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27 de julio de 2016

Reproducimos extractos del Trabajo de investigación realizado en 2010, y vuelto a editar en el Bicentenario de la Independencia, escrito por nuestro camarada Facundo Guerra, licenciado en Sociología, dirigente del Partido Comunista Revolucionario de Mendoza y del Frente Popular. 

San Martín y la guerra de independencia en Cuyo

Un Bicentenario patriótico y popular

 

 
Al momento de estallar la revolución, la estructura económica de Mendoza no formaba parte del eje comercial que unía Lima con Buenos Aires. En la provincia se cultivaba el olivo, los cereales, la alfalfa para el engorde de ganado que luego era transportado a Chile. También había algunos viñedos, aunque éstos no eran muy significativos, entre otras causas, porque se hacían desafiando la prohibición peninsular de efectuar tales plantaciones. Otra actividad relevante fue el comercio de esclavos hacia Chile. Si bien en la provincia prevalecían las relaciones feudales y esclavistas de producción, no concentraba el núcleo fundamental de las clases dominantes del virreinato, lo que le otorgó ciertas particularidades. La provincia integró la capitanía de Chile hasta el momento de la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776 y a pesar de las medidas administrativas, su economía continuaba más vinculada a Chile que a la del Virreinato del Río de la Plata. Con la derrota de la revolución chilena en la batalla de Rancagua (octubre de 1814), se había interrumpido el comercio con Chile y la actividad económica de la provincia entraba en ruinas. 
La designación de San Martín fue recibida en Cuyo como una garantía para impedir la invasión del ejército realista a la región andina y la posibilidad de contar con un coronel prestigiado que podía emprender la recuperación del país transandino y por este medio reanudar la actividad comercial. Era la primera vez que estas provincias eran tomadas en cuenta en la política general y en la que las necesidades regionales se unían con las necesidades globales de la revolución. A la vez, se afirmaba el camino revolucionario que había estado en profunda disputa con los sectores realistas en la provincia desde que había llegado la noticia de los sucesos de mayo en Buenos Aires. 
Las clases dominantes de la provincia impulsaron el proyecto de San Martín por sus propios intereses (sobre todo la necesidad de reestablecer el comercio con Chile) aunque mantuvieron durante su gobierno diferencias y tensiones, como se expresó en los disgustos ante distintas medidas como la libertad de los esclavos que se sumaban al ejército, las políticas impositivas y las expropiaciones y confiscaciones que pesaban principalmente sobre los españoles de Cuyo y sobre las élites oligárquicas. Los sectores democráticos criollos de la provincia habían tenido más participación en la revolución de Chile que en la de la propia provincia, como es el caso de Martínez de Rosas, uno de los principales dirigentes de las luchas independentistas en el país trasandino. 
Los sectores populares adhirieron profundamente al plan sanmartiniano con donaciones, trabajo gratuito y alistándose en las filas del ejército, como fue el caso de Martina Chapanay, activa colaboradora con el Ejército de los Andes. Sin este apoyo, San Martín no hubiera podido formar el ejército y conseguir los recursos necesarios. Sin embargo estos sectores no pudieron protagonizar la dirección del proceso libertador. 
San Martín decía del apoyo del pueblo: “Admira que un país de mediana población, sin erario público, sin comercio, ni grandes capitalistas, falto de maderas y materias primas, haya podido elevar de su mismo seno un ejército de 3.000 hombres, despojándose hasta de sus esclavos, únicos brazos para su agricultura; ocurrir a pagas y subsistencias y a la de más de mil emigrados, fomentar establecimientos de maestranza, laboratorios de salitre y pólvora, armerías, parque, batán, cuarteles, campamento; erogar más de 3.000 caballos, 7.000 mulas, innumerables cabezas de ganado vacuno; hacer el servicio de cordillera con sus milicias, concurrir con sus artesanos, en una palabra haciendo las fortunas particulares cuasi del público”. Y en otra correspondencia afirmaba: “Estamos en la inmortal provincia de Cuyo ¡y todo se hace! No hay voces, no hay palabras para expresar lo que son estos habitantes”. 
Según el padrón de 1812, Mendoza contaba con la siguiente población: 5.683 americanos, 136 españoles, 19 extranjeros, 149 religiosos, 7.875 indios y 4.456 negros, sumando en total 18.318 habitantes. El ejército se formó centralmente sobre la base de los campesinos, originarios y negros. Esto se reflejaba en la designación de ciertos cuerpos de infantería como la de blancos y pardos. 
La mayoría de los esclavos provenían de Angola y el Congo. En Mendoza, cientos de ellos eran comprados por importantes hacendados españoles, quienes luego de adquirirlos, los bautizaban. Así se encontraban esclavos con apellidos como Maza, Benegas, Videla, Mayorga, Sosa, Aycardo o Barcala. En el Ejército de los Andes se formó el batallón N° 8 de esclavos negros que tuvo un rol destacado en la guerra. La mayoría murió en los campos de batalla, extinguiendo a esta población de la provincia. Se calcula que ingresaron al ejército cerca de mil esclavos y volvieron muy pocos. San Martín había promovido la libertad de los esclavos con la condición de que se incorporaran al ejército, medida que fue resistida por la oligarquía terrateniente y feudal. 
En este batallón muchos esclavos tuvieron una actuación destacada, como es el caso de Juan Videla y Antonio Aycardo. Ambos cruzaron a Chile, combatieron en Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú, siguieron a San Martín a Perú y estuvieron en las últimas batallas de la independencia. Los dos soldados obtuvieron el grado de sargento y portaban orgullosos en sus chaquetas dos medallas que les fueron entregadas luego de Chacabuco y Maipú. Cuando regresaron a la provincia no fueron reconocidos y ante la falta de trabajo y la crisis que se vivía en la época tuvieron que mendigar hasta que se les otorgó una mínima pensión. 
La relación de San Martín con el pueblo cuyano fue muy estrecha y constituyó la mayor garantía del triunfo. Esta relación queda expuesta en sus reflexiones cuando el director Alvear intenta desplazarlo del gobierno de Cuyo: “El pueblo cuyano reaccionó de una manera inesperada para mí, por eso un cabildo abierto reunido en Mendoza, llevó mi nombre a lo alto y decidió que tenía que volver a mi cargo (…) Me dio mucha satisfacción haber escuchado la respuesta del pueblo y ese amor patriota me hizo volver”. 
 
