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10 de mayo de 2020

Tiempos de pandemia. Anclajes y huellas

El laberinto del coronavirus

El planeta está en “cuarto intermedio”. A través de la aceleración de los intercambios de todo tipo, un brote epidémico se convierte en pandemia. El mundo entero se encuentra sorprendido por una invasión inesperada. Enfrentamos un flagelo “desconocido”, que nos afecta a todxs y nos plantea incertidumbre respecto de su desarrollo. ¿Cuánto durará la cuarentena? ¿Cuándo volveremos a “la normalidad”? Cada fecha de final de cuarentena va seguida de otra, con pequeñas aberturas. ¿Cuántas víctimas van a haber? Y sobre todo, ¿cuál es el índice de letalidad? La incertidumbre tiende a desestructurarnos, estimulando sentimientos de desamparo, indefensión e impotencia. Pero además, el coronavirus nos enfrenta a nuestra propia vulnerabilidad. Nos confronta, en última instancia, con los fantasmas de la muerte.

Tal vez el principal antecedente sea el de la peste negra, que afectó el Norte de África, Asia, Medio Oriente y casi toda Europa en el siglo XIV. También en este caso fueron los intercambios comerciales los que la iniciaron. Se calcula que murió al menos un tercio de la población de Europa, y provocó en muchos lugares ataques a lxs judíxs, a quienes se acusaba de envenenar los pozos de agua. Aunque murieron reyes y príncipes, en la peste negra también las diferencias económicosociales determinaban grados diversos de afectación. Igualmente esta epidemia incidió en la crisis del sistema feudal. Ahora también aparecen versiones conspirativas, centradas en los laboratorios chinos o norteamericanos, según la ubicación de quienes las propalan. O maltusianas, como que se trata de una forma “natural” de eliminar a la población añosa sobrante.

Tenemos que combatir al enemigo invisible con medidas que paralizan la economía y ponen al rojo vivo el gran síntoma de los sistemas que organizan el mundo contemporáneo: la inmensa desigualdad entre lxs de arriba y lxs de abajo, entre el Norte y el Sur. La economía global está en caída libre. Por primera vez en la historia no hay demanda de petróleo. Su precio cayó por debajo de cero. Increíble pero real: el “oro  negro”, motivo de guerras, disputas geopolíticas, enfrentamiento entre las potencias, pierde violentamente su valor en manos de la pandemia.

Se derrumba forzadamente el consumismo de un sector de la sociedad, valor simbólico e ideal casi excluyente que propone la cultura de la posmodernidad. Algunxs hasta predicen que ya no volverá.

Hemos sostenido hace mucho tiempo que las catástrofes son siempre sociales. Las llamadas catástrofes naturales (terremotos, tsunamis, epidemias) son fenómenos sociales, dado que sus efectos son diferentes según las condiciones socioeconómicas, las formas de organización social, la prevención, las respuestas de los Estados, etc. La humanidad tiene cada vez más recursos que le permitirían afrontarlas con reducción de daños, siempre y cuando se tomen medidas aunque éstas afecten los intereses de los poderosos.

El virus por sí sólo no discrimina. Sí lo hacen las diferencias sociales y económicas. Son los sectores más postergados los que terminan siendo las principales víctimas. En las estadísticas de la ciudad de Nueva York son lxs afroamericanxs y lxs latinxs lxs más afectados, por las tareas que realizan. Ya se especula sobre la incidencia de esto en las próximas elecciones de EEUU.

Las certezas sobre el futuro caen. Y caen seguridades casi religiosas sobre la continuidad inevitable de la vida humana. La pandemia nos abre interrogantes que eran casi impensables. O sólo patrimonio de la filosofía.

 

• Nunca como ahora se plantean hipótesis y debates sobre cómo será el mundo del futuro. Desde ideas catastrofistas hasta ilusiones de un mundo solidario surgido de acuerdos globales. Algunxs intelectuales sostienen que el “estado de excepción” se afirmará. Otrxs piensan que la crisis actual tendrá como corolario, por una crisis terminal del capitalismo, cambios sociales y psicosociales profundos. La epidemia nos llevaría a una revalorización de todo aquello descartado por los ajustes económicos de la crisis del 2008, salud pública, atención a las necesidades sociales. Se podría incluso llegar a crear algún tipo de sociedad socialista. En esa polaridad se inscriben los más diversos análisis.

