Según datos de la fundación La Alameda, el 78% de la industria textil en Argentina utiliza talleres clandestinos. La ONG ha denunciado en total a 109 marcas nacionales e internacionales que han recurrido al trabajo esclavo para confeccionar sus prendas en el país. La mayoría de esa mano de obra esclavizada proviene de Bolivia, funciona a través de una red que promete una mejor vida y prosperidad pero en los hechos somete y sojuzga para que la maquinaria textil no se detenga.
Según datos de la fundación La Alameda, el 78% de la industria textil en Argentina utiliza talleres clandestinos. La ONG ha denunciado en total a 109 marcas nacionales e internacionales que han recurrido al trabajo esclavo para confeccionar sus prendas en el país. La mayoría de esa mano de obra esclavizada proviene de Bolivia, funciona a través de una red que promete una mejor vida y prosperidad pero en los hechos somete y sojuzga para que la maquinaria textil no se detenga.
Conversamos con Carmen (28), Juan Pablo (25), Yenny (22), Cecilia (25) y Gisell(22), todos bolivianos residentes en la Villa 20, que cuentan en primera persona sus experiencia de vida en el trabajo textil.
La promesa
Carmen cuenta que llegó con unos paisanos de Bolivia en 2008 para trabajar en nuestro país, pero cayó en el engaño de una red que tenía un taller de Laferrere. “Me retuvieron la cédula boliviana y ese día nomás me pusieron a trabajar. Trabajábamos desde las siete hasta diez de la noche. Queríamos salir y nos decían ‘no, es peligroso, te agarran con fierro’. Solamente el domingo no laburábamos pero no nos dejaban salir. Queríamos comunicarnos, hablar con la familia y nos decían que no, ‘querés hablar por teléfono, tomá mi celular, cárgate el crédito y hablá… pero salir a la calle, no’”.
Hasta que un día, Carmen tomó coraje: “Me escapé por la pared, salí a la calle. La llamé a mi mamá, le dije donde estaba, le dije que me quería volver. A la tarde vino gente de la Embajada, vinieron y nos llevaron para el Consulado, ahí nos hicieron declarar y después nos llevaron a Bolivia”.
“Después volví a venir en 2010. Ya era diferente porque venía con un familiar, no con una persona extraña. Allá te dicen “vas a ganar tanto por tal trabajo”, te dicen todo y después al final no te dan nada”.
Actualmente Carmen trabaja en la confección de camperas. “Laburo diez horas y me pagan por prenda, unos cuarenta pesos. Coso desde el principio hasta el final. Lo mínimo que podés sacar son cuatro camperas por día. Si vienen fáciles podés sacar hasta seis, depende también cómo le metas”, explica.
“La diferencia entre cuero y tela es que en tela tienes que hacer cientos. Si agarras tres camperas son 120 pesos por día, pero en tela para hacer esos 120 tenés que hacer mínimo unos 50, 60 prendas, dependiendo de cuánto te paguen y cuántas horas trabajes. Si hacés unas seis u ocho carteras, estás tranquilo al menos por el día.
Trabajo cama adentro
Juan Pablo trabaja en el mismo taller que Carmen, unas diez horas en la confección de sacos, camisas y pantalones. Llegó hace cuatro años “con laburo desde Bolivia. Prometían pago en dólar, pero te traen con engaños, y después te dicen “te estoy pagando el almuerzo. Además tenés que devolverles el pasaje con el que te trajeron”, reflexiona.
Más adelante, Juan Pablo explica lo que significa el trabajo cama adentro o cama caliente: “trabajas desde las seis de la mañana hasta las once de la noche. Cuando comienza el frío, se trabaja de siete a diez. Cuando hace calor, de seis de la mañana a once de la noche. Cuando arranqué estaba cama adentro, trabajaba en sacos de paño. No estaba bueno, mucho polvillo, a veces te dan barbijo, a veces no. Yo no tuve problemas respiratorios pero sí vi casos de gente con problemas a causa del polvillo del taller. Mientras pasa el tiempo y vas conociendo más gente te dicen que no tienes que trabajar hasta altas horas, pero igual, ya sea con retiro, tenemos que trabajar diez horas, hasta las ocho de la noche”.
“Cuando estaba cama adentro, me pagaban 1.500 por mes. A veces había que amanecer, los sábados igual; cuando había corte tenía que quedarme el sábado para acabar todo. Si trabajas por prenda tienes que meter pata a todo porque por prenda no te dan mucho: una camisa $1,50, depende de la camisa y de la marca. En un día hay que abastecer unas cincuenta o cien. A la semana, mil.”
Juan Pablo cuenta que si van a una movilización de la CCC o para un trámite personal esas horas son descontadas o tienen que ser compensadas, y agrega: “a veces por falta de tiempo terminas compensando los sábados y los domingos. Los fines de semana te machacan. Y las prendas que no avanzan, te perjudican, ya no te descuentan el horario por las tres horas sino el doble y si es posible el triple”.
