V., una joven mochilera, estuvo 10 días sin comunicarse con su familia. Siendo madre y teniendo en cuenta que a las mujeres muchas veces nos devuelven asesinadas en bolsas de consorcio, también me hubiera preocupado. Estuvo bien buscarla y mucho mejor encontrarla sana, salva y feliz. Su madre y su padre sabrán o encontrarán o buscarán el modo de acordar con ella un modo de comunicación que no los llene de angustia, con un abordaje intrafamiliar de lo sucedido si se propician las condiciones. La noticia fue dada a conocer por medios masivos de comunicación, por lo tanto en el ámbito social se suscitaron una catarata de comentarios en medios, redes sociales y en la calle. Comentarios que expresan muchas de las ideas que tenemos en nuestras cabezas: “después no quieren que las violen”, “si aparece muerta es un escándalo”, “todos preocupados y ella de joda”, “ella sola se quema, todos se dan cuenta que es una puta…”.
Se inició el juicio sumarísimo a V. que, según su propio relato, estuvo incomunicada porque en el lugar alejado dónde se hospedaba no tenía señal. V. se transformó en la posible culpable de lo que no le pasó: su violación, su femicidio. Pero además, en innumerables opiniones vertidas en redes sociales y sugeridas por “opinólogos de todo” en los grandes medios de comunicación, fue calificada directa o indirectamente de puta, con el consiguiente significado que ésta calificación tiene para las mujeres, en una sociedad donde nuestros cuerpos, que somos nosotras mismas, es un bien de uso y cambio. Subyace tras la sentencia social juzgar la imperdonable decisión de V. (en el imaginario social) a tener sexo, a gozar su cuerpo y su sexualidad por decisión propia, con un rechazo, una agresividad y una repulsión que quizá no aparecen contra violadores, proxenetas o pedófilos.
Puta es una palabra cuya connotación coloca a las mujeres a los pies de hombres, como una esclava sexual al servicio del placer masculino. Socialmente ha calado la aceptación de que la prostitución es “trabajo”. Pero esta aceptación no surgió espontáneamente. El Banco Mundial fue uno de los impulsores de la sindicalización de las mujeres en situación de prostitución en todo el mundo, inmiscuyéndose con su “línea” en la legislación de los Estados y significó fuente de entrada de dinero para organizaciones sindicales que aceptaron sin debatir que la explotación sexual es trabajo; todo pasó con aceptación de vastos sectores de la sociedad e inclusive en el movimiento de mujeres se plantea como un debate. Entonces pareciera ser que hay categorías de puta: una es la aceptada, que ingresa a la situación de prostitución que nos propone el sistema capitalista, con aval ideológico y económico de entidades como el Banco Mundial y con Estados cómplices de la explotación sexual de mujeres de todas las edades desde adultas a niñas. Un Estado que por acción, omisión o directamente por ser “socio” en el negocio que hacen con las mujeres en redes de trata y prostitución, (ya sea poder político, poder judicial, poder legislativo y fuerzas de seguridad) miran para otro lado, haciéndose los desentendidos cuando en realidad son los principales responsables.
Por otro lado, estarían las mujeres estigmatizadas como putas por decidir cuándo, dónde, con quién y qué hacer con su cuerpo. Una mujer que decide sobre su cuerpo es una “puta sin permiso” juzgada por no responder a los cánones sociales que nos propone el sistema en dónde aún la preponderancia de los hombres es abrumadora. Dónde el rol que nos asignan a las mujeres en este y otros ámbitos de relaciones está puesto al servicio del hombre. No tenemos “permiso” para decidir, somos propiedad privada de una sociedad patriarcal, condición indispensable para el sistema oligárquico imperialista, que puede hacerte puta en prostíbulos, en redes de trata, que puede hacerte “putita” en programas de TV y mostrarte haciendo sexo casi explícito a las 21 hs en la cena familiar inculcando una profunda idea acerca del rol de las mujeres o incluso puede transformarte en una “putita íntima” para ser abusada por un padre, un tío, un hermano o quizá en el matrimonio. En todos los casos, aún resulta difícil el abordaje de todos estos abusos perpetrados con gran naturalidad sobre miles de mujeres que son estigmatizadas con adjetivos que sólo sirven para tapar la condición de víctimas. Es difícil romper el silencio cuando el Estado es el principal aval para que estas prácticas subsistan sin castigo.
Es justo y necesario recalcar una vez más el protagonismo de las mujeres y la enorme importancia de los Encuentros Nacionales de Mujeres de la Argentina, gran escuela que no pueden ocultar, vaciar, utilizar ni desprestigiar sectores de las clases dominantes o funcionales a ellas. Autoconvocado, autosostenido, autónomo, federal, horizontal, cuyos debates se abordan y desarrollan en talleres dónde llegamos a conclusiones que expresan todas las experiencias y voces. Que hizo que en nuestro país habláramos en todos los rincones de la doble opresión, la de clase por ser parte del pueblo trabajador y por ser mujeres; que hizo emerger la realidad de la triple opresión de las mujeres trabajadoras originarias, muchas de las cuales este año son parte de la Comisión Organizadora en Chaco. Y este año justamente Chaco será la provincia argentina en la que miles mujeres seguiremos debatiendo y tomando en nuestras manos nuestros problemas, nuestros debates y nuestras luchas.