El país vive horas de tensión y de inquietud.
Es evidente para todos que utilizando la oleada terrorista se ha ido creando un caldeado clima golpista.
Hace apenas año y medio se acabó con una dictadura militar que durante siete años escribió algunas de las páginas más negras de la historia argentina.
Y ya se habla, de nuevo, de otro posible gobierno militar.
El país vive horas de tensión y de inquietud.
Es evidente para todos que utilizando la oleada terrorista se ha ido creando un caldeado clima golpista.
Hace apenas año y medio se acabó con una dictadura militar que durante siete años escribió algunas de las páginas más negras de la historia argentina.
Y ya se habla, de nuevo, de otro posible gobierno militar.
Generales encumbrados anuncian que “ha sonado nuestra hora” o afirman “el Ejército argentino habrá de jugar una vez más el papel protagónico que la Argentina libre y fuerte del mañana le tiene reservado”; y se proponen, públicamente, diversos tipos de gobierno militar.
Algunos quieren un gobierno militar que convierta a la Sra. Presidente en un títere en manos de un gabinete de las FF.AA. Sería un gobierno semejante al actual gobierno de Bordaberry en Uruguay, o al tristemente célebre “gobierno Guido”.
Entre los partidarios de esa salida hay quienes quieren un tal gobierno militar para aplicar una línea proyanqui y proterrateniente. Así lo declara el actual rector de la Universidad Nacional de Buenos Aires que defiende un camino de represión antipopular basado primero, dice, “en el Estado de Sitio”, y luego en la “dictadura” y las “facultades extraordinarias”.
Otros quieren un gobierno semejante (con la Sra. Presidente prisionera de los militares) para aplicar una política “progresista y antiyanqui”. Este ha sido el sueño del Sr. Gelbard y los sectores prosoviéticos a los que representa.
También se trabaja, de fracasar estos planes, para un golpe abierto.
Los proyanquis preparan, para en tal caso, un golpe semejante al de Pinochet en Chile. El diario La Prensa, con no muchos tapujos, ha manifestado sus simpatías por un tal tipo de gobierno.
Y los prosoviéticos, aprovechando los sentimientos nacionalistas de una gran parte de la oficialidad de las FF.AA, apoyarían, de ser desplazada la Sra. Presidente, la instauración de un gobierno “peruanista” al que esperan transformar en una dictadura militar aliada a la URSS. Sectores de izquierda, como los dirigentes montoneros, defienden las conveniencias de un golpe de este tipo, porque estiman quo los grillos, cadenas y barrotes que el mismo colocaría al pueblo serán de oro, porque ese será un gobierno “antiimperialista”.
En la alta jerarquía sindical unos trabajan con los golpistas proyanquis y otros con los prorrusos Sus declaraciones de apoyo a Isabel son hipócritas. También durante la dictadura militar usaban la camiseta peronista. pero saboteaban la lucha obrera y popular y pactaron con Onganía, con Levingston y luego con Lanusse.
El pueblo, y especialmente la clase obrera y las grandes masas trabajadoras de la ciudad y el campo, que son en su inmensa mayoría peronistas, no quieren el golpe de Estado, se lo disfrace como se lo disfrace.
La voluntad antigolpista de la clase obrera y grandes sectores populares se manifiesta en todos lados y en toda ocasión. Existen para ello condiciones favorables para impedir el golpe de Estado, o, en caso que el mismo se dé para que el pueblo tercie en la lucha e imponga su voluntad.
¿Por qué se ha llegado a esta situación?
Si hace poco más de un año, más de siete millones de votantes apoyaron la fórmula Perón-Isabel de Perón ¿cómo ha podido prosperar tan fácilmente un clima golpista como el actual y cómo han podido crecer amenazadoras fuerzas golpistas como las que cercan al gobierno?
Esta es una pregunta que se hacen millones de argentinos.
Hay que recordar que el gobierno peronista no tomó el gobierno como resultado de la destrucción revolucionaria de la dictadura militar y su aparato estatal. Ganó el gobierno gracias a elecciones que organizó esa dictadura, con un Estatuto y condiciones proscriptivas. Y subió al gobierno habiendo previamente apoyado el acuerdo CGT-CGE (llamado luego Pacto Social) y el pacto de la Hora del Pueblo que, tanto al llamado Encuentro de los Argentinos y a las coincidencias programáticas de los partidos reunidos en e1 Restaurant Nino, fueron el soporte político de las elecciones de la dictadura.
El país había sido conmovido sobre todo desde 1969, por gigantescos estallidos de insurgencia popular como los Cordobazos, Rosariazos, Mendozazo, Tucumanazo, Rocazo, y por grandiosas luchas obreras y populares. Se fueron creando condiciones para derribar por un Argentinazo insurreccional a la dictadura. Pero la dictadura, apoyándose en las fuerzas terratenientes, burguesas, y reformistas, acosada y debilitada, pudo pese a todo elegir el campo de su derrota. Eligió el campo electoral. Así cerró el camino a su derrota revolucionaria y sólo fue derrotada parcialmente.
