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13 de febrero de 2020

El medico ejemplar

Un epitafio para Li Wenliang

Reflexiones tras el fallecimiento de uno de los primeros médicos chinos que advirtió el riesgo que presentaba la propagación del Coronavirus y no fue escuchado.

Murió Li Wenliang, una de las tantas víctimas del coronavirus. Pudo haber sido una muerte anónima de no ser por las circunstancias. A fines del pasado diciembre el Dr. Li y otros médicos del Hospital Central de Wuhan comenzaron a registrar un creciente número de pacientes con síntomas de una enfermedad hasta entonces desconocida. Descontando que se hallaban ante el inicio de una epidemia lanzaron un temprano alerta. La respuesta de las autoridades chinas fue una muy áspera reprimenda por “difundir rumores que socavaban la tranquilidad pública”. Li Wenliang fue “visitado” por la policía y conminado a retractarse. Pero la pretensión de silenciarlo llegaba tarde. La oleada de contagios se contaba en decenas de miles y muchos de ellos no sobrevivían.

Ese intento inicial de negar lo innegable y la demora en adoptar medidas de prevención cuando aún el brote estaba focalizado desataron la ira popular. Para colmo de males para el régimen chino el represaliado Li estaba entre los enfermos. El Dr. Li no era un especialista en enfermedades infecciosas. Ni siquiera un médico clínico. Era un joven oculista de 34 años que no desoyó su responsabilidad ante la sociedad cuando fue constatando hechos inusuales que pintaban ominosos. A despecho de saberse castigado no le sacó el pecho al peligro… Y así el contagio y el funesto desenlace. Las masividad de la solidaridad popular con Li son una novedad en la realidad china a tener en cuenta.

¿Cuántas veces en la Historia el principio de autoridad y la razón de Estado han pretendido llevarse puestos los datos de la realidad y los criterios de la verdad objetivables sea por la práctica de la lucha de clases, por las leyes de la producción material y/o por la investigación científica? Y, ¿cuánto daño han acarreado? ¿Cuánta injusticia en cabeza del escarmentado? Li Wenliang pudo haber sobrevivido. O incluso haber no enfermado. Y aún así ser válido este relato: el de un ignoto doctorcito en una desigual batalla con una elite que solo valoriza su supervivencia.

¿Un epitafio para el buen Doctor? Aquí yace Li, muerto por una habladuría 

Un pariente lejano

Corre el siglo XVII. Galileo Galilei, uno de los pensadores más reconocidos de su época, adscribe a la teoría de Nicolás Copérnico acerca de que la Tierra no es el ombligo del Mundo y que, por lo contrario, gira alrededor del Sol. Aunque no oculta su posición no hace propaganda de ella por considerar que todavía carece de los elementos para demostrarla. Año tras año va acopiando datos y más datos, los que no hacen más que ratificar la genial intuición copernicana. Golpea entonces la mesa y clama “He aquí las pruebas”.

Lo cierto es que Galileo tenía sus apoyos. Lo protegían los gobernantes de Florencia y Venecia, arzobispos varios. Uno de los cuales llega al Papado. Siendo que la teoría de Copérnico y Galileo contradecía el dogma católico la Iglesia convoca a sus Doctores quienes por un tiempo valoran como plausibles las comprobaciones de Galileo. Pero el Partido reaccionario no ceja. Intriga ante el Papa para indisponerlo contra Galileo y la Inquisición hace el resto. En una caricatura de juicio condena a un Galileo viejo y enfermo y contra amenazas de tormento le arrancan su retractación.

¿Quién recuerda el nombre del que presidió el Tribunal, cómo se llamaba el Papa? De Galileo quedan sus colosales aportes y una frase “Y sin embargo se mueve”.

Semejanzas, diferencias  

La comparación es pertinente. Una casta de iluminados con derechos para atropellar las evidencias sin siquiera considerarlas. En la China de 2020, una superpotencia imperialista en plena disputa del Mundo, la realidad, tremenda, incontrastable, la cacheteó a los pocos días. Galileo tuvo que esperar bastante más.

Escribe, Sebastián Ramírez