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04 de diciembre de 2024

Una herramienta para pagos sin dejar rastros evadiendo fronteras

Un bitcoin por 100.000 dólares

La primera operación con bitcoins fue en una pizzería yanqui. Un ingeniero pagó con 10.000 bitcoins dos calabresas grandes. Hoy ese pago equivaldría a 1.000 millones de dólares… la evolución posterior del mercado debe tener algo amargado a aquel comprador.

¿Cómo es que se llega a esto? ¿Qué es un bitcoin y por qué tiene semejante precio?

Una primera aclaración: un bitcoin (o las otras “criptomonedas”) no es que son “nada”. Aunque no podamos tocarlas hay detrás de ellas trabajo humano: para generarlas hacen falta programas, computadoras y, sobre todo, electricidad para que esas máquinas funcionen continuamente. Esto dicho, su cotización actual es tan abultada que vuelve menores dichos costos ¿Qué la impulsa?

El bitcoin no es exactamente dinero hoy en día. Hay compras que se pagan con bitcoins, sí, pero en realidad no es la medida de los precios: la mercadería comprada se tasó primero en dólares, y se hace sobre esa base la conversión. Con dólares se adquirieron los bitcoins y son estos los que se transfieren al vendedor, que a su vez los reconvertirá a dólares para posteriores movidas.

Tampoco es -al menos por ahora- frecuentemente utilizada o aceptada como medio de pago (menos: forzosamente aceptada, como es el dinero gubernamental en un país). Puede sí servir como “reserva de valor” (esto es, para ahorrar, para guardarla), sobre todo en la especulación de que en el futuro valga más, aunque francamente es tomar un riesgo, pues su cotización es muy volátil. Todo esto vincula más a los bitcoins con lo que son los activos financieros que con las características propias del dinero. Como puede ser tener acciones, o bonos de deuda del Estado. Lo que ocurre es que los determinantes del precio de los bitcoins son notablemente más fantasmagóricos que los que rigen el valor de estos papeles financieros: las acciones de una empresa son el derecho a cobrar una partecita de las ganancias que obtiene la compañía, son un instrumento cuyo valor se deriva del proceso de acumulación del capital. Lo mismo los bonos: el Estado paga sus intereses con plusvalía que obtiene por sus actividades económicas o, lo más importante, que captura mediante impuestos.

Los bitcoins no prometen nada parecido. Lo único que prometen es que su cantidad total está limitada por los rigurosos parámetros que rigen su generación. La programación asegura que son escasos (el máximo de bitcoins es 21 millones de “monedas”), contrariamente a las monedas estatales que permiten a los gobiernos imprimir papeles a voluntad, lo que podría devaluarlos. Claro que esta “virtud”, el escapar del control del Estado, se logra a un precio muy alto, que es el de su desacople con los requerimientos de dinero que tiene el sistema económico: la mercancía que funciona como dinero debería poder reproducirse a voluntad del capital de acuerdo a las necesidades de la acumulación capitalista. Perdido esto, y dado el hecho de que su valor intrínseco en trabajo humano es hoy relativamente pequeño, el bitcoin vale en función… de que hay gente que acepte que vale.

Esta herramienta virtual tiene utilidad: presta el servicio de posibilitar pagos inmateriales, no rastreables, a la distancia que sea menester (saltando toda frontera nacional). En la idea de que ese servicio aporta un beneficio a un número -y un número creciente- de agentes económicos es que se asume que su uso va a crecer, y la moneda va a valer. Y esa creencia, junto con la de que a fuerza de publicidad fracciones más importantes de la sociedad toda lo utilicen más cotidianamente, y su escasez planificada, es lo que hace que se especule con su compra y venta, llegando a estos niveles disparatados de hoy día: un código inmaterial en internet por el que nadie se hace responsable que sirve sólo para mediar en algunas raras operaciones cuesta lo que una casa. Ahora bien, si ese uso en compraventas se ve dañado, la cotización del bitcoin caerá de forma mucho más abrupta que la de otros activos. Después de todo… dijimos el bitcoin sirve para hacer operaciones no rastreables internacionales evitando aduanas y fronteras.

¿Qué tipo de negocio necesita pagos en una moneda no rastreable que pueda evadir las fronteras? Se me ocurren algunos… y todos tienen en común que el control que ejercen sobre ellos los Estados (no seamos ingenuos) tiene un formato aberrante, espasmódico. ¿Qué pasará con el precio del bitcoin si Estados poderosos se ponen a penalizar su utilización, o si socialmente se emparenta al activo con el tráfico de estupefacientes, el financiamiento de un atentado terrorista, o la evasión impositiva? Y al contrario: tenemos casos como el de Bukele en El Salvador pasando a bitcoins las reservas de su Banco Central o, mucho más influyente, el del presidente electo Donald Trump, quien declaró su ambición de que EEUU sea la “criptocapital del planeta y la superpotencia mundial del bitcoin”. Estas recientes afirmaciones son lo que le da nafta al rally alcista de estas semanas. Se conoce que los actuales compradores lo tienen al “pato” como un hombre muy constante y comprometido con sus promesas electorales.

En fin, es un activo que adquiere un precio por haber poco y por la promesa de que servirá crecientemente como polémico medio de intercambio. Las publicidades que alientan su compra invitan a jugar un juego peligroso.

Escribe Diego Nermoa

hoy N°2038 04/12/2024