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08 de febrero de 2017

Un salto revolucionario en el desarrollo de las fuerzas productivas

Hacia el centenario de la Revolución Rusa (6)

 

 
No obstante las conquistas de la revolución, la expropiación de las tierras de los terratenientes y su entrega en posesión a los que las trabajaron o querían trabajarla, no obstante que la masa campesina se había liberado hacía más de una década de un tributo anual que superaba los 500 millones de rublos/oro y la mayoría podía considerarse campesinos medios, a pesar de todo eso las zonas rurales estaban excesivamente pobladas y eran poco productivas. El éxodo a las ciudades inundaba a éstas de mano de obra no especializada, descontenta, que engrosaba las filas de por si nutridas de los desocupados y de ese modo empeoraba las condiciones de vida urbanas.
La colectivización permitió un salto en el desarrollo de las fuerzas productivas.
En primer lugar porque liberó a la masa principal del campesinado trabajador y la elevó cualitativamente en el plano social, político y cultural, sobre la base de pasar de la mísera pequeña producción individual, con arados primitivos (aun se empleaban unos 5 millones de arados de madera) a la gran explotación colectiva dotada de técnicas modernas. 
Según Baykov en 1926-27 había 2 millones y medio de obreros rurales, más de 21 millones de campesinos pobres y más de 81 millones de campesinos medios; en tanto, los kulaks sumaban casi 6 millones. Según la clasificación oficial soviética de ese entonces se consideraba “kulak” a: 1) quienes poseían medios de producción valuados en más de 1.600 rublos y los alquilaban o bien empleaban mano de obra por más de 50 días al año; 2) quienes poseían medios de producción por valor de 800 rublos y empleaban obreros por más de 75 días anuales. Y se consideraba campesinos pobres a: 1) quienes no tenían ningún animal de tiro y sembraban entre 4 y 6 desiatinas (una desiatina es igual a 1,0925 hectáreas); 2) quienes tenían un animal de tiro y sembraban una desiatina.
En 1929, según Stalin, había unos 10 millones de campesinos pobres lo que equivalía al 30% de toda la población rural. Habitualmente carecían de semillas, de ganado de labor, de aperos de labranza en forma parcial o total. Entre 1,5 y 2 millones de dichos campesinos, debían dirigirse anualmente a trabajar para los kulaks al sur del Cáucaso Septentrional y a Ucrania. Varios millones de ellos anualmente concurrían a las puertas de las fábricas, engrosando las filas de los desocupados, cuyo total ascendía a 1,5 millones de trabajadores.
Con la colectivización para llevar al koljosiano a trabajar fuera de su cooperativa, aprovechando el receso forzoso del invierno se suscribieron contratos y se trasladaban gratuitamente en ferrocarril a los campesinos. Antes, en cambio, millones de ellos, arruinados, abandonaban sus hogares para ir a trabajar a regiones distantes. En 1932 se efectivizó la enseñanza obligatoria de 7 años en todos los centros industriales y agrícolas colectivizadas. Decenas de millones de niños, jóvenes, mujeres y hombres de las aldeas rusas y de otras naciones, por primera vez en la historia accedieron a la enseñanza elemental media y superior y accedieron a una atención médica adecuada, a la electrificación y a actividades recreativas y culturales. Entre 1933 y 1938 se construyeron en el campo 16.353 nuevas escuelas. 
En 1928 Stalin planteó que Rusia tenía 100 años de atraso. Era fundamental que se persistiera en una política de industrialización socialista para asegurar el desarrollo independiente de la Unión Soviética. 
Los trabajadores urbanos garantizaron, pese al cerco imperialista, la producción industrial, que permitió no depender de suministros extranjeros. Asimismo, la incorporación de millones de trabajadores del campo a la industria, y su formación politécnica, ayudó enormemente a alcanzar los objetivos en la producción.