Hoy en China, una de las grandes potencias imperialistas que disputan el mundo, se ven las consecuencias en el medio ambiente de la voracidad del gobierno y las grandes empresas por expandir sus ganancias. Ríos, suelos y aire contaminados en las grandes ciudades en las zonas rurales, con las consecuencias en la salud de las personas, y en la flora y la fauna.
Esta realidad oculta que no siempre China fue así. A partir del triunfo de la Revolución y la proclamación de la República Popular en octubre de 1949, la dirección del Partido y del Estado, dirigidos por Mao Tsetung, movilizó a las masas para encarar los grandes dramas que habían asolado a los chinos durante siglos.
La revolución posibilitó que la clase obrera y los campesinos pobres controlaran las palancas del estado, en una aguda lucha con los “defensores del camino capitalista”, como llamaron los maoístas chinos a los revisionistas que desde el Partido y el Estado empujaban una política y una economía contraria al socialismo.
Una de las campañas más resonantes encabezada por los comunistas chinos, y con un amplio despliegue de las amplias masas fue la campaña para “dominar a los ríos”, algunos con una milenaria historia de inundaciones y sequías, como el Río Amarillo, el Yangtsé, el Juaije, entre otros. Solamente el Río Amarillo registraba 1.500 inundaciones y 1.070 sequías “durante los dos mil años anteriores a 1949” (Convirtiendo los ríos dañinos en beneficiosos, en China hoy, recopilación de artículos de la revista China Reconstruye, Pekín, 1974).
El mismo artículo recordaba que durante los años de dominación del gobierno reaccionario de Chiang Kai-shek tomó fuertes deudas con el argumento de “explotar los recursos hidráulicos”, embolsándose el dinero, y en 1938, durante la resistencia a la invasión de Japón, las tropas nacionalistas volaron un dique del Río Amarillo (el dique Juayuankou), para proteger su retirada, anegando 54.000 kilómetros cuadrados (un poco más que la superficie de nuestra provincia de Jujuy). Esto afectó a 12.500.000 personas, de las que 890 mil murieron ahogadas.
Los revolucionarios chinos partieron de la política de desplegar la iniciativa y el protagonismo de las amplias masas populares, y con el principio de “andar con las dos piernas”, combinaron la movilización de millones de campesinos para la concreción de pequeñas obras hidráulicas, con grandes represas encaradas por el gobierno central.
Todo esto se dio en medio de la batalla por avanzar hacia el socialismo, que en el caso del campo chino, ya en las zonas liberadas antes de la República Popular, y con mayor fuerza desde 1949, significó crear primero los “grupos de ayuda mutua”, luego las cooperativas “de tipo inferior” y “de tipo superior” y las experiencias más avanzadas, las comunas populares, que fueron muy resistidas por los derechistas en el Partido y en el gobierno.
El inmenso trabajo hidráulico de los revolucionarios chinos entre 1949 y 1978, incluso en plena Revolución Cultural, implicó la ampliación de millones de hectáreas cultivables, como por ejemplo “3 millones de hectáreas cultivadas en el valle” del río Juaije, donde bajo un llamamiento directo de Mao, durante la década de 1960 se excavaron y/o ampliaron más de 20 salidas para el río, y se levantaron 14 diques “que suman 1.400 kilómetros de longitud” (Geografía de China, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1972).
En el curso del período revolucionario se erigieron miles de pequeñas plantas hidroeléctricas, que abastecen, aún hoy, decenas de miles de pequeñas redes eléctricas tanto para el alumbrado de casas y calles, como para el trabajo agrícola. Los comunistas chinos, en este período, destacaron la participación de millones de “domadores de ríos” con herramientas y equipos sencillos, combinados con grandes maquinarias. “Es únicamente bajo el socialismo que la iniciativa y la creatividad del pueblo pueden ser puestas en pleno juego y transformadas rápidamente en una fuerza material conquistadora, la cual, imposible de ser calculada por computador alguno, ha sido el arma mágica más eficaz en nuestras manos para la construcción de obras hidráulicas durante estos 25 años”. (China controla los ríos, Pekín Informa, año 12, N° 51, 1974). En este mismo artículo encontramos una poderosa reflexión: “En años recientes, mientras se dedican de lleno a las obras hidráulicas, las masas en sus cientos de millones han prestado atención al tratamiento correcto de las relaciones dialécticas entre el agua y el suelo”.
