Norma Pérez tal vez se pregunte qué crueldad del destino la ató a la pesadilla sin fin de su matrimonio con Julio César Nievas. Tras haber soportado durante años los golpes físicos y psicológicos de su marido –de los que quedaron asentadas numerosas denuncias–, había logrado que él dejara la casa en 2007. Este verano entabló una nueva relación y pensó que podía empezar otra vida. Inició entonces los trámites de divorcio.
Su ex, enloquecido, volvió a golpearla ferozmente y la mujer consiguió que se le prohibiera mantener contacto físico o verbal con ella. El temor, no obstante, no dio tregua. En la madrugada del 7 de julio Nievas, armado con una escopeta, forzó la puerta y entró en la casa de su ex mujer. Sólo encontró a una prima. Bajo amenaza de muerte, la hizo llamar de urgencia a Norma y a Jacqueline, de 17 años: la única mujer de los cuatro hijos que tenían. Cuando llegaron, empezó la tortura. Después de 5 horas, Norma logró escapar y pedir ayuda. El hombre se resistía a salir cuando llegó la policía. Al rato se escuchó un disparo. Los efectivos entraron. Nievas, que esperaba en el pasillo, se disparó un escopetazo. El anterior había sido para su hija: estaba muerta.
“Cuando el tipo aparecía y le pegaba a Norma, nosotras hacíamos la denuncia. Nievas era llamado a declarar y luego salía libre. La Policía nos decía que no podía actuar si no había un hecho grave. Hace un rato el comisario vino a pedir disculpas, pero ya es demasiado tarde”, dijo una amiga.
El asesinato ocurrió en Las Varillas, Córdoba. Un día después, en la noche del 8, Analía Verónica Coman, de 33 años, era asesinada a puñaladas por su ex concubino en el barrio Luján, de Jujuy. Luis Ibarra “no se resignaba a que hubiera finalizado la relación sentimental”.
El 1º de este mismo mes un tiro de su pareja mató a Silvia Lago y otro hirió a su hija de 13 años en el barrio porteño de Flores. Al día siguiente, a 15 cuadras de allí, una mujer llamada Liz era golpeada hasta morir por el hombre con el que vivía. En los primeros 6 meses de este año, 82 mujeres murieron víctimas de la violencia doméstica.
En tanto, un fallo acaba de condenar a apenas 5 años de prisión a José Zerda, que en Palpalá, Jujuy, mató a golpes y puntapiés a su concubina. Ni en el caso de Norma Pérez, ni en ninguno de los otros, se trata de la crueldad del destino. Todos tienen algo en común: la posibilidad de ejercer la violencia del más fuerte sobre la más débil, y el marco de relaciones sociales dentro de este sistema, donde el hombre ha sido considerado por siglos “propietario” de “su” mujer.
Policías, jueces y la propia educación recibida dentro de la familia refuerzan la idea de que la mujer debe “aguantar”, “tener paciencia”. Porque depende económicamente del marido o porque ¿adónde va a ir con los hijos?, el consejo es seguir sometida. Cuando se rebela, queda a merced del “castigo”. La mayoría de los jueces trata con “benevolencia” a los victimarios: para las instituciones que deberían protegerla, la mujer “algo habrá hecho”.
La violencia contra las mujeres, que en épocas de crisis como ésta se acentúa, es un problema social, no restringido a la familia.
La lucha contra toda forma de violencia contra las mujeres es parte de la lucha revolucionaria, y debe ser tomada en cada barrio, escuela, fábrica, chacra o campo, por el conjunto de las mujeres y de los hombres.
Hablar y hacer público este tipo de violencia, y condenarla socialmente, es el primer paso.
03 de octubre de 2010