Se formulan hipótesis respecto de los modos de continuidad de la existencia social y material y también se perfila la lucha en el plano de la construcción de la memoria colectiva y de la memoria histórica. Cada sector social construye discursos, a partir de sus propias necesidades, que diagnostican la situación y proponen salidas. Lejos de reducir las diferencias, la crisis del coronavirus pone más en evidencia la disputa de los discursos por incidir en las producciones de subjetividad. Aquellos que pretenden naturalizar aun más la desigualdad y la opresión y reforzar los mecanismos de control social, reforzando el llamado sentido común e induciendo o incrementando los fenómenos de alienación social, y los que intentan recuperar el protagonismo social y su potencia emancipatoria en tanto acción colectiva.

 

• Más allá del interés que suscitan estos debates, podemos pensar que ciertos planteos de certeza respecto de lo porvenir, aún aquellos más pesimistas, funcionan como defensas tranquilizadoras frente a la incertidumbre del presente.

Como no podía ser de otra manera, el papel de la tecnología también está en discusión. Ya antes de la pandemia estaba en debate la influencia y los cambios sociales y económicos que traerían aparejados los gigantescos avances científicos y tecnológicos del mundo contemporáneo. Muchxs plantean que el coronavirus va a acelerar los procesos de robotización y automatización ya en curso, dejando una masa cada vez mayor de trabajadorxs desocupadxs o al menos precarizadxs. Esto no se daría sólo en los sectores de más baja calificación, sino también en aquellos de alta calificación.

Independientemente de cómo se las denomine, la tercera revolución industrial o revolución cienefico tecnológica, el problema es que hasta ahora estos conocimientos han estado al servicio de los poderosos, cuando podrían aprovecharse, por ejemplo, para disminuir la jornada de trabajo y aumentar el bienestar de la población.

Otrxs sostienen que la epidemia contribuiría a consolidar ciertas estructuras sociales existentes: la casa como epicentro del trabajo, el consumo, la educación y la gobernabilidad, es decir, una reeducación sin precedentes, una verdadera reingeniería social, en la que muchos trabajos ya no serían necesarios. En realidad, este planteo desconoce el proceso de desplazamiento de la producción de Occidente a Oriente, que fuera para muchxs teorizado como el fin del trabajo. En abierta contradicción con todas las nuevas y viejas teorías sobre esto, en Wuhan se pusieron en marcha las fábricas en cuanto se resolvió la epidemia.

En nuestra opinión estos planteos tienen la dificultad de que absolutizan el poder de la tecnología. Sería ésta la que otorga poder. En estas condiciones queda enmascarado el aspecto principal del problema: son los sectores dominantes, incluido el poder político, los que usan a su favor la tecnología. Muy especialmente para sofisticar los mecanismos de control social. Lo que es cierto es que quienes dominan la tecnología de punta pueden ejercer el poder con más eficiencia.

Otra discusión planteada es sobre los criterios con los que se aborda la pandemia, cuáles son las medidas más adecuadas. El desastre de Italia, España e Inglaterra, con medidas tardías, y especialmente en Italia, donde el ajuste desde el 2008 llevó a una destrucción del sistema de salud, unido a una gran población de edad avanzada, nos muestran el horror del número de muertes y el “descarte” de lxs más enfermxs. Inmediatamente después asistimos a la catástrofe de Estados Unidos, especialmente de Nueva York, con cifras aterradoras de enfermxs y muertxs, sin capacidad para atenderlxs, mientras Trump se negaba a tomar medidas para no frenar la economía norteamericana, o sea las ganancias de los monopolios. En EEUU el sistema de salud es para quienes pueden pagarlo. Los proyectos para un sistema de salud universal fueron descartados. Bolsonaro, siguiendo el modelo norteamericano, generó una crisis social y política en Brasil, cuyo curso es impredecible.