Economía de guerra 
Cuando San Martín se hizo cargo del gobierno de Cuyo, la recaudación de la región estaba en crisis, producto de la interrupción del comercio con Chile. El Libertador necesitaba formar un ejército y no tenía recursos, no contaba con el apoyo de Buenos Aires, sólo se podía formar con la ayuda del pueblo de Cuyo. Para esto estableció profundos cambios económicos con el fin de garantizar los recursos necesarios para la formación y preparación del ejército. Las medidas se pueden clasificar en dos grandes campos: recaudación y producción. 
En relación a la recaudación, se modificó el sistema impositivo, se estableció un impuesto general sobre los habitantes en proporción al capital de cada individuo, se gravó el barril de vino y aguardiente y se solicitaron préstamos internos. Los delitos se pagaban con contribuciones para la guerra. Se establecieron expropiaciones y confiscaciones de bienes, sobre todo de los sectores contrarrevolucionarios. Se secuestraron los bienes de los prófugos y muertos y se incautó la herencia de los españoles sin sucesión, se apropió también los fondos de redención de los frailes y diezmos de la iglesia. Se obligó a donar las joyas y objetos de valor de las “damas de honor” para juntar fondos para la guerra. 
A su vez, se estimularon las contribuciones, donaciones y el trabajo gratuito, impulsando el sacrificio general para la preparación del ejército, cuestiones que contaron con gran apoyo de los sectores populares. Fueron prestadas caballadas y alfarerías en forma temporaria, se recibieron contribuciones en especie y dinero. También fueron prestados diversos servicios sin paga, impulsando el trabajo voluntario: las mujeres realizando los uniformes, artesanos elaborando vasijas, baqueanos y herreros brindaban ayuda afín a sus oficios1. También se estableció la reducción de los sueldos de todos los funcionarios a la mitad para contribuir con la revolución. 
En relación a la producción, se estableció una planificación económica de acuerdo con las necesidades sociales y de guerra. Para estos objetivos se impulsó la minería para la fabricación de armamento y pólvora. Con relación a la agricultura, se ampliaron canales de riego y se estimuló la producción, ofreciendo para ello tierras ociosas. Se crearon y desarrollaron talleres textiles, de herrerías y carpintería, se fundó una fábrica de pólvora y de tintas, etc. La política del gobierno de San Martín fue desarrollar la producción local para garantizar la preparación del ejército. 
En el aspecto social, se fomentó la instrucción pública en el ejército y en la sociedad, se fundaron bibliotecas e incorporaron importantes mejoras en la salubridad, como la vacuna antivariólica, y se amplió el plantel médico. 
Estas medidas fueron impuestas según las siguientes consideraciones de San Martín: “Ya no se trata de encarecer y exaltar las virtudes republicanas, ni es tiempo de exhortar a la conservación de las fortunas o de las comodidades familiares. El primer interés del día es el de la vida, este es el único bien de los mortales. Sin ella también perece con nosotros la patria. Basta de ser egoístas para empeñar el último esfuerzo en este momento único que para siempre fijará nuestra suerte. A la idea del bien común y a nuestra existencia, todo debe sacrificarse. Desde este instante el lujo y las comodidades deben avergonzarnos”.
 
NOTA:
1. El “Tropero” Sosa realizaba los viajes a Buenos Aires para traer pertrechos sin aceptar remuneración en tanto que Tejeda modifica su molino para la realización de paños para los uniformes.