El miércoles pasado los imperialistas de Estados Unidos y China firmaron un pacto de tregua en la guerra de aranceles de 18 meses entre las dos economías más grandes del mundo, con un acuerdo en la llamada “Fase 1” de negociaciones recíprocas.
Si bien seguirán vigentes aranceles por cientos de miles de millones de dólares por ambos lados, condicionados por la apuesta a la reelección del presidente Donald Trump en noviembre, esta tregua atempera parte de la incertidumbre. Tanto en los mercados internacionales como en relación a la sobrevivencia política de Trump, quién podrá clamar victoria con esta “primera fase” del acuerdo que incluye un compromiso de China de aumentar sus compras de cultivos y productos estadounidenses, al menos en el corto plazo. Justo en el momento en que está a punto de comenzar a ser juzgado en el Senado estadounidense.
Esta tregua se logró con el compromiso de Trump anunciado el 13 de diciembre pasado de cancelar una nueva ronda de aranceles que debían entrar en vigencia un par de días después y su promesa de reducir a la mitad aranceles del 15% impuestos sobre 120.000 millones de bienes –como ropa– que regían desde el 1 de septiembre. China a su vez se comprometió a grandes compras de Estados Unidos dirigidas por el Estado. El pacto también reinstaura diálogos dos veces al año, que realizaban regularmente gobiernos anteriores, pero que Trump eliminó. No obstante, los asuntos más difíciles quedaron pendientes de ser resueltos en las negociaciones de la “Fase 2”, incluidos los masivos subsidios estatales a las industrias por parte de China.
La firma del pacto ha reanimado los mercados globales en los últimos días, porque deja fuera de la mesa –de momento– la amenaza de nuevos aranceles. Aunque como advirtió el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, Trump tiene la potestad de elevar los aranceles para garantizar que Beijing cumpla el pacto. “El presidente tiene la habilidad de imponer tarifas adicionales”, fueron sus palabras.
Washington asegura que Beijing accedió a importar, en dos años, 200.000 millones de productos estadounidenses por encima de los niveles de 2017, antes de que Trump lanzara su ofensiva. Trump ha vendido el pacto como un impulso para el campo estadounidense, asegurando que China comprará entre 40.000 y 50.000 millones de dólares en productos agrícolas.
Los agricultores estadounidenses han sido duramente golpeados por la guerra arancelaria; la exportación de soja a China, por ejemplo, de más de 12.000 millones en 2017 cayó a 3.000 millones en 2019. El Gobierno dio 28.000 millones de dólares en ayudas a los productores agrícolas en los últimos dos años.
Funcionarios estadounidenses y chinos dicen que el acuerdo incluye protección de la propiedad intelectual, aborda los servicios financieros y el intercambio extranjero, a la vez que establece un mecanismo de resolución de disputas. Trump acusó formalmente en agosto a China de manipular su moneda para tener ventaja comercial y reducir el impacto de los aranceles. Pero se retrajo pocos días antes de la firma del pacto, al lograr por parte de China la promesa de eliminar restricciones para el acceso de los capitales extranjeros a su mercado financiero.
Más allá de que este pacto entre trúhanes atempere por el momento las turbulencias de los mercados comerciales y financieros y mejore la situación de los granjeros norteamericanos, el gran compromiso de compras de Estados Unidos que tomó el imperialismo de China va a impactar duramente sobre los países oprimidos particularmente dependientes de sus exportaciones de productos agrícolas como los que constituimos el Mercosur. China dejará de ser el principal comprador de esos países como el nuestro, con la consecuente caída en los precios de un mercado dominado por los monopolios imperialistas como Cargill, Cofco, Bunge, etc. Propuestas como las Juntas de Granos y una ley de arrendamientos que extienda sus plazos congelando sus precios adquieren una renovada vigencia, mal que les pese a Etchevehere y sus adláteres del PRO.
Hoy N° 1799 22/01/2020