 

• En las antípodas, el modelo chino, desde mucho antes de la epidemia, desarrolla el más grande ejercicio de Big data, es decir, vigilancia digital, sobre toda la población. China evalúa cada ciudadanx. Hay 200 millones de cámaras de vigilancia, que llevan el reconocimiento facial hasta los lunares. Un avance tecnológico como tomar la temperatura a distancia puede ser muy útil en una epidemia, pero está enmarcado en esta política de los servicios de seguridad, ahora en relación a los ministerios de salud: Biopolítica y psicopolítica digitales.

No nos inclinamos por hacer apreciaciones sobre el curso futuro. Sí consideramos que la epidemia no hará que el sistema capitalista imperialista se caiga por sí sólo. Lo que sí pensamos es que habrá profundas consecuencias sociales y económicas. Ya se está produciendo una crisis económica de inmensa magnitud, aún en aquellos países que no quisieron tomar medidas que afectarán la producción. Pero esto no será igual ni entre las grandes potencias ni para los sectores populares.

Por otra parte, en tiempos de globalización, rescatamos los conceptos de soberanía y nacionalidad. Este último diferente de los nacionalismos fascistizantes de Trump o Erdogain. Muchos países, como el nuestro, han cerrado sus fronteras como medidas preventivas ante la difusión del virus. Lo nacional vuelve a ocupar su lugar. No sólo como prevención, sino también como medidas que hacen a las necesidades del país. Vale la pena tener en cuenta que históricamente los movimientos anticoloniales y de liberación nacional confrontan con las metrópolis y el sentimiento patriótico asume un carácter emancipatorio.

 

Para nosotrxs, argentinxs?

Aparece, renovada, la vieja pregunta: ¿Quién pagará la crisis? Hay que afectar intereses poderosos y la situación no es fácil. Las grandes presiones, hasta ahora, lograron por ejemplo evitar que se unifiquen los sistemas públicos y privados para atender la demanda de respiradores cuando llegue el pico de la crisis. O que los bancos privados no tengan que pagar beneficios sociales. O que se levante la cuarentena antes de tiempo, etc.

Por otra parte, es importante ver qué temas que parecían obsoletos o delirantes (deuda, impuesto a las grandes fortunas, redistribución del ingreso) pasaron a la agenda de debate, siendo pensados por amplios sectores como necesarios y posibles. Otros, sin embargo, parecen seguir silenciados, al menos en las teorizaciones del mundo y en las de Argentina, como el concepto de imperialismo.

Indudablemente, la pandemia afecta de diferente manera según las condiciones materiales y sociales de vida. Para los sectores más vulnerables, desde ese punto de vista, la situación es extremadamente difícil. ¿Cómo cumplir la cuarentena cuando hay problemas graves de vivienda, o cuando faltan los suministros necesarios en cuanto a alimentación e higiene? Ya que además de en emergencia sanitaria, nuestro país está en emergencia alimentaria y de vivienda. Se han puesto en evidencia, al rojo vivo, problemas estructurales de la Argentina. Problemas históricos que siguen sin ser resueltos. Las políticas de los últimos años llevaron a un nivel de devastación social y económica gravísimo con el avasallamiento de derechos básicos. Se agudizaron en un salto cualitativo la desigualdad y la falta de políticas que garanticen los derechos a la vivienda, al trabajo, a un salario que cubra las necesidades, etc. También están presentes problemas tales como la falta de agua potable y cloacas.

 

• El abandono de los últimos años también tuvo su expresión en las políticas sanitarias, llevando a una grave crisis del sistema de salud pública, cuya destrucción se evidencia violentamente, empezando por la carencia de elementos de protección. Se “descubre” que el personal de salud tiene que recurrir a varios trabajos para poder mantenerse y que la falta de insumos de protección lleva a que tengamos la tasa más alta del mundo de infectados entre ellos.

Las políticas de Estado que está implementando el gobierno nacional son un elemento esencial para enfrentar la epidemia. Es necesario que se amplíen y profundicen y que se articulen en colaboración mutua con las organizaciones sociales que garantizan la participación colectiva, para resolver los problemas fundamentales que la emergencia plantea, para asegurar que las medidas protectoras lleguen a todxs y para preservar y ampliar los elementos psicosociales de anclaje subjetivo. Esta experiencia puede tener un carácter fundante.

