Una nueva ola comenzó a crecer para cuestionar al sistema. Miles de jóvenes en todo el mundo protagonizamos la Tercera Movilización Mundial por la Crisis Climática la semana pasada con un contundente mensaje contra el capitalismo, el imperialismo, las empresas extranjeras y exigiendo al gobierno que tome medidas ante la situación. Aparecen debates e incógnitas interesantes sobre cuáles son las soluciones de fondo en torno a la contaminación y el cambio climático.
En nuestro país hay una larga historia de grandes luchas de masas donde el eje de la defensa del ambiente tuvo protagonismo: Contra el basurero nuclear en Chubut en la década del ‘90, desde el 2002 hasta acá contra la megaminería (principalmente en Chubut, Río Negro, Mendoza, San Juan, La Rioja), Gualeguaychú ante la instalación de las papeleras en Uruguay, en 2013 contra el fracking en Vaca Muerta, Neuquén; y por la instalación de la planta nuclear en Río Negro durante 2017.
En todas las luchas ambientales aparecen claramente los responsables de los desastres ecológicos (el gobierno, esas empresas) y la necesidad de organizarse y luchar para frenar un emprendimiento contaminante. Esto se encuentra bien lejos de varias empresas y ONG´s que ubican el problema ambiental en la responsabilidad individual del pueblo, cuestionando el consumo desde el punto de vista de la decisión personal que tiene cada uno, como dejar de usar desodorante en aerosol o separando la basura.
La búsqueda de la máxima ganancia por parte de los imperialismos los lleva a saquear y depredar recursos, generalmente ubicados en los países dependientes como el nuestro.
En Argentina la tierra, las grandes fábricas, la minería y el petróleo, entre otros, están bajo control de una minoría de empresas monopólicas extranjeras a la que las guía la necesidad de tener más y más ganancias. Distintas potencias imperialistas controlan las ramas de la producción y junto a los terratenientes, definen qué se extrae y produce, cuánto y para quién. No tenemos soberanía nacional.
También estos monopolios son los que instalan las ideas sobre qué y cuánto debemos consumir, con toda la propaganda ideológica que desarrollan a través de la publicidad y otros medios de comunicación que van afirmándose en las ideas dominantes de esta sociedad.
La extracción de materias primas no está pensada para satisfacer las necesidades básicas del pueblo ni la demanda interna del país, sino principalmente para la exportación que apunta a cubrir la demanda de los imperialismos a los que pertenecen esas empresas. A su vez, los controles, impuestos y legislaciones ambientales implican que deban resignar parte sus ganancias.
Sería equivocado decir que hay “ausencia” del Estado para que esto suceda. Por el contrario, el Estado es una pieza clave para que pase esto. Por ejemplo, la minería está regulada por varias leyes que benefician a las empresas extranjeras que explotan los minerales. Fueron aprobadas durante el menemismo y el gobierno nacional de Macri las ha mantenido.
También Macri aplicó aumentos de las tarifas de gas y luz al conjunto del pueblo y bajó los convenios colectivos del área energética para bajar los costos laborales y aumentar las ganancias de esas empresas extranjeras que controlan nuestro petróleo, gas, energía, minería. Siendo el mismo grupo Macri uno de los beneficiados en el área energética, ya que forma parte del grupo Mindlin.
Entonces el círculo se completa y tiene un triste resultado: Se llevan las riquezas dejando contaminación, continuando con 500 años de opresión que vive América Latina. Las consecuencias por las fumigaciones en el campo o los ríos contaminados en San Juan por la Barrick son claros ejemplos.
En cuanto a las emisiones de gases de efecto invernadero, que influyen en el cambio climático aumentando la temperatura del planeta. China, Estados Unidos, India, Rusia y Japón lideran el ranking mundial de emisiones de CO2 (dióxido de carbono). Nuestro país solo aporta el 0,53% del total mundial, pero es alta en relación a la cantidad de habitantes. Una parte de las emisiones argentinas proviene de la generación de energía eléctrica a través de centrales térmicas que queman el 40% de todo el gas que se consume en el país, mientras que la mitad de la población no tiene acceso a la red de gas.
La voracidad y degradación ambiental es la consecuencia del objetivo de obtener más y más ganancias; tal voracidad incluye el desplazamiento territorial de comunidades originarias y se convierte en un problema de salud pública, por las enfermedades que genera en la población.
El Riachuelo, el río que divide a la ciudad y la provincia de Buenos Aires atraviesa 15 distritos y 4 millones de personas viven cerca de su transcurso. En 2010, el Ministerio de Salud de la nación ya había indicado que el 96,4% de la población del Riachuelo estaba expuesta al riesgo ambiental, el 33,3% padecía problemas gastrointestinales y el 26% sufría dificultades respiratorias.
Las consecuencias en el pueblo son aún mayores cuando vemos el estado actual de los hospitales y salitas, con falta de insumos por los recortes presupuestarios del macrismo.
Las propuestas del macrismo para el Ministerio de Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable no ayudan a resolver la cuestión. Para 2020 el presupuesto que el gobierno nacional propone en el área ambiental se reduciría un 37% con respecto a 2019, pasando a ser de 4 mil millones de pesos: es decir, quedaría incluso por detrás de los fondos que se adjudicaron en 2017 (los más bajos del macrismo).
En este recorrido, a los que poblamos la Argentina nos impiden opinar y decidir qué producir, cómo hacerlo y de qué manera afectar el medio ambiente en el que vivimos. Pagamos las peores consecuencias, no solo por el esfuerzo laboral con bajos salarios y malas condiciones de trabajo, sino por ser afectados por la contaminación.
La soberanía nacional, que es la capacidad de decidir de un país y sus pueblos en los aspectos que refieren a su economía y territorio son también las capacidades de definir de qué manera se afecta el medio ambiente. Ya que no hay forma de producir las cosas que necesitamos consumir y habitar el planeta sin afectar el medio en el que vivimos.
El actual modo de producción predominante en la Argentina nunca podrá estar en armonía con el medio ambiente. Como lo demuestran las luchas del pueblo podemos lograr avances y contrarrestar algunas de las consecuencias, pero para tener una relación en total armonía con el ambiente es necesario cambiar el modo de producción actual por uno que tenga la mirada en resolver las necesidades del pueblo y el país.
La recuperación para la soberanía nacional de las áreas de exploración y explotación de la minería, el petróleo y la pesca; una reforma agraria integral y volver a controlar las empresas estratégicas del Estado son algunas medidas en este sentido. La Bolivia de Evo dio muestras de esto, al recuperar el control de los yacimientos de petróleo y su renta; e impuso condiciones a la extracción de litio (componente esencial para las baterías), que ahora les permitió desarrollar un auto eléctrico 100% fabricado en ese país.
“Cambia el sistema, no el clima” es consigna que vimos en las últimas marchas. El primer paso hacia ese horizonte es la lucha, la unidad y el 27 de octubre sacar a Macri; para seguir caminando hasta romper las cadenas que nos atan a esas empresas de bandera imperialista y que en ese nuevo escenario, la manija de la producción esté en manos de los que necesitamos comer, vestirnos, ir a la escuela, la Universidad, acceder a la salud, tener nuestras chacras y una industria nacional.
escribe Nehuen Corbeletto
Hoy N° 1785 02/10/2019