Primero fueron unos tímidos manchones rojos de banderas a medio abrir en la plaza cercana, salpicando la tarde y desorientando la rutina de los empleados, bancarios, financistas, funcionarios, habitués del microcentro porteño. Los jujeños, que viajaron durante casi todo un día, llegaron entre los primeros. Los acompañaron rionegrinos, rosarinos y santafecinos, tucumanos, cordobeses, platenses… Con el correr de los minutos el mapa de las provincias y sus regiones cobró vida en las delegaciones (ver recuadro) y la entonación que le dieron a los cánticos.
Luego, en las esquinas más próximas empezaron a verse grupos de hombres y mujeres charlando. Los grupos crecieron al mismo ritmo que el desconcierto de los transeúntes. ¿Qué estaba pasando?
En eso, por Bouchard, formó la columna de La Matanza, bandera roja celebratoria del aniversario, caras curtidas, hombres y mujeres hechos en el piquete y el barrio, con sus dirigentes encabezando. Desde Retiro, por Alem, al rato, como un río rojo avanzó entre estruendos la zona norte: en las primeras filas, pancartas de René Salamanca y Gody Álvarez, Miguel Magnarelli, Sofía Cardozo, junto con las que negaban el olvido a sus muertos recientes y entrañables: Ana, Carlos, Juan, Lela Graciela, Fernando. Casi al unísono, por Alem, desde el sentido contrario, asomó y sumó rojo la columna de la zona sur, a paso cerrado; entre sus filas, el cartel y la firmeza de los jubilados. Todas las zonas del Gran Buenos Aires y la Capital Federal se movilizaron. Entre ellos, chalecos blancos de la Corriente Clasista y Combativa, compañeras de Amas de Casa del País, distintivos de los secundarios y universitarios.
A esa altura, el rojo era intenso y extenso en medio del caos del tránsito, el paso ligero y azorado de los transeúntes de media tarde, la mirada atenta de los vendedores de puestos ambulantes.
La marea roja llegó y rodeó el viejo y afamado Luna Park. Y el aire se pobló de cantos, bombo, abrazos y apretones de mano. Río rojo flameando en lo alto. Río de afecto y emoción por abajo. Hombres y mujeres de varias generaciones en la vida, y de distintas camadas de afiliados. Entre ellos, los de más de 70 y los de menos de 20; y muchos bebés en los brazos.
La ciudad, en ese recoleto espacio, a cuadras apenas de la Rosada, la Bolsa, los ministerios de Defensa, de Economía y de Trabajo; de las financieras y los bancos donde se guarda lo más sustancial de la riqueza que producimos todos y disfruta un puñado, se estremeció un poco con ese aire que no se sabía si era de combate o de fiesta. Y que en realidad era de ambos.
Adentro y afuera
Mientras tanto, adentro, la inmensidad de la sala y las butacas vacías daban un no sé qué de zozobra. Hasta que sala y butacas se fueron llenando. Hasta que el Luna Park fue desbordado y cerca de 2.000 no entraron.
Allí, desde adentro del Luna Park, quedó más claro que el aletear de banderas primero, como en toda historia, no fue el principio. Que lo precedió el trabajo de un ejército de compañeros, muchísimo más temprano: quienes juntaron peso sobre peso para la infinidad de gastos, quienes armaron las delegaciones en cada lugar e invitaron, quienes pusieron en marcha viajes de cientos de kilómetros, micros, comida, horarios. Quienes organizaron el diseño del acto. Los que cuidaron la seguridad; los que repartieron entradas; los que hicieron los contactos. Los responsables de un impecable operativo de propaganda (escenario, video, etc.) que estuvo a la altura del aniversario, y de una difusión cuyo producto fueron notas en los principales diarios, como no se veía en muchos años. Y esa bandada de jóvenes que se movió antes, durante y después del evento, ayudando a que todo saliera ajustado (y luego todo fuera guardado). ¿Cómo nombrar sin olvidarse de algo? Fueron cientos de camaradas los que trabajaron preparando. Y como siempre, a algunos les tocó mayor trabajo: supieron cumplir.
Por eso, alrededor de las 17 hs., afuera y adentro del Luna, había ansiedad, temor, alegría, y un sinfín de sentimientos encontrados.
