se puede decir que las penurias de esta crisis no sólo no han terminado sino que se seguirán sufriendo, incluso acrecentadas, por un período prolongado.