Así subió Cámpora y así subió, luego, el Gral. Perón al gobierno. El Gral. Perón repitió insistentemente que su programa era reformista y no revolucionario.
Es ese programa reformista el que ha fracasado. Como fracasó antes de 1955, y como fracasó el programa reformista de Allende en Chile. Porque los males de nuestra Patria y nuestro pueblo, originados en la dependencia al imperialismo, primero inglés y luego yanqui, y en la subsistencia del latifundio oligárquico, no se curan con los paños tibios de algunas reformas. Requieren medidas revolucionarias, que, como tales, sólo pueden ser aplicadas por un gobierno y un Estado revolucionarios.
Sin revolución no habrá solución a problemas tales coma la desocupación, los bajos salarios, la falta de vivienda, la falta de tierra y precios compensatorios para los campesinos pobres y medios, el acceso a la educación y la cultura para las grandes masas populares, la sanidad pública, etc.
El enemigo principal de nuestra Patria y nuestro pueblo, el imperialismo yanqui, ha clavado profundamente sus garras en la vida económica, social y política del país. Es un enemigo poderoso. Debe ser aniquilado internamente para poder derrotar sus arremetidas. Y esto no se puede hacer pacíficamente. Como no fue posible en 1810 derrotar pacíficamente a los colonialistas españoles.
De no arrancarse de raíz la dominación yanqui, liquidando las bases de su poder y las de sus aliados internos, aprovechando las contradicciones de una política reformista que los asusta pero no los aplasta, como enseña el reciente ejemplo chileno, y al amparo de la blandura de los reformistas para con los reaccionarios proyanquis, estos se reagrupan y en el momento favorable contragolpean.
Al imperialismo yanqui -debilitado internacionalmente- y a sus socios nacionales, era y es posible barrerlos para siempre de la Argentina.
Pero para ello es necesario seguir un camino revolucionario y no un camino reformista. Pero un camino revolucionario sólo lo puede encabezar el proletariado con un partido de vanguardia y no la burguesía.
Por eso hoy planea sobre la Argentina el fantasma de un nuevo 1955.
Por eso hoy crece la conjura golpista incubada en cuarteles, salones oligárquicos y algunas embajadas.
El incremento del clima golpista también tiene relación con la aguda lucha interimperialista que se libra a escala mundial. Especialmente entre el imperialismo yanqui y el socialimperialismo soviético.
El enfrentamiento de ambas superpotencias es mundial.
El Gral. Perón acordó con los socialimperialistas soviéticos y sus testaferros -como. Gelbard- para retornar al gobierno.
Pero los imperialistas rusos, como ya han mostrado en Checoslovaquia, Egipto, Cuba o la India no quieren alianzas con gobiernos nacionalistas. Quieren subordinarlos y someterlos a sus planes de hegemonía mundial. Más aun cuando, en el caso argentino, les interesa el valor político de nuestro país en América Latina y el posible control del Atlántico Sur.
Los soviéticos, pese a haber infiltrado durante años al peronismo, al igual que hicieron con otros movimientos nacionalistas de Asia, África y América Latina, al ver que sus sueños de dominio se frustran por la resistencia de las masas y la negativa a subordinarse a sus planes de Perón, y ahora de Isabel de Perón, han pasado a conspirar abiertamente. Así vemos a la camarilla dirigente del PC, reemplazar la bandera antigolpista por la de la propaganda del golpe portugués o la de las virtudes del “modelo” peruano. Y vemos a todo el periodismo prosoviético, como Crónica o Clarín, transformarse en agitadores del clima golpista.
Yanquis y rusos disputan la presa argentina.
En el marco de esa disputa los yanquis amenazan con encender una guerra del Pacifico entre Chile, Perú y Bolivia que incendiaría a todo el Cono Sur de América Latina; y los rusos no descartan la posibilidad de desencadenar un conflicto entre estos países que distraiga a los yanquis de la disputa por Europa y el Medio Oriente.
Y, así como los yanquis estimulan el terrorismo de derecha, los soviéticos instrumentan el terrorismo de “izquierda” aprovechando para sus planes expansionistas el heroísmo de miles de combatientes revolucionarios; y se montan en los sentimientos antiyanquis de sectores de la oficialidad y la suboficialidad (que admiran el rumbo antiimperialista del gobierno peruano) para sus maquinaciones golpistas.
