Desde 1804 (Independencia de Haití), hasta 1824(Batalla de Ayacucho), no hubo un solo día de paz en las tierras latinoamericanas. Antes estuvieron las rebeliones indígenas, desde los mismos días en que los españoles pisaron América. La mayor de ellas, en nuestras tierras, la del cacique Chelemin, descuartizado como Túpac Amaru, en Londres de Catamarca en 1637. Y continuó con episodios menores, por lo menos, hasta la independencia de Cuba en 1902.
El escenario principal, dentro del Virreinato del Rio de la Plata fue el Alto Perú (hoy Bolivia), y el NOA argentino, con las batallas de Salta y Tucumán. Tierras donde las contradicciones políticas y sociales eran más extremas y descarnadas.
La ciudad de Potosí, a fines del siglo XVII, tenía más habitantes que París. Desde allí salieron riquezas infinitas de plata y de oro, capaces de mantener vivo por decenios al decadente feudalismo español. Y donde se vivió desde 1809 (el primer grito de independencia en Chuquisaca y en La Paz), hasta la independencia de Bolivia en 1825, una de las guerras más prolongadas y sangrientas del continente (solo comparable con la masacre del pueblo paraguayo por la Triple Alianza).
Una guerra de todo el pueblo, sin retaguardia, de guerrillas, de republiquetas, contra tropas de elite, dirigidas por oficiales que habían participado en las guerras napoleónicas, con las armas que hoy llamaríamos de “última generación”.
Con jefes que en muy pequeña proporción tenían formación militar como Arenales, Warnes o Güemes, y en su mayoría eran criollos arruinados por los españoles, profesionales, gente común del pueblo e inclusive originarios como Calisaya, Carrillo, Titicocha, etc. Ya en su historia, Mitre afirma, que de los 102 caudillos conocidos de la guerra de partidarios, 93 figuraban como ajusticiados o muertos en combate.
Objetivo de la Revolución
La Revolución tuvo como objetivo independizar a nuestras patrias y nuestros pueblos de la dependencia colonial y feudal de la corona española. Empresa tan difícil, que hizo concebir en las mentes más avanzadas y lúcidas del “partido de la independencia”, que eso no se iba a poder lograr sin la participación de las mayorías, que eran los criollos, los pobres y sobretodo los originarios. Esa fue la convicción de Castelli, plasmada en la declaración de Tiahuanaco, proclamando los derechos de esos pueblos.
Por eso muchos patriotas pensaron en la figura de un Inca para presidir las Provincias Unidas, en oposición a la figura de la princesa Carlota (mascarón de proa de los ingleses, ya determinantes en las ideas de muchos ricos porteños). Por eso la Declaración de la Independencia se tradujo inmediatamente al guaraní y al quechua. Esas fueron las convicciones de Artigas, uno de los más avanzados líderes de nuestras tierras. Por eso se abolieron en el proceso la mita y el yanaconazgo, prestaciones obligatorias de trabajo en las minas y en las haciendas. Y así la sangre de criollos, originarios y negros, fue la que fecundó la independencia en todos los campos de batalla.
El proceso revolucionario fue tan grande que no pudo menos que provocar cambios incluso en profundas raíces del sistema de la época. La obligada acción de las mujeres en esta guerra, produjo transformaciones decisivas en las concepciones y las prácticas. Centenares y miles de mujeres violaron los mandatos del feudalismo y de la Iglesia, participando activamente en la guerra como auxiliares, como soldados e incluso como comandantes.
Una mujer, Juana Azurduy, dirigiendo ejércitos de hombres y mujeres, de criollos y de originarios, en decenas de batallas, es solo el ejemplo más desocultado. Los prejuicios machistas y de clase, dieron carácter de leyenda hasta nuestros días a la Batalla de la Coronilla, librada, ante la defección de los hombres, solo por mujeres en los alrededores de Cochabamba contra las tropas de Goyeneche. Dirigidas por la ciega Manuela Gardanilla, puestera del mercado. Todas fueron asesinadas. No convenía el “ejemplo” ni era de “buen gusto”, mejor que fuera casi una leyenda, hasta que aparecieron los informes y croquis de la batalla en los Archivos de Indias. Como anécdota, fue en esos años que se logró en La Paz el primer divorcio vincular, el de una acaudalada patriota Vicenta Eguino de su esposo realista.
Otro rasgo de la profundidad de la revolución fue el alcance del frente unido que se alzó contra el imperio y la Inquisición. A solo título de ejemplo vale recordar que a la muerte de su esposo Manuel Padilla, el Estado Mayor de Juana Azurduy (pequeña hacendada) estaba compuesto por el indio Hualparrimachi (guerrero y poeta) y el cura Fray Mariano Polanco.
