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22 de enero de 2014

Con el trasfondo de la aceleración del “goteo” devaluatorio del peso, y sin un plan para frenar la inflación (al contrario, utilizándola como un instrumento del ajuste, en algún momento llamado “sintonía fina” porque supuestamente así sería menos enojoso), las reservas del Banco Central perforaron finalmente el miércoles pasado el piso de los 30.000 millones de dólares, y el drenaje sigue. 

Una carrera entre el dólar y los precios

El gobierno acelera la devaluación y con ello la inflación

Pues, la “nueva política” de mayor ajuste devaluatorio frena las ventas al exterior, ya que los exportadores prefieren esperar hasta que reciban un tipo de cambio más alto, al tiempo que apura las importaciones y el pago de deudas en dólares antes que se devalúe más.

Pues, la “nueva política” de mayor ajuste devaluatorio frena las ventas al exterior, ya que los exportadores prefieren esperar hasta que reciban un tipo de cambio más alto, al tiempo que apura las importaciones y el pago de deudas en dólares antes que se devalúe más.
Tratando de restarle importancia al tema, el jueves Capitanich además del remanido argumento de que se trata de una situación “estacional”, agregó una explicación política: “El nivel de reservas hoy tiene que ver con el esfuerzo hecho por los argentinos para pagar deudas”. Lo cual solo puede explicar una parte, ya que en 2013, dichos pagos en el sector público sumaron 5.169 millones de dólares, mientras las reservas cayeron en casi 12.700 millones. En esa baja, por lo tanto, además del pago de deuda, incidieron elementos coyunturales del “atraso cambiario”, como la salida de divisas por turismo y compras con tarjetas en el exterior, y otros que se han convertido en estructurales, producto de la política kirchnerista en “la década ganada”, como el déficit energético, la importación de productos electrónicos (incluidas las partes para los electrodoméstico), y de autos. De hecho, ambos sectores, por orden del gobierno, deberán reducir en 20% sus importaciones en el primer trimestre de este año. Como si esos déficits se resolvieran en tres meses, cuando son el resultado de años de falta de una consecuente política de sustitución de importaciones, que tampoco existe ahora aunque se recite en el verso matinal, y requeriría mayor tiempo y menos improvisación, cosa que este gobierno no va a hacer.
 
Algo que se veía venir
Desde 2011, los fondos atesorados en el Banco Central que eran antes un orgullo de “los logros” del kirchnerismo, se vienen achicando a un ritmo acelerado, por la demanda de divisas superior a la entrada en la cuenta corriente por el exterior. El intento de frenar esto con un control de cambios, parcial y nunca asumido como tal por el gobierno (Capitanich acaba de decir que “existe un mercado libre y único de cambios”, negando la realidad), dejó abiertas compuertas que, en lugar de achicar agrandaron los desequilibrios entre las salidas y los ingresos de divisas.
El cambio de escenario que plantean el ministro Axel Kicillof y el titular del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, con el abandono del precio del dólar como un ancla para la inflación (el dólar oficial subió 6,2% en diciembre) fue el motor del salto en los precios de los alimentos que terminaron marcando un récord para el mes y llevaron la suba anual a más del 28%. En esa carrera entre la devaluación del peso y la inflación era difícil de evitar que se produjera una nueva escalada del dólar paralelo: parches, como la venta de bonos en dólares por la Anses, son de corto alcance y limitados, además de seguir descapitalizando el sistema previsional.
El camino de la devaluación gradual se presenta como menos costoso que el de una devaluación brusca (dicen que Kicillof era partidario de un salto de 20 por ciento del dólar “por única vez” pero la presidenta le dijo no), aunque manteniéndose la política inflacionaria que es el problema de fondo, presenta sus propios costos: con una suba del dólar oficial de 5 o 6 por ciento al mes es muy difícil pensar que un exportador vaya a adelantar la liquidación de sus productos o un importador, a demorarla.
El importador sabe que el dólar de hoy es más barato que el de marzo, por lo que apura sus compras, y el exportador, sabe que el dólar aumentará, por lo que prefiere esperar. Con lo que se agrava el déficit de divisas, que lleva al drenaje de reservas. En el contexto de la política inflacionaria del gobierno, que no se plantea cambiar, lo único que se logra con las prohibiciones es que se deprima la actividad económica: estancamiento con inflación (estanflación, la llaman) es el resultado previsible.
 
El ajuste inflacionario
La idea de apurar la devaluación haciendo la vista gorda con la inflación, tiene un objetivo adicional al de “superar el atraso cambiario”: cobrarle a la sociedad uno de los impuestos más reaccionarios, el impuesto inflacionario.
En general, con precios más inflados, el gobierno logra mejorar la recaudación de los impuestos ligados al consumo como el IVA. Por otra parte, de manera simultánea, al devaluar más fuerte, se asegura más ingresos por las retenciones a las exportaciones y también por los derechos de importación. 
Del lado de los egresos, el impuesto inflacionario también es esencial para este gobierno porque “licúa” el gasto público y especialmente los salarios, jubilaciones, planes, asignación por hijo, etc.
Todo ingreso fijo pierde frente a una inflación acelerada, como la que el propio gobierno está induciendo, por lo que no puede hacerse el distraído. Más allá del libreto de los funcionarios, el año pasado se quebró la tendencia de que al menos el nivel medio de los salarios registrados (o de convenios) crecía por encima de la inflación y, más claramente, por encima del aumento del dólar oficial.
Pero, ya en 2013 sucedió lo contrario: mientras el dólar creció 32% y la inflación del Congreso dio 28,4%, los salarios de convenio se quedaron atrás con un 26%, y peor aún los de los trabajadores estatales y de los no registrados. Siguiendo con este ritmo de devaluación, de acelerada carrera entre el dólar y los precios, la pérdida de poder adquisitivo de los salarios, jubilaciones, planes, asignación por hijo, etc., no va a ser menos que otro 10% para el primer trimestre del año.
Las consecuencias de los ajustes se repiten a lo largo de la historia económica de la Argentina. La lucha por las paritarias es una boya inmediata para todos los trabajadores, para evitar que sigan cayendo sobre ellos los efectos de este ajuste que se pretende gradual, pero que resulta cada vez más vertiginoso porque acelera la carrera entre el dólar y los precios. Implica ser concientes que es necesario reunir todas las fuerzas necesarias para torcerle el brazo a esta política del gobierno kirchnerista, y avanzar en la lucha por un gobierno popular, que haga que la crisis la paguen los que la juntaron con pala.