Algunos sectores estimulan hoy políticas represivas, que hasta ahora han tenido sólo expresiones aisladas y que no se condicen con la orientación general del gobierno. Más que vigilar y castigar, es imprescindible que el Estado ponga en juego todos los recursos que se articulen con la solidaridad, el apoyo, la comunicación del conjunto. Es fundamental apoyarnos en el aporte colectivo y no en el miedo generalizado. La situación no se resuelve por vía punitiva. El gran riesgo de la implementación de la represión es que siempre lxs más vulnerables son lxs más perjudicadxs y el problema que se pretendería resolver sigue abierto.

 

• La respuesta de cómo saldremos y quién pagará la crisis depende en buena medida de cómo transitemos esta experiencia y de la unidad de nuestro pueblo para impulsar los cambios necesarios. A pesar de las pérdidas inmensas que dejará como secuela, la crisis puede transformarse en una oportunidad.

 

Marcas subjetivas

Decíamos al principio que la pandemia nos enfrenta a nuestra propia vulnerabilidad, que da por tierra con las fantasías de omnipotencia absoluta de lo humano. Nos confronta, en última instancia, con los fantasmas de la muerte. Y planteábamos también que la incertidumbre tiende a desestructurarnos, estimulando sentimientos de desamparo e inseguridad.

A pesar de las informaciones científicas a las que todxs tenemos acceso, lo imaginario inunda la escena. Las noticias y, sobre todo, los datos de otros países, contribuyen a incrementar el temor. Sobre una vivencia de indefensión, aparecen diversos fantasmas infantiles: que estallen todas las computadoras, o que se apague la luz en todo el país o en todo el mundo. Fantasmas, delirios que, con desplazamientos, podrían pasar al orden de lo real. ¿Cómo distinguir realidad de imaginación? ¿Cómo distinguir imaginación de delirio? Por su parte, los mecanismos de negación respecto de la gravedad de la epidemia, reforzados por campañas mediáticas de crítica de las medidas de cuarentena, no contribuyen en modo alguno a fortalecernos, sino que incrementan la fragilidad.

Las situaciones críticas y las experiencias colectivas novedosas producen modificaciones en la subjetividad, tanto en su dimensión singular como colectiva. También en el campo de lo vincular. Las experiencias nuevas de un pueblo o una cultura obligan al sujeto y a los grupos en los que este participa a un trabajo de elaboración. Este trabajo elaborativo implica el cuestionamiento y recomposición de aspectos de la identidad, movimiento desidentificatorios y reidentificatorios que se tramitan simultáneamente en el plano personal y en el orden de la pertenencia y el procesamiento social.

El lazo social es condición de posibilidad para la existencia misma del psiquismo y garantía de su continuidad a lo largo del tiempo. Incide como factor interno en la elaboración personal y colectiva de las crisis y situaciones traumáticas de origen social. Dicho de otra manera: la subjetividad reconoce un aspecto privado e íntimo y una dimensión colectiva. Lo social es texto de la identidad personal. De ahí surge el sentimiento de pertenencia que nos apuntala a lo largo de la vida.

Por eso, plantear la lucha contra la pandemia en términos de conjunto no es mera especulación voluntarista. Implica la construcción de significaciones y sentidos, un marco continente y una práctica común que nos ayudan a afrontar la emergencia desde el punto de vista social y personal. Las prácticas solidarias constituyen mecanismos protectores que refuerzan el lazo social y ayudan a preservar el psiquismo y la autoestima, como parte de la identidad personal. La solidaridad es algo que se hace junto con otrxs en la escena social cuando aparece la necesidad o el deseo de abordar un problema común. Se genera, en esa práctica social, un nosotrxs identificatorio. De la indefensión de la soledad se puede pasar a la potencia de la acción compartida, al reapuntalamiento múltiple y en red.

No es lo mismo tener temor o miedo, que estar tomadxs por el miedo o por el pánico. El temor puede funcionar como una señal de alarma para implementar defensas adecuadas. El miedo exagerado y el pánico, que aparecen especialmente cuando tenemos vivencias de aislamiento, nos conectan con los fantasmas interiores y con peligros externos que los imaginamos terribles, y transforma la vulnerabilidad real en indefensión porque nos paraliza. El sentimiento de pertenencia a un conjunto y la interacción con éste, funcionan como elementos de protección subjetiva.

