Los acuerdos tomados por Rusia, Irán y Turquía en las sucesivas conversaciones de Astana están dando ya un nuevo y rápido giro a la guerra civil en Siria, dividiendo al país árabe en varias zonas de influencia internacional mientras se lleva a cabo, de forma progresiva, el desmantelamiento de los últimos reductos rebeldes.
Al menos, eso se desprende de los últimos acontecimientos, sobre todo tras el traslado de los grupos que todavía resistían en las regiones de Damasco, Homs y montes Qalamoun, fronterizos con el Líbano, tras violentos bombardeos del Ejército sirio y de la aviación rusa que apenas han sido criticados por Turquía, debido a estos acuerdos. Ankara tampoco exige ya la salida de Bachar al Asad, ni el gobierno de Damasco cuestiona el amplio despliegue de tropas turcas dentro de su territorio, aceptando de esta forma que Siria pase a ser en los próximos años una especie de protectorado.
En esta fase final del conflicto, no solamente se está produciendo una acelerada desactivación de las fuerzas “rebeldes” sino que los propios factores nacionales sirios, bien sean políticos, religiosos o sociales, desaparecen en beneficio de los intereses extranjeros, en concreto de la expansión rusa e iraní hacia el Mediterráneo y del bloqueo de la autonomía kurda en el norte de Siria por parte de Turquía.
Solo faltaba que Macron hiciera ver a Donald Trump lo absurda que era su anunciada retirada de las tropas norteamericanas para que el panorama de Siria quedara despejado. Aparte del desastre que esa retirada supondría para la alianza kurdo-árabe y para la cuarta parte de territorio sirio que controla, la influencia rusa e iraní no tendría freno y las potencias occidentales –Estados Unidos y la Unión Europea- quedarían definitivamente fuera de juego en el diseño político de la “nueva Siria”.
Algunos hechos concretos ratifican la consolidación de esta especie de protectorado con una Siria repartida en zonas bajo control ruso, turco y franco-estadounidense, como ocurre con el reciente despliegue de tropas francesas para reforzar a las ya presentes de los Estados Unidos.
Por su parte, Turquía prosigue su expansión en la franja situada entre Alepo y la provincia de Idlib, mientras sus empresas comienzan a poner en marcha proyectos que implican considerables gastos económicos para restablecer el suministro de agua, electricidad, telefonía, servicios sanitarios e incluso reconstrucción de barrios y vías de comunicación en las ciudades de Azaz, Al Bab, Marea y Jarabulus.
Inversiones mucho más cuantiosas son las que ya están firmando y de forma preferente las empresas enviadas por Putin para encargarse de la reconstrucción y restablecimiento de infraestructuras en la mayor parte del país. En las negociaciones han intervenido directamente el viceprimer ministro, Dimitri Rogozin, y el viceministro de Energía, Kirill Molodtsov; petróleo, gas, fosfatos, transporte, agua y medicamentos serían los sectores prioritarios. La contrapartida más importante: la permanencia a largo plazo de las bases aéreas y navales de Rusia en la costa mediterránea, como Latakia o Tartus.
De acuerdo con las declaraciones del propio gobierno de Damasco, la reconstrucción del país supondrá un desembolso económico en torno a los 400.000 millones de dólares durante más de una década.
Más embarazosa resulta la presencia iraní, que ha sido fundamental en la lucha contra los “rebeldes” y el Estado Islámico porque, objetivamente, supone no solo un obstáculo para el proyecto hegemonista de Rusia sino porque implica el riesgo a una nueva escalada sectaria con los sectores suníes, cristianos, drusos, alawíes y laicos que forman la base social fiel al régimen.
Algunos medios de la oposición, como es el caso de Souriatna, denuncian el intento iraní de desplazar a la población cristiana y suní de determinados distritos para establecer o ampliar zonas chiíes que permitan completar el corredor estratégico desde Irán al Mediterráneo a través de Irak, Siria y las regiones libanesas con fuerte presencia del grupo pro-iraní Hezbolá, como ocurre en el valle de la Bekaa. Deir-er-Zoor, donde se estarían comprando voluntades mediante programas de cooperación, Palmira y las comarcas de Madaya y Zabadani, fronterizas con la Bekaa libanesa, estarían entre las principales zonas afectadas por esta penetración religiosa de la República fundada por el ayatolá Jomeini.
Aún más significativo, en este sentido, sería lo que está ocurriendo en el distrito metropolitano de Sayeda Zeinab, al sur de la capital siria, donde se encuentra la tumba de la nieta de Mahoma, superviviente de la batalla de Kerbala y uno de los lugares santos más importantes para el chiísmo. Bajo la excusa de protegerlo del terrorismo suní, todo el entorno de esta mezquita de estilo persa se estaría convirtiendo en un “pequeño Irán”.
Lo que resulta más que dudoso es que Israel, Estados Unidos e incluso la propia Rusia permitan a Irán llevar a buen puerto su proyecto. No sólo las agrias quejas iraníes de que Moscú le está dejando las migajas en los contratos de reconstrucción sino la tímida reacción de Putin ante los sucesivos ataques aéreos de Israel contra las bases iraníes en territorio sirio son un claro indicio de que la parte del nuevo protectorado que le corresponda a Irán será realmente limitada y que Teherán será uno de los grandes perdedores, junto a la población siria, del juego estratégico que ha asolado la tierra de Saladino.
Hoy N° 1720 6/06/2018