Todo esto se hizo con la premisa de los comunistas chinos expresada en ese fundamental escrito de Mao, de 1945, que es “El viejo tonto que removió las montañas”, en el que el líder de la Revolución China toma una antigua fábula china, en la que un “viejo tonto” junto a sus hijos se dispuso a remover dos montañas que obstruían su paso con azadas y picos, y que ante la burla de un “viejo sabio” dijo «Después que yo muera, seguirán mis hijos; cuando ellos mueran, quedarán mis nietos, y luego sus hijos y los hijos de sus hijos, y así indefinidamente. Aunque son muy altas, estas montañas no crecen y con cada pedazo que les sacamos se hacen más pequeñas. ¿Por qué no vamos a poder removerlas?». Cuenta Mao que en la fábula dios se conmueve y envió a dos ángeles que movieron las montañas. “Hoy, sobre el pueblo chino pesan también dos grandes montañas, una se llama imperialismo y la otra, feudalismo. El Partido Comunista de China hace tiempo que decidió eliminarlas. Debemos perseverar en nuestra decisión y trabajar sin cesar; también conmoveremos a Dios. Nuestro Dios no es otro que las masas populares de China. Si ellas se alzan y cavan junto con nosotros, ¿por qué no vamos a poder eliminar esas montañas?” dice Mao.
Con esa línea, durante la vigencia del socialismo en China, se produjeron profundas transformaciones en beneficio de las amplias masas, que produjeron enormes beneficios en el medio ambiente, que seguiremos analizando en próximas notas.
En estos tiempos en el que miles de personas, particularmente jóvenes, toman en nuestro país las banderas de la defensa del medio ambiente frente a los graves problemas que acarrea el cambio climático, provocado por las grandes potencias imperialistas y sus socios locales, es bueno tomar el ejemplo de los revolucionarios chinos que derrotaron a sus enemigos y construyeron un Estado en el que la defensa del ambiente pasó a ser patrimonio de la clase obrera y el pueblo movilizados.
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La represa de San Men
El gran escritor comunista Edgar Snow, en el tomo 2 de su libro La China contemporánea, de 1961, relataba el proceso de construcción de esta gran represa en el Río Amarillo.
“La calidad primero, proclamaba un gran cartel colocado en lo alto de los riscos para que todos pudieran verlo ¡Hay que construir para un millar de años!”. “Cuando se controle al Río Amarillo aparecerá un genio –decía otro lema, citando un antiguo axioma campesino-. El genio ha aparecido: ¡es el pueblo chino!”…
Me detuve para tomar una fotografía a colores a un soldador que enarbolaba su brillante antorcha sobre un tubo plateado y después le pedí que se quitara el casco. «Él» era una muchacha sonriente, con el pelo corto, de una apariencia agradable. ¿Sus padres? Eran campesinos en una comuna. ¿Le gustaba el trabajo? ¿Por qué no? Había hecho muchos esfuerzos para dar la talla. Pero estudiaba en su tiempo libre y esperaba llegar a ser ingeniero, como muchos lo habían hecho antes que ella.
Después pedí que me dejaran subir a lo alto de la grúa gigante para conocer a los esclavos que estaban allá arriba haciendo algo que me parecía el trabajo más responsable de todo aquel escenario; las vidas de cientos de hombres allá abajo dependían de su precisión… A través de una esclusa abierta el río aprisionado se agitaba y hervía y ahora yo podía ver, detrás, un canal en proceso de ser excavado a través de la roca sólida para atravesar la presa…
Cuando fui a la cabina de control me encontré a dos muchachas de 22 años, que eran la segunda y la tercera al mando de la grúa. La más chica era más bien tímida, graduada de escuela primaria en Tangshan, sencilla pero de ojos brillantes; el pelo corto; soltera. Había obtenido su empleo pasando un examen y había trabajado en Kuant’ing un año antes de venir aquí. ¿Su padre? Era minero. -Desde la primera vez que vi una grúa -fue en una película- supe que quería manejar una. Estudié, aprendí la técnica. No hay nada que pueda preferir a esto.
La otra muchacha, una hija huérfana de campesinos pobres, sentía exactamente lo mismo. No sé cuántas mujeres manejan grúas en otros países, pero en China parece que les confían más en ese trabajo que a los hombres.
Semanario Hoy N° 1946 18/01/2023