Tú serás un terrorista.
O ya lo eres.
Yo decido.
Tú serás un terrorista.
O ya lo eres.
Yo decido.
Tú, que marchas por el pan, por la tierra, por tus compañeros cesanteados, por un trabajo bien remunerado (o simplemente, por trabajo). Yo digo que serás un terrorista. Digo más: que ya lo eres.
Tú, que vives a los golpes y quieres dejar de ser un postergado, recibe de mi parte este otro golpe (una vez que a tus antecedentes y costumbres haya pasado protocolar revista): serás un terrorista.
No me engañes, no me digas que te duelen los tendones, que con cien pesos no te alcanza para armar el desatino de tu cena navideña, que nunca te gustó la pirotecnia, no me engañes!: yo digo que serás un terrorista.
Porque sí.
Porque tienes el aspecto singular de todo terrorista: tienes ojos (con los que miras), nariz (con la que hueles), piernas para correr y espalda que oculta tu pecho y pecho que oculta tus espaldas y pelo que cubre tu calvicie o calva que aprieta tu cabello y brazos para agitar el aire (¿lo ves?: ¡agitador!), y manos con que acaricias a tus hijos que también, sin duda, si están contigo, serán, de modo ineluctable, terroristas.
Te he visto (o me han dicho que te vieron), en el sagrado claustro de un colegio cubierto por un río infame de pancartas.
Te he visto (o acaso me ha llegado algún informe, da lo mismo), en la asamblea que, a mano alzada, decidió esa misma tarde marchar al ministerio.
Te he visto, o no, qué importa (si te he visto, no me acuerdo), en los puentes de un río amenazado por la mugre y el veneno.
Te he visto en todas partes (¿cómo haces?). Ayer. Aquí. Mañana. Luego.(Nunca pensé que pudieras engendrar tantos hermanos nuevos).