Carlos Marx comienza su obra planteando que la riqueza de las sociedades donde impera el modo de producción capitalista se nos presenta como “una inmensa acumulación de mercancías”, y la mercancía individual como la forma elemental de esa riqueza. Por eso, nuestra investigación debe empezar con el análisis de la mercancía.
La mercancía es, en primer lugar, un objeto exterior a nosotros, una cosa que por sus propiedades satisface necesidades humanas de cualquier tipo que sean.
La utilidad de una cosa hace de ella un valor de uso. Pero esta utilidad no es algo fluido. Está limitada por las propiedades físicas de la mercancía y no tiene existencia al margen de ésta. El cuerpo mismo de la mercancía, tal como el hierro, el trigo, el diamante, etc., es pues un valor de uso o un bien.
Los valores de uso constituyen el contenido material de la riqueza, cualquiera sea la forma social de ésta. En el tipo de sociedad que nos proponemos estudiar, los valores de uso son, además, los soportes materiales del valor de cambio.
A primera vista, el valor de cambio aparece como una relación cuantitativa, como la proporción en que se cambian valores de uso de un tipo con valores de uso de otro, relación que varía constantemente según el lugar y la época. Parece, pues, como si el valor de cambio fuese algo accidental y relativo y que, por tanto, hablar de un valor intrínseco, es decir de un valor de cambio inmanente a la mercancía, fuese una contradicción en los términos”.
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Sin embargo, observando la cuestión más de cerca, siguiendo con el análisis de Marx, nos encontraremos con que una misma mercancía es canjeable en distintas proporciones de otras mercancías, por lo que tienen que tener algo en común que permita igualarlas. Y, además que el valor de cambio no es ni puede ser más que el modo de expresión, la forma en que se percibe algo que contiene, pero del cual es diferenciable.
Tomemos, por ejemplo, dos mercancías: el trigo y el hierro. Las proporciones en que pueden cambiarse, sean cuales sean, siempre se pueden representar mediante una ecuación en que una determinada cantidad de trigo sea igual a una determinada cantidad de hierro; por ejemplo: un quintal de trigo igual a X kilos de hierro. ¿Qué nos dice esta ecuación? Nos dice que en dos objetos distintos, es decir en un quintal de trigo y en X kilos de hierro, hay cantidades iguales de algo común. Estas dos cosas han de ser, por tanto, iguales a una tercera que no es, en sí misma, ni la una ni la otra. Las dos han de ser, pues, reductibles en tanto que valores de cambio, a esta tercera cosa.
Este algo común no puede consistir en una propiedad geométrica, física o química, ni en ninguna otra propiedad natural de las mercancías. Las propiedades naturales de las cosas sólo interesan cuando las consideramos como objetos útiles, es decir, como valores de uso. Además, lo que caracteriza visiblemente la relación de cambio de las mercancías es precisamente el hecho de hacer abstracción de sus valores de uso respectivos. Dentro de ella, un valor de uso, siempre y cuando se presente en la proporción adecuada, vale exactamente lo mismo que otro cualquiera.
Ahora bien, si dejamos fuera de consideración el valor de uso de las mercancías, a éstas sólo les queda una propiedad común: la de ser productos del trabajo. Pero incluso el producto del trabajo ha experimentado una transformación en nuestras manos. Si hacemos abstracción de su valor de uso, abstraemos también los componentes y formas corpóreas que hacen de él un valor de uso. Ya no vemos en él una mesa, una casa, una madeja de hilo o una cosa útil cualquiera, sus propiedades de cosa material desaparecen. Tampoco lo podemos considerar ya como el producto del trabajo del ebanista, del albañil, del tejedor o de cualquier otro trabajo productivo. Junto con las cualidades útiles de los productos desaparece el carácter útil de las diversas clases de trabajo que en ellos se encarnan y las formas concretas de este trabajo; sólo queda lo que todos tienen en común: todos son reducidos a la misma clase de trabajo, al trabajo humano en abstracto.
¿Cuál es el residuo de cada uno de estos productos? Es la misma materialidad de cada uno de ellos, la simple coagulación de trabajo humano homogéneo, de fuerza de trabajo empleada sin tener en cuenta el modo de su empleo. Todo lo que estos objetos nos dicen es que en su producción se ha empleado, gastado, fuerza de trabajo humana; que en todos ellos se encarna este trabajo humano. Cuando los consideramos como cristalización de esta sustancia común a todos ellos, son valores.
A todos los economistas se les escapa algo tan simple como el que, si la mercancía encierra el doble aspecto de valor de uso y valor, el trabajo por ella representado tiene que poseer necesariamente un doble carácter: el de trabajo útil concreto y el de trabajo humano en general, o abstracto. Todo trabajo es, por un lado, gasto de fuerza humana de trabajo en forma particular y orientada a un fin, y en esta condición, como trabajo útil concreto, produce los valores de uso. Por otro lado, todo trabajo es gasto de fuerza humana de trabajo en un sentido fisiológico y, como tal, como trabajo humano igual o trabajo humano abstracto, constituye el valor de las mercancías.
Semanario Hoy Nª 1947 25/01/2023