El señor Mario Vargas Llosa, Premio Nóbel de Literatura, fue invitado a inaugurar la Feria del Libro.
Nadie discute el indudable valor literario de antiguas novelas de este escritor, que contribuyó a producir, junto a Julio Cortázar, César Fuentes, García Márquez, Alejo Carpentier y otros, una verdadera explosión de la literatura latinoamericana de los sesenta del siglo 20, al calor del triunfo de la Revolución Cubana.
El señor Mario Vargas Llosa, Premio Nóbel de Literatura, fue invitado a inaugurar la Feria del Libro.
Nadie discute el indudable valor literario de antiguas novelas de este escritor, que contribuyó a producir, junto a Julio Cortázar, César Fuentes, García Márquez, Alejo Carpentier y otros, una verdadera explosión de la literatura latinoamericana de los sesenta del siglo 20, al calor del triunfo de la Revolución Cubana.
La derrota de las fuerzas revolucionarias y la instauración de una dictadura expansionista en la Unión Soviética, y el avance del imperialismo en la década de los ‘80 y ‘90 pusieron a prueba las convicciones de Vargas Llosa, que se reflejaron en su obra primero transmitiendo un espíritu de derrota y luego la derechización desembozada de su pensamiento.
Con el tiempo Vargas Llosa completó su metamorfosis kafkiana convirtiéndose en un lacayo del imperialismo norteamericano, justificador de la invasión a Irak y Afganistán contra el “fanatismo islámico”, entusiasta colaborador del llamado “Consenso de Washington”.
Algunos intelectuales de Carta Abierta hicieron recientemente una declaración repudiando que Vargas Llosa inaugure la Feria, por sus críticas a la corrupción del gobierno de Cristina Kirchner, que hace extensiva a la de los “gobiernos populistas” de América Latina, emparentados con los “nacionalismos” y “colectivismos”, los “fanatismos religiosos”, etc., que desarrolla en su discurso de Estocolmo, y su desprecio a la lucha de los pueblos originarios, denunciada entre otros en una carta abierta del dirigente campesino peruano Hugo Blanco.
Sin embargo, la declaración es ambigua e incompleta, y en una entrevista el señor Forster refleja esa ambigüedad y el carácter mojigato de su pensamiento.
Es decir, según Forster, el señor Vargas Llosa puede decir lo que quiera, siempre y cuando no inaugure la Feria del Libro. Además, limita el análisis a sus críticas a América Latina pero consideran que no hay ningún problema en que exponga su libro y opine en el marco del “disenso democrático”. Declaración incompatible con la patoteada de un grupo financiado por el gobierno el año pasado, en la presentación de un libro que critica las estadísticas mentirosas del Indec. No hubo una declaración de los intelectuales condenando el hecho.
La señora presidenta desairó a sus amanuenses y obligó al director de la Biblioteca Nacional a retractarse en aras de la “libertad de expresión”. Inmediatamente se produjo una vergonzosa y balbuceante rectificación de los autores del manifiesto.
Independientemente del criterio con que se deciden los premios Nóbel (el presidente Obama es Premio Nóbel de la Paz), este galardón no otorga certificado de inmunidad para Vargas Llosa. Una locutora de Radio Continental entrevistó al erudito Martín Caparrós, que condenaba la “censura” a Vargas Llosa. La locutora replicó tímidamente que había sido una asidua lectora del escritor, al cual admiraba, hasta que, furiosa por su metamorfosis reaccionaria, había dejado de leerlo. Esta señora refleja seguramente el sentimiento de muchos que disfrutamos con “La ciudad y los perros”, “Conversaciones en la catedral”, “La tía Julia y el escribidor” y otros escritos. Se dice que Rimbaud era monárquico, Tolstoi un místico, etc., o Borges un gorila. Si alguno de ellos hubiera utilizado su fama para apoyar a imperialistas genocidas, le cabría la misma crítica.
El señor Vargas Llosa repudia igualmente al socialismo, al nazismo, a las colectividades indígenas y a los nacionalismos. Al mismo tiempo pertenece al selecto círculo de amigos del franquista Aznar, otro títere de los imperialistas yanquis. En su último libro refleja la explotación colonial del África por potencias europeas, de las que excluye el genocidio del imperialismo británico. Debe ser porque los imperialistas angloparlantes, más allá de su expansión genocida, exportan sus ideales de “libertad” e “igualdad de oportunidades”.
Los intelectuales no gozan de privilegio social por serlo, no quedan exentos de crítica, sobre todo cuando se apoyan en su prestigio personal para propagandizar a los elementos más reaccionarios de la sociedad.
Es una obligación de las fuerzas populares y antiimperialistas denunciar públicamente a este señor, en lugar de hacer tibias declaraciones, miradas al costado, y rectificaciones vergonzosas.