El 20 de junio, día del fallecimiento de Manuel Belgrano, su creador, se conmemora en nuestro país el Día de la Bandera.
La bandera argentina, formada por los colores blanco y azul-celeste fue enarbolada por primera vez el 27 de febrero de 1812, en las baterías construidas hacía poco en Rosario de Santa Fe, para la defensa frente a las incursiones de los realistas por el Río Paraná.
La bandera azul-celeste y blanca surgió como una necesidad de identificación de los ejércitos patrios, en guerra contra los realistas que se identificaban con la bandera roja de la Casa de Austria, el sector más conservador de la Corona Española, que había vuelto a regir con Fernando 7° tras la obligada abdicación de su padre Carlos 4°, de la Casa de los Borbones, el sector más reformista, que utilizaba los colores celeste y blanco.
Téngase en cuenta que en 1810, España había sido invadida por los franceses, y aquí se inició la Revolución de Mayo reivindicando a Fernando 7°, por lo que las escarapelas y la bandera siguieron teniendo el color rojo. Recién el 18 de febrero de 1812, cuando ya la guerra contra el dominio de España no tenía retorno, el Primer Triunvirato que gobernaba desde Buenos Aires resolvió “que desde esta fecha en adelante se haya, reconozca y use por las tropas de la patria, la escarapela que se declara nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata y deberá componerse de los dos colores blanco y azul celeste, quedando abolida la roja con que antiguamente se distinguían”.
El creador de la Bandera
Manuel Belgrano había hecho sus primeras armas en la heroica lucha del pueblo de Buenos Aires contra las invasiones inglesas de 1806 y 1807. Devenido en general por las necesidades de la guerra liberadora iniciada en 1810, había conducido las fuerzas patrias que abrieron el camino a la libertad de los pueblos de la Mesopotamia y las Misiones guaraníticas llegando a Paraguay, donde sufrió una derrota militar pues su accionar fue una invasión extranjera para el pueblo paraguayo, el que luego se declararía independiente por sus propios medios el 15 de mayo de 1811.
De regreso a Buenos Aires, a comienzos de 1812 fue enviado por el Triunvirato a hacerse cargo del Ejército del Norte derrotado por los españoles en el Alto Perú (hoy Bolivia). En esas circunstancias es que, en su paso por Rosario de Santa Fe, además de hacer identificar a las tropas patrias con la escarapela azul-celeste y blanca, encargó por propia iniciativa una bandera con los mismos colores para enarbolarla el 27 de febrero en las baterías que custodiaban las barrancas del Paraná. También denominó a dichas baterías Libertad e Independencia, en una clara manifestación de lo que eran las aspiraciones de los revolucionarios de Mayo.
Llegado a Jujuy, para reagrupar las fuerzas patrias y unir a todos los pueblos de la provincia en la lucha contra los invasores realistas, el 25 de mayo de 1812 hizo bendecir en la Iglesia matriz de San Salvador otra bandera del mismo color azul-celeste y blanca. E hizo que el Ejército Patrio jurara frente a ella, a orillas del Río Salado (en ese tramo hoy Río Juramento), fidelidad a las Provincias Unidas del Río de la Plata y “vencer a los enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el Templo de la Independencia”. Todo esto a pesar que el gobierno del Primer Triunvirato, a través del Bernardino Rivadavia, le había ordenado retirarla en estos severos términos: “el gobierno no puede hacer más que dejar a la procedencia de V. S. la reparación de tamaño desorden, pero debe igualmente prevenirle que ésta será la última vez que sacrificará hasta tal punto los respetos de su autoridad y los intereses de la Nación que preside”.
Desobediencias patrióticas
Esta no sería la única desobediencia del general Belgrano, quien fuera inspirador de algunos documentos fundacionales de la Patria, celosamente ocultados por la oligarquía argentina y sus escribas como Bartolomé Mitre. Tal el caso del guión sobre el que Mariano Moreno redactó, el también ocultado por más de cien años Plan de operaciones que el gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la gran obra de nuestra libertad e independencia, presentado a la Primera Junta tan temprano como el 30 de agosto de 1810. Lo mismo que el Reglamento dictado para el régimen político y administrativo de los pueblos de Misiones, firmado por Belgrano el 30 de diciembre de 1810 (ver Política y Teoría, N° 54).
La otra célebre desobediencia fue en el mismo año 1812 cuando, tras dirigir el heroico éxodo del pueblo jujeño iniciado el 23 de agosto hacia el Sur, contrariando una orden expresa del Triunvirato que lo instaba a retirarse a Córdoba, presentó batalla en Tucumán al ejército realista al mando del general Tristán, cuya fuerza lo doblaba en número, obteniendo la victoria el 24 de setiembre de 1812.