Este último, tomado prisionero, debía ser reducido al estado de laico para poder matarlo y no haciéndolo la Inquisición de Lima, cuenta la historia o la leyenda, que fue trasladado a España sublevando el barco en que lo transportaban y entregándolo a los patriotas de Buenos Aires. Uno de los cientos de sacerdotes que se sumaron al bando de la Independencia.
Pero….
Logrados los objetivos independentistas, muertos sus dirigentes más avanzados, agotadas las masas populares, aparecieron los grandes hacendados, los terratenientes, los intereses del Puerto de Buenos Aires, la influencia determinante de los espías, infiltrados y representantes de una nueva dependencia: el floreciente imperio inglés. Los que ya actuaron durante la guerra, como refleja una carta de Manuel Padilla al General Rondeau, quién le reclama a Manuel seguir peleando frente a la derrota de su ejército porteño: “¿Y ahora que el enemigo ventajoso inclina su espada sobre los que corren despavoridos y saqueando, debemos salir nosotros sin armas a cubrir sus excesos y cobardías? Pero nosotros somos hermanos en el calvario y olvidados sean nuestros agravios abundaremos en virtudes.
“Vayan V.S. seguro de que el enemigo no tendrá un solo momento de quietud. Todas las Provincias se moverán para hostilizarlo; y cuando a costa de hombres nos hagamos de armas, los destruiremos para que V.S. vuelva entre sus hermanos. (…) Sobre estos cimientos sólidos levantaría la patria un edificio eterno. El Perú (se refiere al Alto Perú hoy Bolivia) será reducido primero a ceniza que a la voluntad de los españoles. Para la patria son eternos y abundantes sus recursos. Para el enemigo esta almacenada la guerra, el hambre y la necesidad, sus alimentos están mezclados con sangre y, en habiendo unión, para lo que ruego a V.S., habrá patria”.
“Todavía es tiempo de remedio; propenda V.S. a ello si Buenos Aires defiende la América para los americanos y sino…… Dios guarde a V.S. muchos años” (Laguna, 21 de diciembre de 1815).
Y se ensoberbecieron después. Una imagen cruelmente reveladora, es la del pequeño cortejo fúnebre de los restos de Juana Azurduy conducidos a una fosa común de Chuquisaca, el 25 de Mayo de 1862, mientras toda la ciudad conmemoraba el aniversario de la Independencia y a su supuesto líder el Mariscal Santa Cruz, entusiasta general realista en la batalla de Huaqui, en el exterminio del levantamiento de Pumacahua y en la batalla de Tucumán, oportunamente pasado a las filas patriotas en 1820 cuando el triunfo ya era previsible.
Eso ayuda a entender, cómo la independencia pasó a ser mas ferozmente disputada por las nacientes potencias europeas, las tierras volvieron a los grandes hacendados, los indios a la servidumbre de las minas y las tierras, las mujeres a la cocina y a la iglesia. Las flamantes naciones a dividirse. Y la historia a esfumarse, para luego tergiversarse.
El pasado es presente
Hoy nuestros países son formalmente independientes, los pueblos han logrado conquistas muy importantes, han surgido nuevas clases sociales como los obreros; los originarios y las mujeres han avanzado a costa de sacrificios y de sangre. Pero nuestra patria no es verdaderamente soberana ni justa. Tiene parte de su territorio ocupado por Inglaterra, una base china pública y numerosas enclaves yanquis ocultos.
Produce para pagar la renta terrateniente y la deuda externa imperialista desde el empréstito de la Bahring con Rivadavia. Solo una decena de las 200 mayores empresas son “argentinas”. El 80% de las tierras productivas las posee un 8% de grandes propietarios, muchos de ellos extranjeros.
Nuestros países son monoproductores y dependientes como cuando todo estaba al servicio del oro y de la plata, después del “chilled beef” y ahora de la soja. Que se exportan por compañías y puertos en su mayoría extranjeros. Y todo eso sigue redundando en que las grandes mayorías del pueblo, los productores de la riqueza, convivan con la superexplotación, con el desempleo, con el hambre, con la falta de vivienda y de salud y ahora crecientemente con la droga.
La lucha por la verdad
Acercarse a la verdad ocultada, cuando se cumplen doscientos años, no solo conmueve a cualquier historiador, o a cualquier ser humano, sino que es un requisito indispensable para cualquiera que se proponga transformar en un sentido popular, nacional, progresista o revolucionario la realidad de nuestros pueblos latinoamericanos.
Nada más ridículo que la conmemoración ficticia, acomodada, de estos hechos históricos, reducidos a una casa, a las dificultades de los viajeros de entonces, a palabras grandilocuentes, vacías del contenido de sufrimiento, guerra, muerte y gloria, que acompañaron el parto de nuestra maltrecha y querida Argentina y las otras también queridas naciones latinoamericanas. Nada más actual que, en palabras del Che Guevara, “la necesidad de una nueva, definitiva e irreversible independencia”.