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16 de junio de 2021

Un texto de Otto Vargas

Una identidad nacional dependiente

Ante los agraviantes dichos del presidente hacia nuestros pueblos y naciones originarias y nuestros hermanos latinoamericanos, recordamos lo que escribiera nuestro querido camarada Otto Vargas, secretario general del PCR fallecido el 14 de febrero de 2019, en su libro El marxismo y la revolución argentina, Tomo 2, capítulo I. Tiempos de revolución.

“El argentino es identificable en cualquier parte del mundo (…) existe ya una nacionalidad argentina”, escribió en 1928 José Carlos Mariátegui. Visitantes extranjeros, como George Clemenceau, expresaron su asombro ante las características propias, nacionales, del argentino, presentes incluso en los niños que eran hijos de inmigrantes. Estos, en la región de la pampa húmeda, principalmente en la provincia de Buenos Aires y también, en parte, en la Capital Federal, se integraron a una cultura popular, el criollismo, que fue elemento esencial de la trama original del lenguaje popular rioplatense. Lenguaje de “masas rurales que si bien eran de la pampa, en su mayor parte eran inmigrantes del viejo Tucumán colonial, de Cuyo y del Litoral. Son las tres corrientes demográficas que aportan a la campaña de Buenos Aires desde fines del siglo XVII”. Y habría que agregar: con una fuerte influencia, desde la fundación de Buenos Aires —influencia que perduró en las costumbres y el habla común—, del guaraní, tehuelche, mapuche y sobre todo quichua.

Tras lo que para un observador superficial aparecía, en las primeras décadas de este siglo, como un cosmopolitismo muy grande, emergían los caracteres esenciales de la nacionalidad argentina. Estos caracteres se desarrollaron —en un proceso gradual y por etapas— desde los tiempos de la colonia, esencialmente en oposición a la dominación española, y estuvieron fuertemente signados por el predominio que tuvo la aristocracia criolla en el movimiento independentista. “En pleno siglo XVII, considerábamonos y éramos ya distintos”, escribió con razón Leopoldo Lugones.

El proceso de conformación de la identidad nacional en lo que sería la República Argentina duró siglos; pero estaba muy avanzado en mayo de 1810, “fecha de su auténtica fe de nacimiento”, como lo comprobaron los habitantes del Alto Perú, del Paraguay y los chilenos de esa época, que se referían a los “altivos y orgullosos” argentinos.

Derrotada la izquierda revolucionaria que había actuado en la Revolución de Mayo de 1810 y vencidos otros proyectos de organización nacional con centro en el Litoral o en la Argentina mediterránea, la aristocracia terrateniente y comercial bonaerense modeló, faceta por faceta, durante décadas, la cultura hegemónica, demostrando la verdad del aserto enunciado por Carlos Marx y Federico Engels en La ideología alemana: “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante”.

La cultura nacional se modeló en la matriz ideológica que forjó la aristocracia criolla. Una aristocracia “enferma de apariencia y acomodo”, como dijo Eduardo Wilde. Una aristocracia formada por “las familias decentes y pudientes, los apellidos tradicionales, esa especie de nobleza bonaerense pasablemente beata, sana, iletrada, muda, orgullosa, aburrida, honorable, rica y gorda”. Esa oligarquía criolla, desde sus inicios, imitó lo europeo —la “imitación irredenta”, la llamó Homero Manzi— y estableció una identidad nacional dependiente, para lo que afirmó la raíz atlantista (en oposición a la América andina que miraba al Pacífico), liberal, cosmopolita, de la Argentina del siglo XX. Una Argentina que entonces llegó a ser un modelo de país dependiente del imperialismo, principalmente inglés.

Como señala Josefina Racedo, la identidad nacional “no es un sustrato metafísico, homogéneo, forjado de una vez para siempre, que se explicaría por un mítico y telúrico ‘ser nacional’. Es, por el contrario, el resultado de un proceso de construcción continua, durante el cual diversos elementos contradictorios no sólo se unen sino que se mantienen en tensión y lucha. En este proceso hay cambio y continuidad (…) una totalidad de elementos que le permiten, a la comunidad y a cada uno de sus miembros, identificarse a la vez que diferenciarse”. Para construir su proyecto de identidad nacional, las clases dominantes de la República continuaron el genocidio de la conquista española buscando aplastar, enmudecer y subsumir en la nacionalidad argentina, la identidad de las etnias y nacionalidades que quedaron subordinadas u oprimidas por ellas. En lucha —prolongada y tenaz— con los valores dominantes impuestos de ese modo, han sobrevivido los elementos culturales de las etnias y naciones sometidas.

 

Hoy N° 1868 16/06/2021