Duró poco. No eran todavía las 18 cuando el viejo santuario del boxeo hoy sede de recitales multitudinarios, sucumbió al río desbordante de banderas: rojas, rojas con la cara de Mao, argentinas de claro azul y blanco… Y rugió la tribuna con un canto acunado por los bahienses en el micro: “Olé olé, olé olá,/ vení Cristina, vení y mirá,/ el PCR hoy revienta el Luna Park” (con sus variantes).
Por las pantallas colgadas en la sala un video proyectó ráfagas de imágenes que dieron cuenta de la historia del partido. La entonación del Himno Nacional esta vez no sufrió la tradicional falta o mal funcionamiento del audio: bastó con seguir la interpretación en vivo (y de lujo) de un camarada del Coro Polifónico Nacional. Los versos patrios dejaron de pronunciarse como rutina escolar y revivieron en miles de gargantas el tono guerrero con que nacieron. Las pantallas acompañaban, mientras, con imágenes de la gesta armada de nuestra independencia y la lucha por recuperar nuestras Malvinas. Siguió el himno de los trabajadores, La Internacional. Puños en alto, las primeras lágrimas en muchos ojos. Las lágrimas se hicieron llanto con el presente a los mártires y muertos del PCR, uno de los instantes más emotivos. Sus nombres y sus imágenes en gigantografías acompañaron el acto. La presencia de Marta Rusconi, madre de Enrique, a punto de cumplir sus jóvenes 91 años; Dora y Amelia, hermanas de Gody Álvarez; Pablo Spinella, hijo de Miguel Ángel, y su familia; Juanita e Isabel, madre y hermana de Rafael Gigli, hicieron vivo el dolor y la lucha que unió a familiares y partido en un mismo reclamo aún negado: justicia.
A esa altura, el Luna Park hervía de cantos y banderas agitadas por cientos de chicas y muchachos, la mayoría con alrededor de la mitad de años que los celebrados. Mientras, las primeras generaciones de fundadores y afiliados gastaban pañuelos aliviando ojos y narices congestionados.
Varias pantallas adentro y una inmensa afuera mostraban el escenario y el público. E intercalaban imágenes de los compañeros en la calle. Muchos hubiéramos querido estar en los dos lados. Porque el fresco de la noche a la intemperie se abrigaba con el calor y el entusiasmo colectivos. Porque los bombos afuera no pararon. Porque si no hubo butacas, hubo mate y café compartidos. Porque se parecía a una noche en el piquete, matizada de vivas, aplausos y gritos cuando las propias imágenes en la pantalla certificaban que adentro y afuera estaban unidos.
El acto
En el escenario se ubicaron los miembros del Comité Central. En las primeras filas de butacas, delegados de partidos de distintas partes del mundo acompañaron fraternalmente. Testimoniaron que el marxismo-leninismo y el maoísmo, a pesar de los feroces golpes “globalizadores”, no sólo siguen vivos: como retoños, se abren camino y crecen. Junto a ellos, dirigentes políticos, sindicales, de derechos humanos y organizaciones nacionales (ver recuadro) acompañaron amistosamente. Testimoniaron que este partido se ganó respeto construyendo con amigos y aliados. Arriba y abajo del escenario, protagonistas reconocidos y anónimos de piquetes, marchas como las de los originarios y puebladas de los últimos años, se mezclaron con los de los históricos Cordobazo, Rosariazo, Correntinazo, Tucumanazo, Rocazo…
Historia, sufrimientos, luchas y objetivos desfilaron en las palabras de los oradores. El Luna Park y la calle aledaña eran por esas horas un pequeño corazón rojo latiendo en medio de la ciudad. Un corazón prometiendo extender la vida; un corazón amenazante para los que la envenenan. La Internacional selló el final del acto. La fiesta terminó más tarde, cuando el adentro y el afuera, en medio de las banderas rojas, se encontraron en abrazos. La lucha aún está en sus comienzos.
“Cuarenta años se han ido como un chasquido entre los dedos”, dijo Otto Vargas. Muchos en la vida de los hombres, muy pocos en la lucha por el comunismo, no son sin embargo iguales todos los 40 años. Sólo 40 años sin traición; 40 años sin hacer el cuero duro y la vista gorda ante la injusticia; 40 años luchando por cambiar este mundo y terminar con el sometimiento de los pueblos y la explotación de los seres humanos, sirven de cimiento para el camino de la revolución. En estos 40 años desde su fundación, el PCR ha cumplido. ¡Por muchos más años de lucha, hasta el triunfo definitivo!