Las fuerzas reaccionarias que con la hegemonía del sector prosoviético se instalaron en el poder el 24 de marzo de 1976 coincidían en ahogar el proceso de masas abierto en 1969 y terminar con el gobierno peronista, para llevar adelante un plan de hambre y superexplotación de la clase obrera y el pueblo en beneficio de los terratenientes e imperialistas. Esto, en el marco de una agudizada disputa entre distintos sectores de gran burguesía intermediaria, particularmente entre los sectores prorrusos y proyanquis, por ver quien sacaba la mayor tajada.
En estos años, la política de la dictadura va desamarrando el comercio exterior argentino de su dependencia de los mercados occidentales y lo fue amarrando a la URSS y a sus países satélites. En 1977, Videla legaliza definitivamente el contrato con Aluar y ratifica los convenios con la URSS firmados por Gelbard en 1974, y que no habían sido ratificados por el gobierno peronista. En 1978 se suscribe un acuerdo para realizar consultas políticas periódicas entre ambas cancillerías. En 1979 se produce el intercambio de delegaciones militares. En 1980, con el embargo cerealero que aplica Estados Unidos contra la URSS por su invasión a Afganistán, se produce un nuevo salto en las relaciones argentino-soviéticas. En ese mismo año se firma el pacto cerealero y los protocolos pesqueros, y al año siguiente el pacto de carnes y el pesquero.
En materia financiera, la dictadura estableció la famosa “tablita” de Martínez de Hoz. Desde 1976 los yanquis y la banca imperialista internacional, para colocar los abundantes “petrodólares”, empujaban a los países dependientes a sobrevaluar sus monedas y ofrecer altas tasas de interés para atraer préstamos. La “plata dulce” y la “bicicleta financiera” significaron en la Argentina un gran negocio no sólo para los banqueros acreedores sino también para los grupos económicos imperialistas, de burguesía intermediaria y terratenientes –principalmente prosoviéticos– que eran hegemónicos entonces. Estos “fugaron” desde 1976 decenas de miles de millones de dólares al exterior. La deuda externa se incrementó, cinco veces en siete años. Bajo la dictadura de Viola, Cavallo inicia en 1981 la estatización de las deudas externas privadas. No se conoce el destino de los fondos, las negociaciones fueron secretas y sin rendir cuentas, por lo que, en su mayor parte, esta deuda es ilegítima.
A su vez, la política global de la dictadura en desmedro del mercado interno, con el cierre de industrias, pauperización del campesinado pobre y medio, ruina de las economías regionales, etc., hizo que la economía argentina dependa, todavía más que antes, de sus exportaciones de origen agropecuario.
Todo esto hizo que la dependencia de la URSS, con el manejo que ella tenía del mercado mundial de granos y sus estrechos lazos con grupos monopolistas como Dreyfus, Bunge y Born y otros, fuera tan grande como lo fue, en la década de 1930, respecto del imperialismo inglés. Este fue uno de los principales saldos de siete años de dictadura.
Por su parte en el terreno diplomático, la política de la dictadura se caracterizó por crear un detonante potencial para un conflicto bélico con Chile en el Atlántico Sur, al servicio de los objetivos de la URSS que pretendía –al igual que los Estados Unidos– ir completando su dispositivo estratégico global para la tercera guerra mundial y creando focos de conflicto que distrajeran a sus rivales del punto central de disputa: Europa Occidental.
Se gastaron miles de millones de dólares en armamentos y se montó una infame campaña chauvinista contra Chile, utilizándose el Mundial de fútbol de 1978 para desplegarla a fondo. La dirección del P“C”, como lo atestiguan sus documentos oficiales, actuó como quintacolumna del sector violovidelista de la dictadura, defendiéndola en el plano internacional y llamando a la “convergencia cívica-militar” con aquel sector, en lo interno.
Semejante política hambreadora, entreguista, ultrarreaccionaria y belicista, sólo podía ser impuesta por el fascismo y el terror abierto. Nunca, en el siglo 20, conoció la Argentina una dictadura terrorista como la instaurada en 1976. Decenas de miles de personas, en su mayoría obreros, estudiantes, intelectuales, campesinos, detenidos por sus ideas políticas y sociales, fueron arrojados a inmundos “chupaderos”, torturadas en forma brutal. ¡30.000 personas fueron “desaparecidas”, incluidas decenas de niños! Miles fueron arrojadas durante años en las cárceles y sometidas a todo tipo de torturas y vejámenes. Fueron pisoteadas todas las libertades democráticas. Se proscribieron partidos como el nuestro y se dispuso la veda de la actividad política. Se intervinieron sindicatos y se prohibieron las huelgas y las convenciones colectivas de trabajo. Se reprimieron, hasta liquidarlas, a las Ligas Agrarias y otras organizaciones del campesinado pobre. Se intervinieron las universidades, se prohibieron los centros estudiantiles y se reprimió policialmente la actividad gremial en las universidades y colegios secundarios. Se hicieron “listas negras” de artistas e intelectuales y se implantó la censura.
La amplitud y profundidad del terror fascista sirven para medir la amplitud y profundidad del movimiento revolucionario que se desarrolló en la Argentina desde 1969 a 1976. El fascismo del violovidelismo es el precio que pagó la clase obrera y el pueblo por su falta de unidad y, principalmente, por no tener un poderoso partido político revolucionario en condiciones de haberle permitido impedir el golpe de Estado de 1976. El PCR era débil. Estaba el carácter engañoso del socialimperialismo y su máscara socialista encubría al que por ese entonces era el imperialismo más agresivo; hubo sectores de la izquierda que trabajaron para el golpe de Estado. Pero este es sólo un aspecto del problema. El otro es que las clases dominantes ya no podían seguir gobernando con los viejos métodos. Debieron recurrir al terror fascista abierto para poder contener a las masas. Consumado el golpe de Estado, el proletariado dio un paso atrás.
Programa del PCR, 12 Congreso, 2013.
Hoy N° 1724 04/07/2018