Tercerización y la explotación familiar
Ceci, que tiene tres chicos, cuenta que desde pequeña trabajó en el taller de costura con su madre, en la casa, “sin recibir un peso”. Es el caso de los talleres familiares a los que les tercerizan el laburo de los grandes talleres que proveen para Parque Avellaneda. Independizada de su madre, Ceci con Gisell empezaron con un proyecto con ropa de chicos. Y explica: “Nosotras presentamos un curriculum al taller, después te llaman, te dan una muestra, después ellos te dicen si al trabajo lo hacés bien”.
Ceci trabaja desde los doce años: “Primero de ayudante en mi casa y después empecé a agarrar la máquina. Con mi vieja me amanecía para trabajar, porque al trabajo hay que entregarlo en fecha. Aparte en cuanto vos entregás, te pagan. Tardás en entregar te la entregan en la otra quincena y por ahí vos necesitás plata y no tenés… entonces tenés que entregar antes de la fecha. Nosotras cosemos ropa de chicos, remeras, trabajamos overlok, coyareta y recta. Yo manejo las tres”.
Ceci cuenta que las últimas remeras que cosieron les pagaron 5 pesos cada una. “Pero a eso se tiene que dividir en cuatro o en cinco: alquiler, comida, taller y recién el sobrante, para el costurero… no son cinco pesos finales.” Juan Pablo Agrega: “Lo que le pertenece siempre al costurerista son unos cincuenta centavos. Ella actualmente podría cobrar 50 centavos por remera o 1,50”. Ceci ejemplifica: “Entregué 456 prendas a dos pesos, son novecientos y algo. Es lo que hay que hacer, tenés eso o no te queda otra”.
Ser ayudante
Gisell, muy tímidamente comienza a contar: “Yo cuando llegué trabajaba de ayudante en costura. El trabajo consistía en picar los hilitos, traer las telas, los hilos, acomodar la tela, abastecer a todas las costureras. Ellas van costureando y tienes que acomodarles las cosas. Hay que estar atento a todo porque mientras a uno se le está terminando el hilo, el otro te pide tela, el otro te pide corte… el trabajo no se puede cortar. Tenés que estar correteando, al trote, no parás en ningún momento. El ayudante es el que más se cansa. Porque ellas están sentadas y te piden, vos tenés correr para todo, ‘me falta esto’ y se lo tienes que llevar, ‘me falta lo otro’ y se lo tienes que llevar.
“El trabajo es de ocho a ocho. Ahora, por la nena no puedo trabajar. Trabajé una temporada con la nena pero era muy chiquita pero había mucho polvillo. La beba tiene un año. Quisiera tener a alguien que me ayude a cuidar a la nena así puedo trabajar. A mí me gustaría hacer lo que sé hacer: peluquería”.
600 pesos la piecita
Todos los entrevistados alquilan alguna piecita en la Villa 20. Pagan 600 pesos promedio, y aproximadamente perciben unos 1.500 pesos de paga. Juan Pablo dice que no le alcanza para vivir: “si tienes cocina, te puedes cocinar pero a veces tenemos que almorzar afuera. Un almuerzo sencillo cuesta 20 pesos”.
Carmen en cambio quisiera tener más tiempo propio: “el único tiempo que se tiene es el fin de semana porque se supone que como se trabaja de lunes a sábado hasta el mediodía, entonces, lo que te queda del sábado a la tarde es para lavar la ropa y domingo para ir a pasear. Pero a veces ni te queda tiempo. Para ir a las movilizaciones pedimos permiso y después compensamos las horas. Hoy entré a las cinco de la mañana a trabajar, porque tenía el trabajo retrasado y tenía que compensar sí o sí. Hoy teníamos que entregar, si no se entrega en una fecha que te dan, te hacen un descuento y es preferible que te esfuerces un poco más, que te levantes un poco más temprano para que no te hagan el descuento. Porque un descuento es del 20% de lo que te pagan. Yo también quiero estudiar, en algún momento quiero dejar el puesto de costura”.
El Estado debería garantizar el trabajo
Mientras nos despedimos de este grupo de jóvenes, el coordinador de la CCC de Villa Soldati, Luciano Nardulli reflexiona: “Uno hace la denuncia, inclusive van del Ministerio de Trabajo y clausuran los talleres clandestinos, pero la gente que trabaja ahí no tiene adonde ir porque les retienen los documentos, no sabe dónde comer ni donde vivir. No es que la gente acepta la esclavitud porque sí. Mientras hay trabajadores en negro trabajando para el Estado, qué carajo le importa que haya gente trabajando en situación de esclavitud. Cuando toman una medida de clausurar una fábrica, lo que tienen que hacer es garantizar el trabajo de la gente, en condiciones dignas. Para eso tendremos que ir estudiando formas de cooperativa para que los compañeros no sean supereexplotados por sus propios hermanos. Acá existe una cadena de explotación pero el Estado ¿qué hace? El Estado no puede clausurar solamente, tiene que garantizar trabajo digno y vida digna para la gente”.