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02 de octubre de 2010

Entre 1939 y 1961, Marcos Ana estuvo en carceles del franquismo. Junto a otros presos organizaron clandestinamente decenas de actividades culturales que trascendieron los muros y sirvieron de denuncia del oprobioso régimen que asolaba España.

Una voz encarcelada

Hoy 1252 / Marcos Ana, poeta y comunista 23 años preso

Fernando Macarro Castillo (89 años), más conocido como Marcos Ana, es un poeta comunista español que estuvo en la cárcel por 23 años, sentenciado dos veces a muerte. Fue detenido por el franquismo en marzo de 1939, y liberado el 17 de noviembre de 1961.
Marcos Ana tenía 18 años cuando fue detenido. Hijo de padres campesinos de Salamanca, Marcos y Ana –de allí su seudónimo– luchó en la guerra civil del lado de los republicanos. Se afilió a las Juventudes Socialistas Unificadas, y luego ingresó al Partido Comunista de España.
Ya en la cárcel, fue terriblemente torturado, al igual que miles de presos. Fue reconocido por sus compañeros por su valentía frente a sus carceleros, más de una vez haciéndose cargo de actividades clandestinas de los presos para evitar que torturaran a sus compañeros. En ocasión de uno de sus tantos castigos, cuando pasó 9 meses encerrado en una celda, escribió sus primeros poemas.
Gracias a la organización de los comunistas fuera de la cárcel, y a través de múltiples formas, los poemas de Marcos Ana se hicieron conocidos en todo el mundo, y fue el centro de una intensa campaña internacional por su libertad.

La “Universidad de Burgos”
De sus años de encierro, 15 los pasó en el penal de la ciudad de Burgos. Los presos políticos crearon allí lo que se llamó la “Universidad de Burgos”, que creó clandestinamente, tras las rejas, desde una publicación, hasta grupos literarios y de teatro.
El objetivo era doble, por un lado ayudaba a la fraternidad entre los presos, haciendo más llevadero los años de encierro. Por el otro, fue un gran instrumento de denuncia de los crímenes del franquismo, ya que toda la producción salía de la cárcel de diversas formas. También clandestinamente, ingresaron al penal de Burgos cartas, obras literarias, periódicos políticos, etc. Sobre esto último cuenta el poeta: “Teníamos muchos procedimientos: sobornar a unos guardias,  a través de tubos de pasta, cajas de doble fondo… En ocasiones, algunos compañeros que salían en libertad memorizaban los poemas para luego transcribirlos. Pero a más de uno se le olvidó un verso y lo ponía de su cosecha. Daba igual porque el objetivo era reflejar nuestro calvario”.
Marcos Ana logró establecer contacto con algunos de los grandes escritores españoles en el exilio, como Rafael Alberti y María Teresa León, por entonces residentes en la Argentina. A través de los años se desarrolló un intenso intercambio entre los presos y los exilados. A ella dedica uno de sus poemas más conocidos, Mi corazón es patio, que comienza “La tierra no es redonda:/es un patio cuadrado/donde los hombres giran/bajo un cielo de estaño”.
“Esta relación la entenderán mejor –cuenta Marcos Ana hablando de sus contactos con los exiliados– si les explico que en aquel penal, conocido también como en “la Universidad de Burgos”, los presos estábamos organizados y hacíamos una vida política y cultural sorprendente; teníamos relaciones numerosas con Europa y América, naturalmente todo en la más absoluta clandestinidad. Nuestras familias también jugaban un papel imprescindible en nuestra actividad: se pasaban las noches escuchando las radios amigas, recibían informaciones y diariamente nos hacían llegar las noticias de cuanto acontecía en el mundo y, sobre todo, de las campañas por nuestra libertad en España y en el extranjero”.
Entre los presos había un contingente de escritores, pintores y artistas, que crearon el grupo “La Aldaba”. Podemos mencionar a poetas como José Luis Gallego, Luis Alberto Quesada, A. Poyatos, Burgos Lecea. Prosistas como Vázquez, E. Gómez y los pintores Bartrina y J. Montero.
Dice Marcos Ana: “Convertimos, además, las cárceles en universidades. El ejemplo de los que caían nos ayudaba a ser mejores. He conocido tal fiebre de estudio en las cárceles que hasta en las galerías de los condenados a muerte estudiaban con ahínco hombres que podían cada noche ser fusilados. He visto a muchos dejar los libros sobre el petate, para marchar ante los pelotones de ejecución. Yo debo todo lo que soy al ejemplo, a la solidaridad y a las enseñanzas inolvidables de mis compañeros de prisión”.
Los presos realizaron, entre otras cosas, una publicación denominada Muro, recuerda el decano de los presos españoles, como lo llamó Pablo Neruda: “una revista escrita a mano, primorosamente dibujada, que era el órgano cultural de una tertulia literaria que funcionaba clandestinamente en la prisión. La revista llegó a manos de María Teresa y fue editada, reproducida exactamente, y difundida en América. (…) Un día recibimos un paquete, que nuestras mujeres nos pasaron clandestinamente, procedente de Buenos Aires. Venía, entre otras cosas, un ejemplar del Canto general de Pablo Neruda y una edición reciente de Juego limpio, de María Teresa León. Pasar clandestinamente un libro en la prisión no era lo más difícil, pero mantenerlo protegido, sorteando los registros frecuentes a los que éramos sometidos, era casi imposible. Sin embargo hacía tiempo que habíamos encontrado la solución. En la prisión había una biblioteca oficial, compuesta en su mayoría de libros religiosos o banales. Todos ellos llevaban en su primera página el sello de “autorizado” y las firmas del director y del capellán de prisiones.
“Pues bien, elegíamos entre ellos el más parecido en tamaño y tipo de letra al libro que queríamos “clandestinizar”, desencuadernábamos los dos y después reconstruíamos un solo libro, intercalando las páginas de ambos, pero dejando al comienzo las que portaban el sello oficial y las firmas de rigor. El libro de María Teresa se camufló en tres volúmenes del padre Coloma y el Canto general de Neruda entre la jerga tediosa de Jaime Balmes. Así teníamos encuadernados cerca de un centenar de libros ilegales que nos servían para alimentar nuestra vida política y cultural en la prisión”.

Homenaje a voz ahogada
De la entrañable relación entre los presos del franquismo y los escritores exiliados, da testimonio la obra de teatro que los presos compusieron y actuaron clandestinamente en el penal de Burgos, en homenaje a Rafael Alberti y María Teresa León. “Hicimos un texto, que iban a relatar alternativamente cuatro o cinco narradores, organizamos un pequeño coro con flautas (hechas con las cañas de las escobas y papel de fumar) para poner música de fondo y una noche, después de haberlo ensayado en los rincones y tenerlo varios días en secreto, cuando cerraron las galerías y los funcionarios se fueron a su centro, sobre un escenario montado precipitadamente con mantas y sábanas, celebramos el acto más inusitado y emocionante, que llevó por título Homenaje a voz ahogada para María Teresa León y Rafael Alberti”.
Marcos Ana, al salir de la prisión, se exilió primero en Francia y recorrió el mundo denunciando los crímenes del franquismo. Años después volvió a España, donde continuó militando en el PC. Recientemente afirmó en un reportaje: “El día que salí, en el patio, los compañeros me decían que no les olvidara. Esas palabras se me quedaron grabadas. Así que he llevado el testimonio de mis compañeros por todo el mundo”.