Noticias

21 de septiembre de 2016

Tensión entre Estados Unidos y Filipinas

El nuevo presidente filipino Rodrigo Duterte insulta a Obama

Para el martes 6 de septiembre estaba prevista una reunión bilateral entre Barak Obama y Rodrigo Duterte en el marco de la cumbre de la Asociación de Países del Sudeste Asiático (Asean), en Laos. Pero la cita fue suspendida el lunes 5 por la Casa Blanca luego de que el mandatario filipino insultara a su homólogo norteamericano. 

Para el martes 6 de septiembre estaba prevista una reunión bilateral entre Barak Obama y Rodrigo Duterte en el marco de la cumbre de la Asociación de Países del Sudeste Asiático (Asean), en Laos. Pero la cita fue suspendida el lunes 5 por la Casa Blanca luego de que el mandatario filipino insultara a su homólogo norteamericano. 
En una rueda de prensa, a Duterte se le preguntó cómo respondería ante la preocupación de Estados Unidos por la lucha contra las drogas que se lleva adelante en Filipinas, la que en tan sólo dos meses ha dejado 2.400 muertos. Duterte respondió, dirigiéndose al propio Obama: “Debes ser respetuoso. Y no sólo lanzar preguntas y comunicados. Hijo de puta, te voy a maldecir en ese foro” y agregó: “nosotros ya no somos colonia de Estados Unidos. ¿Quién es este hombre? Mi único dueño es el pueblo filipino”.
Más allá del lenguaje utilizado por Duterte y de su impulsividad frente al crimen y la corrupción, históricamente conocidos por su gestión por más de 20 años en la alcaidía de la ciudad de Davao, en el sur de la isla de Mindanao, el tema es que, desde su ascensión al gobierno, el 30 de junio de este año, ha puesto en práctica sus promesas, no sólo en la lucha antidrogas sino también, en el alineamiento estratégico de las relaciones internacionales de Filipinas. En particular, en relación a la disputa interimperialista en el Mar del Sur de China. 
Así, Duterte ha asegurado estar abierto a una negociación bilateral con Pekín acerca del conflicto de soberanía de varias islas en el Mar del Sur de China e incluso ha planteado la opción de que ambos países exploten de forma conjunta los recursos de esas aguas. Todo lo contrario del anterior régimen de Aquino, quien apoyándose en Estados Unidos y sus aliados, abogaba por una respuesta multilateral que incluía una denuncia a la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya. También, Duterte viene lanzando advertencias a Australia y a Estados Unidos, tradicionalmente aliados de Filipinas.
 
En su campaña propuso “matar a los traficantes de droga”
 “A todos ustedes que andan con drogas, a ustedes, hijos del diablo, de verdad que los voy a matar”. Eso gritó Duterte, a principios de mayo durante su último mitin de campaña en la capital de su país, Manila, antes de las elecciones presidenciales. “No tengo paciencia, ni término medio. O me matan a mí o los mato a todos, idiotas”, añadió. 
Duterte es conocido por su lenguaje soez y por su impulsividad. Pero a pesar de sus constantes polémicas, el presidente goza de una popularidad del 91% en su país. “No me importa una mierda lo que opinen sobre mí”, ha llegado a decir Duterte frente a las críticas. 
Rodrigo Duterte, fue el claro ganador de la elección presidencial de Filipinas, realizada en mayo de este año. 54 millones de personas estaban habilitadas para votar en las 7.107 islas que componen el archipiélago. En los comicios, además de presidente y vicepresidente, se eligieron 18.000 cargos públicos entre congresistas, gobernadores provinciales, alcaldes y delegados de los gobiernos municipales.
En la elección presidencial, Duterte aventajó por más de 6 millones de votos, con casi un 40% del total, a Manuel Roxas, al candidato del partido de Aquino, que obtuvo un 23% de los votos, mientras la senadora Grace Poe, hija de una estrella del celuloide, arañó un 22%.
Este triunfo se explica por el rechazo del pueblo filipino al régimen de Aquino, por la profundización de la crisis del sistema semicolonial y semifeudal, y por la profundización de la lucha entre sectores de las clases dominantes. 
 
Un personaje atípico
La política de Duterte con respecto al tráfico de drogas ha sido cuestionada seriamente incluso por quienes lo apoyan en otros planos, ya que no diferencia entre pequeños y grandes traficantes y aplica de hecho la pena de muerte.
Necesariamente, enfrentar el tráfico de drogas implica tocar a militares, policías y otros estamentos del Estado. Como alcalde de Davao, también ha realizado diversos proyectos de rehabilitación de los consumidores. Además, ha logrado incluir de forma efectiva a las diversas minorías étnicas de la urbe en el gobierno de su ciudad, alejada de la capital, Manila.
 Los gabinetes de Duterte han sido pioneros en Filipinas: por primera vez, políticos de etnia mora (musulmanes filipinos, comunes en Mindanao) o lumad (una minoría étnica: el propio padre de Duterte no era tagalo, sino cebuano) gozan de representación. Es un personaje atípico, capaz de defender los derechos LGBT en público.
En la política interna de Filipinas, Duterte ha defendido un sistema federal y descentralizado con respecto a Manila, capital y hogar de las familias más influyentes del país, para reducir la corrupción y mejorar la administración. Además, sus orígenes sureños le permiten una posición negociadora óptima para el conflicto secesionista que amenaza desde hace décadas la isla de Mindanao, con una minoría y grupos políticos y armados musulmanes reclamando la independencia de Bangsamoro.
En cuanto a la política internacional, Duterte plantea un viraje en relación al conflicto permanente que viven las islas del mar de la China Meridional, uno de los puntos más calientes a nivel internacional. China se ha apropiado de varios atolones, construyendo islas artificiales con fines militares, ganando tierra y afirmando su soberanía, reclamadas algunas por Filipinas y otras por Vietnam. El plan de Duterte, en sus propias palabras, no es luchar con el ejército chino, sino acudir a las isletas disputadas y plantar la bandera filipina allí. Aunque, plantea a la vez, una línea de negociaciones bilaterales con China, que excluya a los Estados Unidos y sus aliados.
 
Una región en disputa interimperialista
El Mar del Sur de China sigue siendo uno de los puntos más calientes del planeta. Esta gran masa de agua situada entre China, Vietnam, Filipinas y el archipiélago que comparten Indonesia, Malasia y Brunei encierra cientos de islotes y pequeñas islas, muchos de los cuales han sido objeto de disputa entre varias de las naciones fronterizas desde hace varias décadas. Las más importantes son las islas Paracel, reclamadas por China, Taiwan y Vietnam, y las islas Spratly, reivindicadas como propias por China, Brunei, Malasia, Filipinas y Vietnam.
Recientemente la tensión se ha disparado aún más. En junio, China anunció que estaba a punto de terminar siete nuevos islotes en las islas Spratly, en donde se cree que Pekín podría instalar bases militares. Este año se espera además que el Panel de Arbitraje de Naciones Unidas para la Convención sobre el Derecho del Mar tome una decisión acerca de las aspiraciones de Filipinas y China sobre las mismas Spratly que no será bienvenida por la parte perdedora.
La disputa va más allá de la posesión de unos pedazos de tierra. Se cree que la zona es una importante reserva de petróleo y gas natural –un nuevo Oriente Medio, la llaman algunos–, además de ser una de las regiones más ricas en biodiversidad marina, aunque las reservas pesqueras están seriamente mermadas. Es además un lugar estratégico para el comercio marítimo internacional y fundamental en el proyecto de la Ruta de la Seda Marítima presentado por China para unir por mar su país con el Sureste Asiático y el Sur de China.