La crisis capitalista mundial, que comenzó en Estados Unidos en 2007, puso en jaque la supervivencia de los sistemas financieros en los países imperialistas, con una gravedad y extensión sin precedentes desde la Gran Depresión de la década de 1930. Como respuesta, los bancos centrales de dichos países pusieron en marcha políticas monetarias expansivas cuyo propósito fue reducir a un mínimo las tasas de interés y proveer financiamiento de emergencia a los bancos. Se trató, ante todo, de “salvar” al sector financiero, trasladando la carga al sector estatal (incrementando la deuda pública), aumentando la explotación de los trabajadores y la pauperización de las clases medias, y forzando la revalorización de las monedas de los llamados países emergentes (en los que se incluye dos países imperialistas, Rusia y China).
Esto último se instrumentó a través de presiones políticas directas (como ocurrió con China) o en forma encubierta (a través de políticas monetarias expansivas que indirectamente exportan la inflación). De esta manera, se facilitó una depreciación en los tipos de cambio reales de las monedas de los que se llaman países desarrollados (la famosa “guerra de monedas”).
En el caso de Estados Unidos, la Reserva Federal (la FED) ha mantenido por más de cuatro años las tasas de interés de corto plazo a niveles cercanos a cero y anunció que mantendría dichos niveles por dos años más. A su vez, imprimió dinero por casi 3.000 billones de dólares sin afectar su tasa de inflación, que está por debajo del 2% anual. Para reducir las tasas de interés de largo plazo, puso en marcha un ambicioso programa de recompra de deuda, tanto de bonos gubernamentales como de hipotecas. Experiencias similares de expansión monetaria y recompras masivas de títulos también ocurrieron en China y, de manera demorada, en la Unión Europea y Japón.
Así la acción de los bancos centrales impidió que se ahondara un proceso recesivo y deflacionario. Pero una espada de Damocles se cierne sobre el horizonte: el peligro de una eclosión inflacionaria.
Por ahora, la liquidez creada por los bancos centrales no se volcó a la llamada economía real porque los bancos optaron por colocar las reservas excedentes en depósitos remunerados con los bancos centrales en vez de prestarlos a empresas y a consumidores. Esto ocurre porque subsisten temores respecto a la solvencia de los propios bancos y a que los riesgos crediticios persisten en la economía.
Sin embargo, cuando la llamada economía real mejore, los bancos comenzarán a utilizar las reservas excedentes (renunciando a las bajas tasas que les pagan los bancos centrales) y volverán a prestar. Esto provocaría un veloz crecimiento de la oferta monetaria y del crédito, lo que podría acelerar la inflación. Para impedirlo, los bancos centrales tendrían que permitir una suba generalizada de la tasas de interés y revender al mercado muchos de los títulos hipotecarios y gubernamentales que compraron. Así podrían retirar en forma ordenada la gigantesca emisión monetaria de los últimos años.
Pero esto no se prevé pueda resultar fácil. De una parte, la todavía débil recuperación hasta ahora registrada, con las presiones empresarias y laborales concordantes, podrían llevar a los bancos centrales a postergar la suba de las tasas de interés, convalidar expectativas de suba de precios y facilitar el surgimiento de un espiral inflacionario. Pero por otra parte, si las tasas de interés suben demasiado rápido, la economía podría volver a caer en recesión y, en el peor de los escenarios, en una combinación de estancamiento e inflación. Por último, la situación podría agravarse si los gobiernos enfrentan una crisis fiscal que restrinja su acceso a los mercados voluntarios de deuda. Esto los obligaría a monetizar el déficit gubernamental a través de la emisión, lo que generaría una alta inflación.
Fin del “crédito fácil”
La FED de los Estados Unidos ha dado a entender que pese a esos riesgos, en su disputa por el mercado mundial con sus rivales imperialistas (particularmente con Alemania y China), ya estaría dispuesta a emprender ese camino de “normalización de las políticas monetarias expansivas” de los últimos años. Así, la suba en las tasas de interés sería el eje determinante de la evolución futura de las finanzas y de la economía mundial. Y como “los mercados se anticipan”, las tasas de los Bonos del Tesoro y de los bancos en Estados Unidos han comenzado a aumentar y las corrientes de capitales, especulativas o no, han comenzado a cambiar de dirección, ahora hacia Estados Unidos, con el consiguiente perjuicio no solo para los países de Europa (que todavía siguen en recesión) sino principalmente para el conjunto de los llamados países emergentes (incluidos los dos rivales imperialistas: Rusia y China).
