Ha causado gran revuelo mediático la aparición en el programa híper oficialista 678 de la escritora Beatriz Sarlo. La oposición del sistema festeja la vapuleada discursiva de la Sarlo sobre los panelistas (incluido el mentor de Carta Abierta, Ricardo Forster).
Ha causado gran revuelo mediático la aparición en el programa híper oficialista 678 de la escritora Beatriz Sarlo. La oposición del sistema festeja la vapuleada discursiva de la Sarlo sobre los panelistas (incluido el mentor de Carta Abierta, Ricardo Forster).
La verdad, no es por quitarle méritos a la ensayista, pero el resultado del debate no podía ser otro, frente a tanto genuflexo de los dineros oficiales, quienes regentean diariamente, y a veces hasta tres veces por día, un programa que va a quedar en los anales por su uso y abuso de la pantalla en la “construcción” de una realidad acorde al paladar del kirchnerismo.
Sirvió sí el programa para mostrar la debilidad de los argumentos de muchos de estos defensores del “modelo K”, cuando tienen que confrontar con algún contrincante que muestre aunque sea visos de la realidad social que 678 se empeña en ocultar. Alguien dijo con razón que 678 es a los medios lo que el secretario del Interior Moreno a las estadísticas.
A Beatriz Sarlo le alcanzó con demostrar cómo 678 manipula los informes, y recordar el pasado menemista de alguno de los panelistas como Orlando Barone, para salir airosa del debate con este sector de “intelectuales orgánicos” que cuanto más se subordina a los proyectos continuistas del kirchnerismo –y a su billetera- más tiene que deformar la realidad para poder plantear que la confrontación es entre ellos representando el “modelo nacional y popular”, y “la derecha”.
Ya que de intelectuales hablamos, permítasenos recordar algo que planteaba el marxista italiano Gramsci sobre estos “intelectuales orgánicos”: “Los intelectuales son los “gestores” del grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y del gobierno político, o sea: 1) del consentimiento “espontáneo”, dado por las grandes masas de la población a la orientación impresa a la vida social por el grupo dominante fundamental, consentimiento que nace “históricamente” del prestigio (y, por tanto, de la confianza) que el grupo dominante obtiene de su posición y de su función en el mundo de la producción; 2) del aparato de coerción estatal, que asegura “legalmente” la disciplina de los grupos que no dan su “consentimiento” ni activamente ni pasivamente; pero el aparato se construye teniendo en cuenta toda la sociedad, en previsión de los momentos de crisis de mando y de crisis de la dirección, en los cuales se disipa el consentimiento espontáneo”.
A nosotros, que seguimos reivindicando una salida revolucionaria -de la que esta Beatriz Sarlo “socialdemócrata, ex marxista y ex maoísta” abjura-, nos sigue pareciendo que los intelectuales se deben sumar a la lucha por la liberación nacional y social, como plantea Mao Tsetung porque “Sin la participación de los intelectuales, es imposible la victoria de la revolución”. Y que “los trabajadores de la cultura deben servir al pueblo con gran entusiasmo y devoción, vincularse con las masas y no aislarse de ellas. Para vincularse con las masas, deben actuar de acuerdo con sus necesidades y deseos. En todo trabajo que se realice para las masas, se requiere partir de sus necesidades y no del buen deseo de un individuo”. Mao: El frente único en el trabajo cultural.