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17 de abril de 2019

Los revolucionarios y la conservación de la cultura pasada

Sobre el incendio de Notre Dame

El lunes 15 por la tarde, las cadenas televisivas de Argentina y el mundo occidental saturaron las pantallas con las imágenes del incendio en la catedral Notre Dame de París.

Millones de personas veían en directo cómo se destruía uno de los símbolos más conocidos de Francia, y se llenaron los programas de información sobre esta majestuosa catedral de la iglesia católica, que se comenzó a construir hace 800 años.

Está clara la utilización hecha por los medios al servicio de las clases dominantes de esta noticia. Horas y horas dedicadas a ensalzar a la Francia colonialista e imperialista, y a Notre Dame como “el alma de nuestro país”.

Frente a esto, en las redes sociales hubo muchas expresiones de descontento con esta glorificación, algunos incluso regocijándose con el incendio. Esto es equivocado, y no refleja el anhelo de los sectores populares.

El movimiento obrero y revolucionario tiene una larga experiencia sobre el tratamiento de la cultura, el arte, y hasta los edificios y museos heredados en los países que triunfó la revolución, como en Rusia y China.

 

El asalto al Palacio de Invierno

Si hablamos de la Revolución Rusa, basta recordar la descripción que hacía el gran periodista John Reed en Diez días que conmovieron al mundo, de la toma del Palacio de Invierno en Petrogrado, el 7 de noviembre de 1917: “Guardias rojas y soldados se lanzaron inmediatamente sobre grandes cajas de embalaje que se encontraban allí, haciendo saltar las tapas a culatazos y sacando tapices, cortinas, ropa, vajilla de porcelana, cristalería… Uno de ellos mostraba con orgullo un reloj de péndulo de bronce que llevaba colgado de la espalda. Otro había incrustado en su sombrero una pluma de avestruz. El pillaje no hacía más que comenzar cuando se escuchó una voz: ‘¡Camaradas, no toquéis nada, no agarréis nada, todo esto es propiedad del pueblo!’. Inmediatamente repitieron veinte voces: ‘¡Alto! ¡Volved a ponerlo todo en su lugar, prohibido agarrar nada, es propiedad del pueblo!’”.

El mismo Reed cita en su gran libro proclamas de “los comisarios encargados de la custodia de los museos y colecciones de arte” en las que sin negar que hubiera habido saqueos en el asalto al Palacio de Invierno y los días posteriores, reclamaban que fueran devueltos y planteando que los que tuvieran objetos robados serían “castigados con el máximo rigor». Informa Reed “Se logró recuperar la mitad aproximadamente de los objetos sustraídos, algunos en los equipajes de extranjeros que salían de Rusia”.

Recordemos también que Anatoli Lunacharsky, nombrado por Lenin comisario de Instrucción para el Narkompros (Comisariado Popular para la Instrucción Pública), puesto que desempeñó desde 1917 hasta 1929, a los pocos días de su designación quiso renunciar, al conocerse una notica, luego desmentida, de que los revolucionarios habían bombardeado el Kremlin y algunas catedrales en Moscú. “Preservad, para vosotros mismos y para vuestros descendientes, las bellezas de nuestro país. Sed los guardianes de los bienes del pueblo”, escribió ese día Lunacharsky.

 

La toma de Pekín por los revolucionarios chinos

Pocos meses antes de la proclamación de la República Popular China el 1 de octubre de 1949, los destacamentos del Ejército Popular de Liberación avanzaban por todo el país, derrotando en grandes combates a las tropas dirigidas por Chiang Kaishek y apoyadas por los imperialistas yanquis e ingleses.

Parte de las tropas revolucionarias cercaron Pekín en diciembre de 1948, y libraron combates en las líneas de defensa dispuestas por las tropas comandadas por el general nacionalista Fu Tso-Yi. En el contexto del avance arrollador del EPL en todo el país, Mao y la dirección del Partido Comunista de China dispusieron abrir negociaciones para que la ciudad se rindiera sin necesidad de entrar combatiendo. Así lograron, el 23 de enero de 1949, la rendición de las tropas de Fu Tso-Yi, y un armisticio cuyo punto 12 establecía “Las reliquias culturales y los monumentos históricos serán protegido, se garantizará la libertad de religión” (La conquista de China por Mao Tsetung. General L.M. Chassin).

Esta correcta línea de preservación por parte de los revolucionarios de la cultura, el arte y los monumentos de sociedades pasadas, es lo que permitió a Eduardo Galeano escribir, varios años después: “En este país alucinante, el pasado está vivo en las cosas y en la gente. Basta con mirar alrededor: las viejas callejuelas de Pekín, los altos muros de la Ciudad Prohibida, el foso; pagodas y palacios venidos de la leyenda; obras de arte que se ofrecen a los ojos desde atrás en la pátina del tiempo. La memoria de la China milenaria, se mezcla con la nueva China de la revolución comunista”. Eduardo Galeano: China 1964. Crónica de un desafío, pág. 141).

 

Escribe Germán Vidal