Como se viene registrando, países desde Turquía hasta Brasil, Sudáfrica, Malasia e Indonesia, hasta las propias China y Rusia, acusan los golpes asestados por una combinación de acontecimientos: la desaceleración de sus economías, la salida de capitales, un derrumbe en los precios de las materias primas y crecientes protestas sociales y políticas.
El retiro de fondos de dichos mercados se aceleró desde inicios de junio, en medio de las expectativas de que los días del crédito fácil a nivel global están llegando a su fin, conforme la economía de Estados Unidos se recupera aunque sea en forma débil y todavía con una alta desocupación. A la descarga de la crisis sobre su propio pueblo, con la mayor explotación de sus trabajadores, que le permite recomponer las ganancias a sus monopolios manteniendo la desocupación, el imperialismo estadounidense busca ahora aumentar la carga de la crisis sobre los países oprimidos y los imperialistas rivales, revirtiendo el flujo de capitales, llevándose la crema de lo que obtuvo estos años con sus inversiones, comenzando por las especulativas pero también afectando las de carácter productivo.
Por ejemplo, desde inicios de junio de 2013, los inversionistas han retirado decenas de miles de millones de dólares de los 100.000 millones en activos de fondos mutuos dedicados a los bonos de los llamados mercados emergentes, la mayor salida ininterrumpida de capitales desde 2009. Lo que ha evocado otros episodios de pánico, cuando un alza en las tasas de interés estadounidenses tuvo serias repercusiones en los mercados, como ocurrió con la crisis mexicana de 1994 y la de los “tigres asiáticos” que se inició en 1997.
Se estima que las llamadas economías emergentes crecieron en torno a 4% en el segundo trimestre de 2013, su menor nivel desde 2009 y una cifra muy inferior a la expansión promedio de 7% de la última década.
China que, en su carácter de nuevo imperialismo en ascenso, había impulsado el crecimiento en muchas de estas economías, ahora se ha vuelto también en una carga expoliadora para las mismas. Su Banco Central emprendió una campaña para erradicar lo que considera como préstamos peligrosos. La ofensiva elevó las tasas de interés a corto plazo, lo que llevó a una mayor desaceleración de su crecimiento.
El enfriamiento de la China imperialista ha tenido repercusiones globales, afectando tanto a compañías de equipos mineros como a los proveedores de las materias primas, por ejemplo el cobre en Chile y el carbón en Indonesia.
China, en otro ejemplo, es el principal socio comercial de Brasil y las caídas en los precios del mineral de hierro y el petróleo han afectado seriamente a la que es la mayor economía de América Latina. La Bolsa de valores brasileña viene acumulando descensos, lo que se ha visto exacerbado por la caída en el valor del real. La salida de los brasileños a las calles no es ajena a esta situación.
En cuanto a la India, un brote inflacionario y un creciente déficit de cuenta corriente se conjugan con una desaceleración de su economía. La moneda del país, la rupia, viene cayendo a mínimos históricos frente al dólar.
En Turquía, ya afectada por la debilidad de la economía europea, los mercados han sido duramente golpeados por los temores de que la FED pondrá fin pronto a sus programas de estímulo. A lo que se agregaron las rebeliones de masas, encendidas por un polémico plan para demoler un parque ubicado en el centro de Estambul. Sus Bolsas también vienen tambaleando, mientras la lira se debilita frente al dólar.
Por su parte, también Sudáfrica está sufriendo las consecuencias de huelgas y el debilitamiento en los precios del oro. El rand ha perdido 20% de su valor frente al dólar este año, alimentando un problema de inflación y perjudicando la capacidad del banco central para recortar las tasas de interés.
En tanto, en Indonesia, Malasia y demás países del Sudeste asiático se observa un fenómeno semejante, lo que a su vez relantizará la estabilización de la economía de China en un débil 7% anual, muy lejos de sus históricas tasas de dos dígitos, que hacían de ella “la locomotora” de los otros países también llamados emergentes que, como se está volviendo a ver ahora, en esta nueva fase de la crisis capitalista mundial, en realidad siguen siendo países oprimidos y dependientes de los países imperialistas, incluido en estos China y Rusia.