No es lo mismo estar tomadxs por la angustia de la soledad y por las vivencias de aislamiento, que saber internamente que tenemos otrx, otrxs, con lxs que compartimos el cuidado. En diferentes situaciones históricas, como en los campos de concentración del nazismo o durante la dictadura en la Argentina, la conciencia y el sentimiento de pertenencia a un grupo, a un colectivo, se demostró como una herramienta fundamental para la preservación psíquica de quienes sufrían graves violaciones a los derechos humanos.

En la pandemia están afectadas las interacciones más elementales de la vida cotidiana. Cambian los organizadores básicos del psiquismo al modificarse las variables de tiempo y espacio. Casi parece irónico aquella primera frase de una historia clínica: “orientado en tiempo y espacio”. No se diferencian días hábiles de feriados.

En nuestra cultura, la proximidad corporal está inscripta como una expresión de afecto. El abrazo, el beso, definen fraternidad. También la mirada y sus matices, y lo gestual son modos de comunicación significativos. Más aún, como sujetos de vínculo, vivimos el contacto corporal como un aspecto interno de nuestra subjetividad. El distanciamiento, en consecuencia, favorece sentimientos de pérdida, de fractura. En términos imaginarios, la carencia podemos llegar a vivirla como una afectación del esquema corporal.

La situación de aislamiento también pone en juego el funcionamiento de los vínculos más cercanos, de las parejas, de las familias, que comparten hábitat. Pueden y aparecen vivencias de atrapamiento. La angustia del encierro se traduce muchas veces en agresiones al interior de los vínculos. La catarsis de hostilidad, lejos de aliviarnos, incrementa las vivencias angustiosas. Transformar la angustia en enojo, en rabia, y descargarla en lxs otrxs, nos deja más solxs e impotentes. Merecen una mención especial la grave situación de la violencia doméstica y el aumento de los femicidios. Durante el aislamiento las mujeres quedan encerradas con sus victimarios. Se han realizado acciones colectivas de denuncia como twetazos a una determinada hora, pero lo más importante es que aquellas se animen a denunciarlos y que el Estado tome medidas de protección. También es frecuente el incremento  de los consumos adictivos con las consecuencias personales y vinculares que acarrea.

Por otro lado, solemos compartir en grupos virtuales vivencias que habitualmente teníamos reservadas para la intimidad. Mantenemos fluido contacto e intercambio con compañerxs con lxs que antes nos unía la cordialidad de la tarea compartida. En las actuales condiciones nos sentimos hermanadxs.

La subjetividad reconoce un aspecto privado e íntimo y una dimensión colectiva a la que podemos denominar transubjetividad. Un zócalo básico que nos atraviesa horizontalmente, produce la paradoja de que en el distanciamiento físico, el espacio de lo compartido se amplifique. En las dos variables de la transubjetividad: la estructurante, con función organizadora del psiquismo, y la “regresiva”, como ciertas emergencias del pánico colectivo.

Se discute cómo saldremos de la pandemia: si solxs, hostiles, agresivxs, omnipotentes o con deseos de abrazarnos y solidarios. Evidentemente no habrá algo unívoco en esto. Los aplausos al personal médico de las nueve de la noche contrasta con los anónimos agresivos de algunos consorcios y hasta se pasa al acto destructivo.

Miles de voluntarixs de los comedores y merenderos, lxs que se ofrecen para hacer las compras a las personas mayores, muestran que en nuestro pueblo predomina la solidaridad. De cómo transitemos esta crisis, se desprenderán consecuencias. Nada está predicho. Como en todas las crisis, las salidas pueden tomar caminos diferentes.

Nuestro anhelo es que la dura experiencia que vivimos, con las pérdidas y el duelo inevitable que la acompaña, nos refuerce en nuestra potencia como colectivo y nos ayude a conseguir, tarde o temprano, que el mundo diferente que necesitamos se haga posible.

 

Escriben Lucila Edelman, Diana Kordon, Darío Lagos, médicxs psiquiatras psicoanalistas.

Abril 2020