El gobierno frente al golpe
El gobierno de Isabel de Perón (al igual que hizo antes el gobierno de Perón) enfrenta al peligro de golpe realizando reformas (algunas relativamente importantes como la nacionalización de las bocas de expendio de combustibles, o la “argentinización” de la Standard Electric, la Siemens y la Italo de electricidad); concediendo, alternativamente, a uno u otro sector proimperialista y golpista; y dirigiendo una política represiva que inevitablemente cae sobre las masas obreras y populares, al tiempo que escapa al control del gobierno que pretende instrumentarla.
Así como la política de apoyarse en los soviéticos para golpear a los yanquis (política representada por el equipo Gelbard), no resolvió los grandes problemas nacionales ni permitió avanzar a fondo en la lucha liberadora, y fue impotente para impedir que los yanquis se reagruparan para contragolpear, tampoco la política de apoyarse en proyanquis como Ivanissevich, o reaccionarios como Lacabanne, le servirá a la Sra. Presidente para evitar la conspiración prosoviética o proyanqui, que crece en los cuarteles.
Esa política es la del abrazo de la muerte. Es creer que se arrastra a otro y ser en realidad arrastrado por el otro.
Esa política desune y confunde al pueblo. Medidas destinadas a reprimir fundamentalmente a la clase obrera y el pueblo, como el Estado de Sitio, o la ley antisubersiva (aunque esta haya sido prácticamente consentida por la oposición burguesa y reformista), contribuyen a ir aislando al gobierno convirtiéndolo en fácil presa de los golpistas.
Cómo evitar el golpe de Estado y derrotar a los golpistas
Es posible evitar el golpe de Estado, cualquiera sea su firma y sus protagonistas.
Se puede evitar porque la mayoría de la clase obrera y el pueblo están dispuestos a luchar -como lo vienen haciendo desde años- contra los yanquis y los gorilas que los apoyan, y tampoco quieren, como decían los patriotas de Mayo “cambiar el amo viejo por el nuevo”, es decir: cambiar al amo yanqui por el amo ruso.
Se puede evitar porque la Argentina tiene recursos humanos y materiales como para construir una patria independiente sin necesidad de entregarse a ningún imperialismo.
Se puede evitar porque los pueblos del Tercer Mundo se alzan cada día más como una enorme fuerza revolucionaria del mundo actual, fortalecidos por la consolidación y los avances de la Revolución China, y los triunfos de los pueblos oprimidos por el imperialismo en todo el mundo, y porque crecen las fuerzas del movimiento obrero revolucionario en Europa y EE.UU.
Se puede evitar porque hoy existe en la Argentina un partido auténticamente comunista, auténticamente marxista-leninista, dispuesto a luchar hasta el fin contra el imperialismo yanqui y contra el golpe gorila, proyanqui o prosoviético, a diferencia de 1955, cuando el P“C” concilió con los golpistas gorilas.
Pero para evitar el golpe de Estado, o para derrotar a los golpistas si éstos se atreven a operar, es necesario que el pueblo, especialmente el pueblo peronista, no espere que otros hagan por él lo que sólo él puede hacer. El pueblo con la clase obrera al frente debe encabezar la lucha antigolpista, luchando, al mismo tiempo, por sus reivindicaciones económicas, sociales y políticas, especialmente por las libertades democráticas y el libre accionar del movimiento popular, y debe unirse, organizarse y armarse para derrotar la conspiración golpista. Para todo esto es fundamental que se recuperen los cuerpos de delegados de fábrica y los sindicatos de manos de los jerarcas al servicio de la patronal y del golpismo de uno u otro origen, poniendo al frente de las organizaciones obreras a dirigentes honestos que sólo respondan a los intereses de los trabajadores y se basen en una profunda democracia sindical.
El camino para aplastar el golpe es el de unirse y organizar las brigadas de autodefensa armada de masas. Este es también el camino para que los oficiales y suboficiales antiimperialistas y amigos del pueblo puedan enfrentar, tanto las provocaciones golpistas como el golpe abierto.
Al calor de la lucha antigolpista se puede forjar un auténtico frente único antiyanqui, basado en la unidad obrero-campesina y dirigido por la clase obrera, que sea el apoyo firme de un gobierno revolucionario de unidad antiyanqui, que acabe para siempre con la dependencia al imperialismo yanqui, expropiando las palancas económicas que ellos y sus socios nacionales controlan, y abra el cauce liberador de la revolución democrático-popular, agraria, antiimperialista y antimonopolista en marcha al socialismo.
Para ello la clave está en la unidad de la clase obrera y, especialmente, de los obreros peronistas con los comunistas revolucionarios.
El PCR hará todo lo posible para que esta unidad se forje y sea indestructible. Si ello se hace el futuro del pueblo y de la Patria será luminoso, cualquiera sea la gravedad de las horas que se aproximan.
¡No a otro 1955!
¡Unirse y armarse para aplastar al golpe!