Frente al avance de los españoles desde el Alto Perú, todo el pueblo jujeño había respondido valerosamente al bando de Belgrano que reclamaba: “Estancieros, retirad vuestras haciendas; comerciantes, retirad vuestros géneros; labradores, retirad vuestros frutos; que nada quede al enemigo, en la inteligencia de lo que quedare será entregado a las llamas”. Y así se hizo.
En el camino a Tucumán, con el magnífico ejemplo del pueblo jujeño fue encendiendo y estimulando el fervor patriótico de los pueblos, sumando a sus menguadas fuerzas un cuerpo de caballería gaucha de 400 hombres. Instalado en Tucumán estableció pesadas cargas sobre los vecinos más acaudalados y convocó al pueblo a resistir al invasor, en tanto en Salta se organizaba el levantamiento al mando del general Juan Antonio Alvarez de Arenales. La desobediencia de Belgrano no fue un mero acto de voluntarismo: utilizó todos los medios para despertar el entusiasmo patriótico de los pueblos y confió en ellos para unirlos y organizarlos en la lucha contra los colonialistas españoles.
El sol de San Martín
De esta manera se fue abriendo el camino para que el 9 de julio de 1816, el llamado Congreso de Tucumán declarara a las Provincias Unidas en Sud América “una nación libre e independiente del rey Fernando 7°, sus sucesores y metrópoli”, con el posterior agregado al juramento solemne del 21 de julio “y de toda otra dominación extranjera”, en rompimiento con las presiones de los sectores oligárquicos que querían colocar el país bajo algún protectorado europeo. Este Congreso, el 25 de julio de 1816, adoptó como bandera nacional la bandera creada por Manuel Belgrano.
Trasladado a Buenos Aires, y al año de la derrota de los españoles en Chacabuco (Chile) por el Ejército de los Andes al mando del general San Martín, que incluyó el sol incaico del Escudo de la Asamblea de 1813 en su bandera, el 25 de febrero de 1818 el Congreso resolvió “que sirviendo para toda bandera nacional los dos colores blanco y azul en el modo y forma hasta ahora acostumbrado, fuese distintivo peculiar de la bandera de guerra un sol pintado en medio de ella”, lo que se hizo extensivo para la banda de los generales en campaña y del Supremo Director del Estado, con la particularidad en ésta de “un sol bordado de oro”.
Rescate y denuncia
Los comunistas revolucionarios de la Argentina reivindicamos la bandera creada por Belgrano porque ella fue el estandarte de la unidad de nuestros pueblos en la lucha por la libertad y la independencia del colonialismo español. Y también al sol que incluyó San Martín en la misma, como símbolo de la prolongada guerra liberadora, en unidad con los pueblos hermanos de Chile, Bolivia y Perú. Y denunciamos a su vez a la oligarquía de grandes terratenientes y mercaderes que, apropiándose de ella, la usó para llevar a nuestro país a la guerra fratricida contra Paraguay en 1865, masacrar a los pueblos originarios de las regiones pampeana, patagónica y chaqueña, apropiarse de la tierra, someter a los trabajadores criollos e inmigrantes y avasallar nuestro país a su asociación con el imperialismo, reprimiendo en su nombre a quienes se rebelan.
Por eso señala nuestro Programa, en la reseña histórica: “La Guerra de la Triple Alianza, verdadero genocidio del pueblo y la nación paraguaya, sirvió aquí a los terratenientes y comerciantes porteños para asegurar su hegemonía, terminando de liquidar o someter a los sectores del interior que los enfrentaban –avasallando brutalmente las autonomías provinciales– y poniendo proa hacia el más grande genocidio desde la conquista española, perpetrado ahora por la oligarquía argentina encabezada por el general Roca que, apropiándose de la bandera originalmente creada por Belgrano para unir a todos los pueblos de este país, la usó para someter a los pueblos originarios de la región pampeana y patagónica en la mal llamada ‘conquista del desierto’, e inmediatamente después contra los del Chaco, para ampliar así el latifundio en millones de hectáreas. Asimismo son acallados brutalmente todos los reclamos de propiedad de la tierra de las masas campesinas criollas y originarias, como ocurrió con el levantamiento de los habitantes de la Quebrada de Humahuaca y Puna, masacrados en 1874 por los terratenientes, en la batalla de Quera, para impedir que la tierra retornase a sus manos”.
Escribe Eugenio Gastiazoro
Hoy N° 1771 19/06/2019