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02 de octubre de 2010

La crisis económica mundial golpea principalmente a los trabajadores: millones sin trabajo, sin casa, sin salario. Aunque ocultadas por los medios, también despuntan grandes luchas sociales.

Vientos de crisis, guerra, revolución

Hoy 1255 / La crisis arrasa: los imperialistas, y no los pueblos, deben pagar sus costos

El tifón de la crisis económica sacude al mundo entero. Su origen en las hipotecas “subprime” en Estados Unidos parece una anécdota lejana: ahora es verdadera y reconocida la recesión, y su alcance es mundial. Los monopolios internacionales se “reestructuran” despidiendo de a miles, en sus casas matrices y en sus filiales. El horizonte es desocupación y hambre.
Las burguesías imperialistas, y las clases dominantes de los países oprimidos asociadas a ellas, descargan despiadadamente sus efectos sobre los pueblos y sobre las clases trabajadoras.
Pero temen. Aquí y allá despuntan luchas y reacciones populares que presagian un período de tormentas antiimperialistas y revolucionarias.

El Plan de Obama ya hace agua
En Estados Unidos, de noviembre para acá los despidos promediaron más de medio millón de trabajadores cada mes. 1,8 millones de familias ya han sido desalojadas de sus viviendas.
Obama firmó su plan de reactivación por la descomunal cifra de 800.000 millones de dólares, pero el mismo día “los mercados” le hicieron sentir, con un brutal bajón en todas las Bolsas yanquis, la exigencia de los grandes monopolios de ser ellos quienes controlen el manejo de esos fondos. El plan es rengo de nacimiento: una parte de las inversiones públicas prometidas apenas resucita proyectos previos de obras públicas (¡es cierto que Cristina tiene algo en común con Obama!); y la otra son rebajas de impuestos, por sumas enormes a las empresas (que difícilmente aumenten o mantengan la producción para un mercado nacional y mundial que sigue achicándose), y de miserables 65 dólares a los trabajadores (también es difícil que esta concesión raquítica reactive gran cosa la demanda).
El agujero negro del déficit norteamericano sigue ahondándose. Para “ayudar a estabilizar el mercado de la vivienda”, el Departamento del Tesoro aumentará en varios miles de millones la ayuda financiera a los gigantes hipotecarios Fannie Mae y Freddie Mac. Además, según anunció el secretario Timothy Geithner, el gobierno seguirá comprando valores apoyados por hipotecas de esos dos bancos.
Ya antes del marasmo actual, y como consecuencia de las guerras del carnicero Bush, el déficit yanqui bordeaba la descomunal cifra de 1 billón 300.000 millones de dólares. Los actuales “salvatajes” requerirán girar aún más rápido la manijita de imprimir dólares, aprovechando que éste se revaloriza momentáneamente por la desvalorización de otros activos (petróleo, alimentos). Pero ¿qué sucederá cuando los tenedores de dólares y de bonos estadounidenses teman que sus “verdes” valgan menos que papel de diario? Por eso la secretaria de Estado Hillary Clinton, de visita en China, debió exhortar este fin de semana a los líderes de Pekín (que tienen bonos yanquis por 700.000 millones) a que sigan comprando esos papeles; pero también por eso su par chino Yang Jiechi le retrucó amablemente que China aspira a invertir sus gigantescas reservas en inversiones “seguras y de buen valor” (o sea que sólo seguirán comprando o acopiando esos bonos mientras estén seguros de que valen algo).

Quién pagará los costos
El gobierno británico está por nacionalizar la poderosa banca Lloyds. En España, la oleada de retiros de fondos obligó a dos bancos inmobiliarios a imponer un “corralito”.
El Parlamento alemán aprobó el viernes 20/02 el salvataje más grande desde la 2ª Guerra Mundial. Es el segundo paquete de rescate económico: 50.000 millones de euros, ya no para los bancos sino para “estimular” inversiones de los monopolios y obras públicas, a fin de apuntalar la economía alemana que entró en recesión el trimestre pasado.
En Francia, el desempleo aumentó en 45.000 personas sólo en diciembre. La gigantesca huelga del 29/1 inició una nueva etapa de movilización popular en toda Europa.
En Japón, las ventas de autos nuevos en enero cayeron casi un 30% respecto al año anterior, hasta su más bajo nivel desde hace más de 40 años.
En ese mismo mes las exportaciones de Corea del Sur se hundieron más de un 30% respecto a enero de 2008, principalmente por la caída de la demanda desde China.
Y en China repercute la abrupta caída de las compras estadounidenses, europeas y japonesas: la producción industrial china siguió bajando rápidamente en enero y, como consecuencia, la desocupación golpea a alrededor de 20 millones de obreros “migrantes” desde el campo, que ahora regresan masivamente a sus aldeas. Según datos oficiales, la desocupación llega al 9,4%: ¡66 millones de personas!
La brusca desaceleración del crecimiento del PIB chino –un 6,8% en el último trimestre del 2008–, comparada con las tasas de expansión superiores al 10% desde 2001, equivale prácticamente a recesión.
Por eso los capos del Comité Permanente del Politburó enumeran como sus claves de acción el desarrollo económico, la estabilidad social y la capacidad de gobierno del partido “comunista” de China (PCCh).
La “ingobernabilidad” es un fantasma que recorre el mundo. El oleaje de la crisis se llevó puesto al gobierno de Islandia –cacerolazo popular mediante–; y ahora le siguió la caída del de Letonia.

Menos coordinación, más divergencias
Estos serán los temas que abordará el G-20 en su cumbre del 2 de abril en Londres. Pero ese nucleamiento, tironeado por intereses opuestos entre monopolios, entre gobiernos imperialistas, y entre éstos y los de los países del tercer mundo, no pudo en diciembre articular una estrategia coordinada, y probablemente tampoco pueda hacerlo en abril. Como anticipo de su impotencia, los jefes del imperialismo alemán, francés, italiano y británico, en su reunión del último fin de semana, se limitaron a sugerir más regulación sobre los mercados financieros y la eliminación de los “paraísos fiscales” donde especulan por cifras astronómicas los mismos consorcios empresariales que los sostienen.
La profundidad de esta crisis económica mundial lleva a algunos (ver por ejemplo el trotskista Altamira: “La marcha inexorable de la bancarrota capitalista mundial”, 20/2/09) a teorizar una vez más que “el capitalismo se cae a pedazos” y que “la bancarrota capitalista se ha transformado en una crisis política”. Para cualquier marxista que no se haya empantanado en la charca del reformismo, es claro que el capitalismo no “se cae” ni se caerá solo, y que la transformación de la “bancarrota capitalista” en crisis política requiere no sólo que el proletariado “se presente como alternativa de poder” (íd.) sino que sea capaz de unir, encabezar y conducir a las clases populares a la revolución, esto es, a la destrucción revolucionaria del Estado de las clases dominantes y la instauración de un Estado popular revolucionario.
La tremenda crisis que azota al mundo ya trae grandes padecimientos a las masas trabajadoras y populares. Pero también agudiza la rivalidad entre las potencias imperialistas: medidas proteccionistas, exacerbación de tendencias nacionalistas y racistas, ofensivas diplomáticas en procura de consolidar y ampliar “esferas de influencia”.
El cielo mundial se carga de nubarrones de conflicto y potenciales guerras entre los poderosos. Pero por esos resquebrajamientos también irrumpen luchas nacionales, sociales y revolucionarias de los pueblos oprimidos contra el imperialismo, y de la clase obrera de los países “centrales” contra un sistema –el capitalismo– que en sus auges como en sus crisis sólo augura padecimientos para los trabajadores (ver Mirador).